Peliaguda
situación en China, los líderes están aterrados por el próximo colapso bursátil, ya que el enorme sector bancario
"en la sombra" que, básicamente, no está regulado sufriría una oleadas
de retiradas masivas de depósitos en las próximas semanas, con inminentes
suspensiones de pago.
Los
emperadores desnudos de China
http://economia.elpais.com/economia/2015/07/31/actualidad/1438349940_695182.html
La noticia no es que la transición
económica no será fácil, sino que los líderes no saben como llevarla a cabo
PAUL
KRUGMAN
2
AGO 2015 –
El
presidente chino, Xi Jinping. / ZHANG LINTAO (GETTY)
Los políticos que están en el poder
en tiempos de expansión económica suelen desarrollar delirios de competencia.
Es algo que se puede apreciar en Estados
Unidos:
Jeb Bush cree conocer los secretos
del crecimiento económico porque fue gobernador de Florida mientras el estado experimentaba una
enorme burbuja inmobiliaria y tuvo la buena suerte de dejar el cargo justo
antes de que estallase.
Pero también
lo hemos visto en otros muchos países: todavía me acuerdo de la omnisciencia y la omnipotencia que se
les atribuía a los burócratas japoneses
a mediados de la década de 1980, antes del inicio de un largo
estancamiento.
Nota del autor del blog : omnisciencia es el conocimiento
absoluto de todo y omnipotencia es el poder total absoluto.
Ese es el
contexto en el que tenemos que inscribir los extraños acontecimientos que están
ocurriendo en el mercado de valores chino para poder entenderlos.
Por sí solo, el precio de las
acciones chinas no debería importar demasiado.
Pero las autoridades han decidido poner en
entredicho su credibilidad al intentar controlar ese mercado, y están
demostrando que, a pesar del notable éxito de China durante los últimos 25
años, los gobernantes del país no tienen ni idea de lo
que están haciendo.
Empecemos
por las nociones básicas.
China se encuentra al final de una
era, la era del crecimiento superrápido, posibilitado en gran medida por la ingente emigración de
campesinos subempleados, que se fueron del campo a las ciudades costeras. Esta
reserva de mano de obra excedente está menguando, lo que significa que el
crecimiento debe ralentizarse.
Sin embargo,
la estructura económica china está
construida en torno a la premisa del crecimiento muy rápido.
Las empresas, muchas de ellas
propiedad del Estado, acumulan sus beneficios en lugar de devolvérselos a los
ciudadanos, que
tienen unos ingresos familiares raquíticos; al mismo tiempo, los ahorros de los
individuos son elevados, entre otras cosas porque la red de seguridad social es
débil, con lo que las familias acumulan efectivo, por lo que pueda pasar.
En
consecuencia, el gasto chino es asimétrico, con tasas muy altas de inversión
pero una cuota muy baja de demanda por parte del consumidor en el PIB.
Esta
estructura era viable mientras el frenético crecimiento económico ofreciese las
suficientes oportunidades para invertir, pero ahora la
rentabilidad de las inversiones desciende rápidamente. El resultado es
un problema de transición peliagudo:
¿qué ocurre si la inversión disminuye
pero el consumo no sube lo bastante rápido para llenar la brecha?
Lo que China
necesita son reformas que amplíen el poder adquisitivo y, para ser justos, ha
hecho esfuerzos en ese sentido. Sin embargo, es del todo evidente que dichos
esfuerzos se han quedado cortos. Se ha introducido, por ejemplo, un supuesto
sistema nacional de salud, pero en la práctica muchos trabajadores se cuelan
por sus resquicios.
Entretanto, los líderes chinos parecen estar aterrados
—probablemente por razones políticas— ante la perspectiva de la más mínima
recesión. Así que han inflado la demanda atiborrando de
crédito al sistema, fomentando además un boom en
el mercado de valores.
Estas
medidas pueden funcionar durante un tiempo, y las cosas podrían haber ido bien
si las grandes reformas avanzaran lo bastante rápido. Pero no lo están
haciendo, y el resultado es una burbuja que quiere
estallar.
En
respuesta, China ha lanzado un gran órdago para respaldar el precio de las
acciones:
a los grandes accionistas se les ha
impedido vender;
las instituciones gestionadas por el
Estado han recibido la orden de comprar acciones;
y a muchas empresas cuyos precios
estaban cayendo en picado se les ha permitido suspender las operaciones.
Estas
medidas pueden tomarse durante un par de días para contener un pánico a todas
luces injustificado, pero China las aplica de manera sostenida a un mercado que
todavía está muy por encima de su nivel de hace no mucho tiempo.
Es posible
que, en parte, les preocupen las repercusiones financieras. Al parecer, algunos actores financieros chinos pidieron prestadas grandes
sumas de dinero con sus acciones como garantía, por lo que el hundimiento del mercado podría dar pie a suspensiones de
pagos. Esto resulta particularmente inquietante porque China tiene un enorme sector bancario "en la sombra" que,
básicamente, no está regulado y podría sufrir una
oleada de retiradas masivas de depósitos.
Pero también
parece que el Gobierno chino, que en su momento animó a
los ciudadanos a comprar acciones, ahora cree que debe defender los
precios de las acciones para conservar su reputación. Sin embargo, lo que ha
acabado haciendo, huelga decirlo, es hacerla añicos a una velocidad récord.
Lo cierto es
que, cada vez que uno cree que las autoridades han hecho todo lo posible para
destrozar su credibilidad, se superan. En los últimos tiempos, los medios de comunicación estatales están
culpando de esta caída en picado de las acciones a —sí, lo han adivinado— una conspiración extranjera contra China,
que es aún menos plausible de lo que podría parecer: durante mucho tiempo el
país ha realizado controles eficaces para mantener a los extranjeros fuera de
su mercado de valores, y resulta dificilísimo vender unas acciones que nunca te
permitieron comprar.
Así las
cosas, ¿qué hemos aprendido? El increíble crecimiento de China no era un
espejismo, y su economía sigue constituyendo una enorme fuerza productiva.
Evidentemente, los problemas de la transición a un crecimiento menor son
importantes, pero eso es algo que sabemos desde hace tiempo. La gran noticia no
es la economía china, sino sus líderes. Olvidémonos de todo lo que hemos oído
sobre su brillantez y su capacidad de previsión. A juzgar por los bandazos
actuales, no tienen la menor idea de lo que están
haciendo.
Paul
Krugman es premio Nobel de Economía de 2008.
© The New York Times Company, 2015.
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