De
visita en el frente ucraniano
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Christopher
Bobyn ha viajado al
frente ucraniano. Lo que ahí vio le hizo recordar el invierno
de 1914: un conflicto congelado y
soldados aburridos. Un fotorreportaje desde el este
de Ucrania.
En el andén en Dnjepropetrowsk, el subteniente Igor y su
camarada Artem esperan pacientemente la llegada del fotoperiodista.
Sus
uniformes son de segunda mano, del
Ejército británico y alemán. Poco después, nos subimos a un automóvil
modelo Passat, de mediados de la década de los 90. “Apenas ayer nos dieron este
coche”, dice Igor. “Es un regalo de Holanda.
Sin embargo, no nos quieren enviar armas”.
Igor
y Artem pertenecen a la
unidad de avituallamiento del Ejército ucraniano. En su Passat transportan
comida y vendajes.
Cada día
viajan al frente.
En el camino se encuentran a
refugiados sin techo y soldados exhaustos.
Ambos grupos
dependen completamente de su ayuda, que en su mayoría proviene de donaciones
privadas.
.
Quien puede,
ha huido de este lugar desolador.
Camino al
frente, el árido paisaje se vuelve cada vez más árido. La tierra está agrietada
por los impactos de los proyectiles de artillería y los tanques han dejado sus
huellas en el lodo. Las trincheras y los búnker le dan un aire desolador al
paisaje, que me recuerda a la Primera Guerra Mundial.
Los
francotiradores de las unidades prorrusas esparcen permanentemente miedo. Los
dos oficiales señalan los techos de las
fábricas y las torres de las iglesias, y me advierten:
“Si te decimos que corras rápido, entonces
muévete. No queremos que nos maten por culpa de un fotógrafo”.
No obstante, no es fácil moverse rápido cuando
uno lleva puesto un chaleco antibalas de 12 kilos, un casco y carga tres cámaras
y una bolsa llena de objetivos.
En el búnker
reina el aburrimiento.
Después de
los combates de los últimos meses, solo quedan ruinas
de la ciudad de Marinka. De cara al frágil alto al fuego reina una tensa
calma. “No va a ser una pausa larga, por ello, nos tenemos que preparar para
los próximos combates”, dicen dos soldados jóvenes mientras cargan
cajas de municiones.
Usan viejos
uniformes polacos.
A solo 400
metros de distancia se encuentran las posiciones de los separatistas.
Continuamos
nuestro camino a lo largo del frente. Los soldados se alegran cuando ven llegar
el Passat, porque saben que Igor y Artem les traen comida y ropa interior
larga. Asimismo, los periódicos son muy
codiciados, porque con ellos se puede matar el tiempo, mientras dura el
alto al fuego.
Un soldado
observa las posiciones del enemigo.
Ya desde
hace más de tres meses los hombres de la sexta compañía viven en las trincheras
de la estación nueve. “Storm”, como se hace llamar el comandante, dice que el
pasado viernes, 13 de febrero, fueron
atacados la última vez con artillería.
Detrás de
los costales de arena, los soldados leen los periódicos recién llegados y
desayunan tocino donado y mermelada casera. Hace frío. El Ejército se ha
atrincherado en una región que se ha vuelto inhabitable.
.
Los soldados se distraen con café, celulares y periódicos.
Más tarde,
mientras bebemos café en un búnker frío con paredes de metal, algunos soldados
nos muestran en sus celulares imágenes de camaradas caídos.
Otros hablan
por teléfono con sus familias.
Lo bueno de
la guerra civil es que uno les puede desear buenas noches a sus hijos sin tener
que pagar una llamada de larga distancia.
Los soldados
en el búnker parecen casi empleados de una oficina, que están haciendo horas
extra y, entre tanto, se reportan en casa.
Es un mundo
surreal.
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