Alan
Greenberg, (la mente de un estafador de alto vuelo) un espejo de Wall Street
Nota del autor del blog: murió rico y sin pisar la cárcel.
El
expresidente de Bear Stearns sintetizaba lo peor y lo mejor del parqué neoyorquino
JOAN
FAUS
Washington
11
AGO 2014 - 01:18 CEST1
Alan
C. Greenberg, expresidente de Bear Stearns.
La figura de
Alan Greenberg sintetizaba en gran parte lo mejor y lo peor de Wall Street.
Gracias a
una combinación de audacia, riesgo,
generosidad y pragmatismo, Greenberg logró en 30 años auparse de un puesto
bajo en Bear Stearns a consejero delegado del banco de inversión.
Lo catapultó
a la cima pero precipitó su descenso a los infiernos, cuando en 2008,
intoxicado de hipotecas subprime, tuvo que ser rescatado de la bancarrota por JPMorgan. Su caída fue la primera de un dominó que a
los pocos meses hundiría a Lehman Brothers y a
otros grupos bancarios y aseguradores, generando la mayor crisis financiera en
Estados Unidos desde 1929.
“Encarnaba el sueño
americano”,
aseguró Jamie Dimon, el consejero delegado de JPMorgan,
al conocer la muerte de Greenberg, que falleció a finales del mes pasado a los 86 años.
El “verdadero
icono de la industria” era conocido por todos en Wall Street como Ace (As). Greenberg tenía siempre una
baraja de cartas en su escritorio.
Era un apasionado del bridge hasta el punto de
haber ganado campeonatos e ideado negocios en la mesa de juego. Pero la pasión
por las cartas, los trucos de magia y la caza de animales en África delataba su
verdadera vocación: la asunción de riesgos. Eso sí, supuestamente controlados.
El mantra de
este fumador habitual de puros y
amante de las pajaritas era sencillo: estar muy atento a las oportunidades pero
actuar siempre con cautela y honestidad. “La definición de un buen trader es una
persona que adquiere pérdidas. La definición de extrader es la de uno que trata
de cubrir pérdidas”, afirmaba. Así, cualquier agente que ocultaba un
error en una transacción era despedido inmediatamente. También los que
generaban pérdidas desproporcionadas.
La
impaciencia se imponía como método: Greenberg estaba obsesionado por vender
rápidamente activos de inversión que apenas fluctuaban o que acumulaban
pérdidas. “Si algo no se mueve, véndelo hoy porque mañana valdrá menos”,
solía decir, parafraseando a su padre, un vendedor textil. Bear Stearns vendía
acciones al primer indicio de depreciación del valor, compraba al por mayor
para que cualquier mínima subida supusiera grandes beneficios y se aventuraba a
invertir en lo que la mayoría de competidores rechazaban.
La
definición de un buen 'trader' es una
persona que adquiere pérdidas. La definición de un ex 'trader' es la de uno que
trata de cubrir pérdidas”
Alan
Greenberg, expresidente y exconsejero delegado de Bear Stearns
De su padre
no solo heredó el espíritu comercial, sino también la determinación. Nacido en
1927 en una familia humilde en Oklahoma City, de joven despuntó como jugador de
fútbol americano, pero una lesión en la espalda truncó su carrera, aunque le
señaló el camino de los negocios. Tras graduarse en Administración de Empresas
en la Universidad de Misuri en 1949, probó suerte en Nueva York. Cinco bancos le rechazaron por carecer de
un diploma de una universidad de prestigio hasta que Bear Stearns le abrió
sus puertas.
Greenberg
tardó poco en mostrar sus habilidades y escaló meteóricamente aunque no olvidó
sus orígenes: se jactaba de no contratar a MBA sino a
PSD, un acrónimo inglés para pobre, listo y deseoso de ser rico. Él
mismo consiguió amasar una enorme fortuna con la salida a Bolsa del banco en
1985. Y nada parecía asustarle. El lunes negro de 1987 —en que la bolsa se
desplomó un 22%— se subió a su silla en la sala de transacciones, cogió un palo
de golf y anunció que al día siguiente no trabajaría. Sí lo hizo, pero más
tarde explicó que con ese gesto quería mostrar tranquilidad. Otra anécdota
curiosa eran sus numerosos documentos internos para reducir costes, el más
conocido el que pedía dejar de comprar clips.
Bear Stearns
superó con creces ese aciago día de 1987 pero 21 años después se hundió. Greenberg, que entonces era presidente, alegó haber
advertido de los riesgos de los crecientes negocios con hipotecas de baja
calidad pero que su sucesor y delfín como consejero delegado, James Cayne, le
ignoró. Repleto de activos sin valor, el banco se
hundió en marzo de 2008. La mayoría de los 14.000 empleados fueron despedidos y algunos perdieron todos sus ahorros, pero Greenberg sobrevivió sin
apenas rasguños: había vendido muchas de sus acciones el año anterior.
El veterano
ejecutivo fue reposicionado como
vicepresidente emérito de JPMorgan pero no se olvidó de sus comienzos: en
una de sus últimas muestras de generosidad -hizo frecuentes donaciones de
caridad en su vida- pagó una contribución durante seis años a 25 trabajadores
de bajos puestos que se habían quedado sin trabajo.
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