La
tercera guerra de Irak
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Nº: 228
Octubre 2014
Ignacio
Ramonet
El 11 de
septiembre pasado –fecha más que simbólica– el presidente de Estados Unidos,
Barack Obama, se dirigió a la nación para anunciar su nueva estrategia militar
contra el Estado Islámico (EI) que, según él, representa una “amenaza para todo
Oriente Medio”. Obama precisó que las fuerzas estadounidenses atacarían al EI
“esté donde esté”, incluso en Siria (1). Esta nueva estrategia pasa por el
lanzamiento de ataques aéreos “sistemáticos” contra los yihadistas (2) y el
aumento del número de especialistas militares estadounidenses enviados a Irak
para apoyar a las tropas iraquíes en cuestiones de adiestramiento militar,
inteligencia y equipamiento.
Obama añadió
que el ejército estadounidense no participaría en ofensivas terrestres contra
el EI, y que Washington no tiene intención de luchar contra los yihadistas “a
solas”. “La fuerza estadounidense –aclaró– puede marcar una diferencia
decisiva, pero no podemos hacer por los iraquíes lo que ellos tienen que hacer
por sí mismos, como tampoco podemos ocupar el puesto de los aliados árabes para
garantizar la seguridad de su región”.
Barack
Obama, que fue elegido en 2008 como crítico a la invasión de Irak de 2003
ordenada por su predecesor George W. Bush, aseguró que no estaba enviando de
nuevo tropas al terreno. Y, en un ejemplo típico de denegación freudiana (die
verneinung), declaró: “Como comandante en jefe, no permitiré que Estados Unidos
se vea envuelto en otra guerra en Irak”. O sea, que ha comenzado la tercera
guerra de Irak.
La
primera, más conocida como “Guerra del Golfo” (1990-1991), fue liderada por el presidente de
Estados Unidos George H. Bush a la cabeza de una coalición de treinta y cuatro
países que se opusieron, bajo autorización de la ONU, a la invasión de Kuwait
por las fuerzas iraquíes de Sadam Husein. Terminó con la derrota de Irak y la
evacuación de Kuwait.
La
segunda (2003-2010) fue desencadenada por el presidente George W. Bush (hijo del precedente) en la
atmósfera de paranoia que siguió a los atentados del 11 de septiembre de 2001 y
bajo el falso pretexto de que Sadam Husein poseía “armas de destrucción
masiva”. La ONU no autorizó esa guerra. Las fuerzas iraquíes fueron derrotadas
en pocas semanas pero nunca se consiguió la paz; Irak se sumergió en un caos de
violencia del que aún no ha salido.
Como las dos
precedentes, y tras casi veinticinco años de enfrentamientos, esta nueva guerra no conseguirá su objetivo.
Primero porque nunca se ha ganado una
guerra únicamente con bombardeos aéreos, y segundo porque, sencillamente, los
objetivos de esta guerra no están nada claros.
¿De
qué se trata?
¿De
derrotar al Estado Islámico?
Pero si aún
no se ha conseguido vencer ni siquiera a Al Qaeda,
del que el EI es una criatura todavía más monstruosa y más radical...
¿Se
trata acaso de preservar la unidad de Irak?
Pero
entonces,
¿por
qué empezar la ofensiva actual armando masivamente a los peshmergas kurdos que
anuncian públicamente su intención de separarse y de proclamar la independencia
del Kurdistán iraquí?
O quizás se
trate, como se pretendió en 2003, de establecer una democracia auténtica en Irak. Pero entonces,
¿por
que se toleró, hasta hace muy poco, que Nuri Al Maliki, primer ministro iraquí
de 2008 a 2014, condujese una política escandalosamente discriminatoria a favor
de los chiíes y contra los suníes, empujando a estos a los brazos del EI? (3).
Por otra
parte, la gran coalición constituida en torno a Estados Unidos para atacar al
EI y que supera los cuarenta países (4) aparece como demasiado heterogénea y hasta contradictoria.
Uno de sus
pilares, por ejemplo, Arabia Saudí es una de las peores dictaduras del mundo,
con miles de presos políticos en sus mazmorras, con pena de muerte para los
homosexuales, discriminaciones aberrantes contra las mujeres, con una
concepción del Islam (el wahhabismo) de lo más retrógrada e integrista que
existe, y sobre todo un país que ha financiado durante años al Estado Islámico
antes de descubrir, como el Dr. Frankenstein, que su engendro se le había ido
de las manos.
O
Qatar, otra espantosa
dictadura, que financia a los Hermanos Musulmanes
por todo el mundo islámico, y entre ellos a Hamás,
la organización palestina que gobierna Gaza y que Estados Unidos y la Unión
Europea han inscrito (aunque esta decisión sea discutible) en la lista oficial
de las “organizaciones terroristas”. ¿No hay una
contradicción en querer hacer la guerra a los terroristas del EI aliándose con
países que financian abiertamente otro terrorismo islámico?
Es obvio que
la decisión del presidente Obama de comenzar una nueva guerra en Oriente
Próximo modifica además la estrategia global de Estados Unidos en materia de
conflictos y de prioridades geopolíticas.
