En
medio de la guerra en Medio Oriente, la gran recesión global no empezara por China
sino por el default de Rusia, pero
cuando llegue a China nadie se salvara.
La
economía de crisis, o cómo el mundo se acostumbra a múltiples problemas
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Refugiados
llegan a las costas de la isla de Lesbos en Grecia. La crisis migratoria es uno
de los múltiples problemas que enfrenta la economía mundial. PHOTO: ANTONIO
MASIELLO/ZUMA PRESS
Por STEPHEN FIDLER
Lunes, 25 de enero de 2016
Una miríada
de fuentes de preocupación está sacudiendo los mercados financieros y las
capitales políticas: el debilitamiento
del crecimiento económico chino, el colapso de los precios del petróleo, un
aumento de las tensiones en Medio Oriente que ha desatado una crisis de
refugiados en Europa, y la posibilidad de un desencajamiento financiero conforme
Estados Unidos ajusta su política monetaria.
Los
políticos, banqueros y líderes empresariales se congregaron en Davos para
asistir al Foro Económico Mundial la semana pasada, no enfrentan una agitación
única —por ejemplo, la crisis de la zona euro en 2010 o la intervención de
Rusia en Ucrania en 2014— sino numerosos problemas políticos y económicos,
muchos de los cuales podrían socavar un crecimiento que ya es anémico.
El terremoto que comenzó con la
crisis financiera de 2008 en EE.UU. y que luego se propagó por Europa
finalmente ha alcanzado a China, lo que a su vez ha abrumado a países y empresas de regiones
como África y Sudamérica que prosperaron alimentando la demanda china. En
consecuencia, las primeras semanas de 2016 han estado marcadas por sacudidas en
los mercados financieros, energéticos y de materias primas.
“Lo que las tres crisis
tienen en común es el final de la expansión de crédito global”, explica Marc Chandler, director
global de estrategia de divisas de Brown Brothers Harriman, en Nueva York.
En tanto, la
incertidumbre geopolítica abunda. El conflicto en Medio Oriente —que ha empeorado por una guerra subsidiaria cada vez más
explícita entre Arabia Saudita e Irán— ha enviado oleadas de refugiados
a Europa y generado temores de terrorismo en Occidente. Movimientos opuestos a
la integración política y económica han ganado terreno en gran parte de Europa.
Pruebas nucleares en Corea del Norte y disputas
territoriales en el Mar de China Meridional
ponen de manifiesto que Asia no es inmune a las turbulencias.
Si hay un
tema en común en todo esto, es la lucha de los líderes políticos para hacer
frente a estos asuntos.
La cautela del presidente de EE.UU., Barack Obama —sus
detractores dirían timidez— para ejercer el poderío estadounidense ha creado vacíos que otros han buscado llenar.
Líderes
chinos han tropezado en sus intentos de calmar la agitación financiera. La canciller
alemana, Angela Merkel, y otros líderes europeos han trastabillado en momentos
en que millones de refugiados ingresan a Europa. La aventura
del presidente de Rusia, Vladimir Putin, en Ucrania sigue sin resolverse
mientras toma más riesgos al enviar fuerzas armadas rusas a la vorágine siria.
Lawrence
Freedman, profesor emérito de estudios bélicos de la King’s College, de
Londres, dice que las capitales de Occidente deben asumir parte de la culpa por el
creciente caos en Medio Oriente, pese a que ahora tienen escasos poderes
para arreglar el desorden.
“Uno podría
argumentar que somos culpables en las cosas que hicimos en el pasado, pero no
somos los que plantean los riesgos en este momento”, dice. “Las elecciones de
política de Occidente no son tan relevantes, y por lo tanto podríamos estar a
merced de elecciones muy malas hechas por otros”.
La
desaceleración de la expansión económica china también está complicando el
panorama geopolítico.
China es víctima del ciclo global, pero también está llevando a cabo
una difícil transformación estructural, desde una economía basada en gran parte
en la inversión y la manufactura hacia una más orientada al consumo interno y
los servicios.
Las
autoridades chinas enfrentan un dilema: podrían seguir proporcionando estímulos
para mantener el rumbo del crecimiento, como han hecho antes, pero eso
implicaría alimentar más los desequilibrios económicos y financieros del país,
en particular las enormes deudas de empresas privadas y estatales chinas. El
segundo camino podría dar lugar a “un posible mayor en el futuro”, dice Maury
Obstfeld, economista jefe del Fondo Monetario Internacional. La credibilidad de
las autoridades chinas está en juego, con consecuencias críticas para el resto
del mundo.
Las secuelas
de China han sido mucho mayores de lo previsto por muchos analistas, incluyendo
los del FMI. Si la caída de los precios del petróleo y otros commodities fuera
sólo un reflejo de un exceso de oferta, los mercados bursátiles normalmente
subirían por el optimismo de que materias primas más baratas impulsen el
crecimiento. En cambio, las acciones han
declinado en todo el mundo, una fuerte indicación de que los inversionistas ven
un problema de demanda.
Hay otro
posible gatillo para un desajuste económico: la
fortaleza del dólar. Billones en
deuda denominada en dólares han sido emitidos por prestatarios internacionales,
gobiernos, empresas privadas y bancos de mercados emergentes, lo que aumenta
las probabilidades de cesaciones de pagos. Un lugar donde podría estallar
este problema es Rusia, que se ve agobiaba por
las sanciones de Occidente por su intervención en Ucrania. Con el barril de
petróleo por debajo de US$30, Rusia enfrenta su segundo año de contracción
económica y una posible crisis financiera conforme las empresas y los bancos
luchan para conseguir dólares para pagar deudas.
Los
problemas para los productores de bienes básicos se extienden a América Latina.
Brasil, la mayor economía de la región, también registraría su segundo año de
contracción económica y más tormentas políticas por el escándalo de corrupción
en la petrolera de control estatal, Petrobras. Dos de las principales firmas de
calificación de riesgo rebajaron la deuda de Brasil a chatarra.
No todos
estos acontecimientos tendrán consecuencias a largo plazo. Sin embargo, incluso
si algunas fuentes de imprevisibilidad amainan, el panorama económico y
geopolítico parece más agitado este año que en las últimas décadas.
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