Entre
los escombros (análisis sobre el genocidio en Palestina.) por Mario Vargas Llosa
premio Nobel de Literatura.
Entre
los escombros
http://elpais.com/elpais/2014/08/08/opinion/1407512418_967191.html
Los
radicales de Hamás salen fortalecidos tras los ataques de Israel gracias al
rencor, el odio y la sed de venganza que la población de Gaza sentirá después
de esta lluvia de muerte y destrucción
MARIO
VARGAS LLOSA
10 AGO 2014 - 00:00 CEST
FERNANDO
VICENTE
Escribo este
artículo al segundo día del alto el fuego en Gaza.
Los tanques
israelíes se han retirado de la Franja, han cesado los bombardeos y el
lanzamiento de cohetes, y ambas partes negocian en El Cairo una extensión de la
tregua y un acuerdo de largo alcance que asegure la paz entre los adversarios.
Lo primero
es posible, sin duda, sobre todo ahora que Benjamín
Netanyahu se ha declarado satisfecho —“misión cumplida” ha dicho— con
los resultados del mes de guerra contra los gazatíes, pero lo segundo —una paz definitiva entre Israel y
Palestina— es por el momento una pura quimera.
El balance de esta guerra de cuatro
semanas es (hasta ahora) el siguiente:
1.867
palestinos muertos (entre ellos 427 niños) y
9.563
heridos,
medio
millón de desplazados y
unas
5.000 viviendas arrasadas.
Israel
perdió 64 militares y 3 civiles y los terroristas de Hamás lanzaron sobre su
territorio 3.356 cohetes, de los cuales 578 fueron interceptados por su sistema
de defensa y los demás causaron solo daños materiales.
Nadie puede
negarle a Israel el derecho de defensa contra una organización terrorista que
amenaza su existencia, pero sí cabe preguntarse si una carnicería
semejante contra una población civil, y la voladura de escuelas, hospitales,
mezquitas, locales donde la ONU acogía refugiados, es tolerable dentro
de límites civilizados.
Semejante
matanza y destrucción indiscriminada, además, se abate contra la población de
un rectángulo de 360 kilómetros cuadrados al que
Israel desde que le impuso, en 2006, un bloqueo por
mar, aire y tierra, tiene ya sometido a una lenta asfixia, impidiéndole
importar y exportar, pescar, recibir ayuda y, en resumidas cuentas, privándola
cada día de las más elementales condiciones de supervivencia.
No hablo de
oídas; he estado dos veces en Gaza y he visto con mis propios ojos el hacinamiento, la miseria indescriptible y la desesperación
con que se vive dentro de esa ratonera.
El conflicto
puede extenderse a todo el Oriente Próximo y provocar un cataclismo
La razón de
ser oficial de la invasión de Gaza era proteger a la sociedad israelí
destruyendo a Hamás.
¿Se ha conseguido con la eliminación
de los 32 túneles que el Tsahal capturó y deshizo?
Netanyahu
dice que sí pero él sabe muy bien que miente y que, por el contrario, en vez de
apartar definitivamente a la sociedad civil de Gaza de la organización
terrorista, esta guerra va a devolverle el apoyo de los gazatíes que Hamás
estaba perdiendo a pasos agigantados por su fracaso en el gobierno de la Franja
y su fanatismo demencial, lo que lo llevó a unirse a Al Fatah, su enemigo
mortal, aceptando no tener un solo representante en los Gobiernos de Palestina
y de Gaza e incluso admitiendo el principio del reconocimiento de Israel que le
había exigido Mahmud Abbas, el presidente de la Autoridad Nacional Palestina.
Por
desgracia, el desfalleciente Hamás sale revigorizado de esta tragedia, con el rencor, el odio y la sed de venganza
que la diezmada población de Gaza sentirá luego de esta lluvia de muerte y
destrucción que ha padecido durante estas últimas cuatro semanas.
El espectáculo de los niños despanzurrados y las madres
enloquecidas de dolor escarbando las ruinas, así como el de las escuelas y las
clínicas voladas en pedazos —“un ultraje moral y
un acto criminal”, según el secretario general de la ONU Ban Ki-Moon— no
va a reducir sino multiplicar el número de fanáticos que quieren desaparecer a
Israel.
Lo más
terrible de esta guerra es que no resuelve sino agrava el conflicto
palestino-israelí y es sólo una secuencia más en una cadena interminable de
actos terroristas y enfrentamientos armados que, a la corta o a la larga, pueden extenderse a todo el Oriente Próximo y provocar un
verdadero cataclismo.