Washington había decidido iniciar un amplio
movimiento de un nuevo despliegue hacia Asia, donde se halla su contrincante
principal para el siglo XXI, China, y donde está
hoy (y mañana más) el centro económico del mundo. Según los grandes “tanques de
pensamiento” estadounidenses, Europa ya no necesita (a
pesar de la situación en el este de Ucrania) de una presencia militar
importante norteamericana.
Y aunque los enredos de Oriente Próximo van a seguir siendo
inextricables, ya no ponen en peligro la seguridad estratégica de Estados
Unidos puesto que, gracias al petróleo y al gas
de esquisto descubiertos en territorio estadounidense, la dependencia de
los hidrocarburos de Oriente Medio ha dejado de ser significativa.
Por eso,
desde su llegada al poder, el presidente Obama prometió terminar con las
guerras en Oriente Medio y retirar las
tropas de Irak y de Afganistán. Ahora vemos que esto se hizo demasiado rápido,
de modo chapucero, sin consolidar políticamente el terreno abandonado.
Lanzándose,
entre tanto, a operaciones improvisadas (el ataque contra Libia y la tentativa
de derrocamiento de Bachar el Asad en 2011) que han tenido consecuencias nefastas, dispersando arsenales
militares en una región ya sobrearmada y estimulando la emergencia de milicias
yihadistas de nuevo tipo, más radicales aún que Al Qaeda. Así lo entiende el analista paquistaní Ahmed Rashid, autor de Pakistán
ante el abismo. “Al Qaeda está un poco anticuada”, admite Rashid, “se
está quedando atrás; el EI va más lejos, son más extremistas”. Más
radicales porque, según el escritor, persiguen a punta de pistola limpiar su
tierra de ciudadanos chiíes y borrar la frontera que separa Irak y Siria para
levantar su nuevo califato. “Al Qaeda”, dice Rashid en referencia a la
red que todavía comanda Ayman al Zawahiri, “cree en los Estados, quiere que
permanezcan”. Yihadistas, miembros de Al Qaeda o talibanes comparten
ideas, quieren su califato, el imperio de la ley islámica, pero cada uno a su
manera. “Los talibanes de Afganistán, por ejemplo”, apunta, “no quieren matar a
todos los chiíes como el EI” (5).
Esta
movilización intensa de la violencia, esta nueva barbarie, este radicalismo
atrae, extrañamente, a jóvenes yihadistas del mundo entero, y en particular, de
los países occidentales.
El ministro francés de Exteriores, Laurent Fabius, alertó de que
son cincuenta y uno los países de donde
proceden yihadistas para sumarse al EI. Solo
de Francia ya se han trasladado más de novecientos...
Los bárbaros
no pueden ganar. Eso al menos esperamos, pero no olvidemos la advertencia de Ibn Jaldún (1332-1406), inventor de la sociología y
de la filosofía de la historia, cuando nos recuerda qué es la historia: el relato de imperios abatidos por el furor
de los bárbaros... (6).
(1) El
presidente Obama ordenó, el pasado 23 de septiembre, bombardear las bases del
EI en Siria. Para que estos ataques no sean ilegales, el mandatario necesitaba,
según eminentes juristas internacionales, el acuerdo del Congreso, y sobre
todo, para respetar la legalidad internacional, el visto bueno del Consejo de
Seguridad de la ONU, que no hubiera obtenido a causa del veto de Rusia y China.
Al parecer, antes de iniciar los bombardeos, Washington informó a Damasco, y
las autoridades sirias declararon que “no se oponían a la acción internacional
contra los terroristas”.
(2) De
hecho, desde el 7 de agosto pasado, Estados Unidos ya estaba bombardeando
objetivos del EI en Irak.
(3) La elección
de Haider Al Abadi, también chií, en sustitución
del autoritario Al Maliki, el pasado 14 de septiembre, podría cambiar las cosas
si el nuevo Primer Ministro convence a la comunidad suní de que cesarán las
discriminaciones contra ella. El objetivo es que los suníes se incorporen a la
guerra contra el EI.
(4) A la Conferencia Internacional sobre la Paz y Seguridad en Irak
del pasado 15 de septiembre en París, acudieron representantes, en su
mayoría ministros de Exteriores, de los siguientes países: Alemania, Arabia
Saudí, Bahréin, Bélgica, Canadá, China, Dinamarca, Egipto, Emiratos Árabes
Unidos, España, Estados Unidos, Francia, Irak, Italia, Japón, Jordania, Kuwait,
Líbano, Omán, Qatar, Noruega, Países Bajos, República Checa, Reino Unido, Rusia
y Turquía. Además, también prometieron ayudas: Albania, Australia, Estonia,
Dinamarca, Polonia, Japón, Suiza, Noruega, Finlandia, Hungría, Irlanda, Italia,
Luxemburgo, Nueva Zelanda y Corea del Sur. En total, la coalición liderada por
Estados Unidos para combatir a los yihadistas del Estado Islámico (EI) supera,
pues, los 40 países.
(5) El País,
Madrid, 21 de junio de 2014.
(6) Léase
Gabriel Martinez-Gros, Brève histoire des empires. Comment ils surgissent,
comment ils s’effondrent, Seuil, Paris, 2014.
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