El Gobierno
israelí, desde los tiempos de Ariel Sharon, está convencido de que no hay
negociación posible con los palestinos y que, por tanto, la única paz
alcanzable es la que impondrá Israel por medio de la fuerza.
Por eso,
aunque haga rituales declaraciones a favor del principio de los dos Estados, Netanyahu ha saboteado sistemáticamente todos los intentos de
negociación, como ocurrió con las conversaciones que se empeñaron en auspiciar
el presidente Obama y el secretario de Estado, John Kerry, apenas este
asumió su ministerio, en abril del año pasado. Y por eso apoya, a veces con
sigilo, y a veces con matonería, la multiplicación de los asentamientos
ilegales que han convertido a Cisjordania, el
territorio que en teoría ocuparía el Estado palestino, en un queso gruyère.
Esta
política tiene, por desgracia, un apoyo muy grande entre el electorado israelí,
en el que aquel sector moderado, pragmático y profundamente democrático (el de
Peace Now, Paz Ahora) que defendía la resolución pacífica del conflicto mediante
unas negociaciones auténticas, se ha ido encogiendo hasta convertirse en una
minoría casi sin influencia en las políticas del Estado.
Es verdad
que allí están, todavía, haciendo oír sus voces, gentes como David Grossman, Amos Oz, A. B. Yehoshúa, Gideon Levy, Etgar
Keret y muchos otros, salvando el honor de Israel con sus tomas de
posición y sus protestas, pero lo cierto es que cada vez son menos y que cada
vez tienen menos eco en una opinión pública que se ha ido volviendo cada vez
más extremista y autoritaria. (Es sabido que en su propio Gobierno, Netanyahu tiene ministros como Avigdor Lieberman, que
lo consideran un blando y amenazan con retirarle el apoyo de sus partidos si no
castiga con más dureza al enemigo).
Cegados por la indiscutible superioridad
militar de Israel sobre todos sus vecinos, y en especial, Palestina, han
llegado a creer que salvajismos como el de Gaza garantizan la seguridad de
Israel.
Los bombardeos contra la población
civil de Gaza han tenido en el mundo entero un efecto terrible
La verdad es
exactamente la contraria.
Aunque gane todas las guerras, Israel
es cada vez más débil, porque ha perdido toda aquella credencial de país
heroico y democrático, que convirtió los desiertos en vergeles y fue capaz de asimilar en un
sistema libre y multicultural a gentes venidas de todas las regiones, lenguas y
costumbres, y asumido cada vez más la
imagen de un Estado dominador y prepotente, colonialista, insensible a las
exhortaciones y llamados de las organizaciones internacionales y confiado sólo
en el apoyo automático de los Estados Unidos y en su propia potencia militar.
La sociedad israelí no
puede imaginar, en su ensimismamiento político, el terrible efecto que han
tenido en el mundo entero las imágenes de los bombardeos contra la población
civil de Gaza, la de los niños despedazados y la de las ciudades convertidas en
escombros y cómo todo ello va convirtiéndolo de país víctima en país victimario.
La solución
del conflicto Israel-Palestina no vendrá de acciones militares sino de una negociación
política. Lo ha dicho, con argumentos muy lúcidos,
Shlomo Ben Ami, que fue ministro de Asuntos Exteriores de Israel
precisamente cuando las negociaciones con Palestina —en Washington y Taba en
los años 2000 y 2001— estuvieron a punto de dar frutos. (Lo impidió la
insensata negativa de Arafat de aceptar las grandes concesiones que había hecho
Israel). En su artículo La trampa de Gaza (EL PAÍS, 30 de julio de 2014) afirma
que “la continuidad del conflicto palestino debilita las bases
morales de Israel y su posición internacional” y que “el
desafío para Israel es vincular su táctica militar y su diplomacia con una meta
política claramente definida”.
Ojalá voces
sensatas y lúcidas como las de Shlomo Ben Ami terminen por ser escuchadas en
Israel. Y ojalá la comunidad
internacional actúe con más energía en el futuro para impedir atrocidades como
la que acaba de sufrir Gaza. Para Occidente lo ocurrido con el Holocausto
judío en el siglo XX fue una mancha de horror y de vergüenza. Que no lo sea en
el siglo XXI la agonía del pueblo palestino.
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2014.
© Mario Vargas Llosa, 2014.
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