El
Estado Islámico extiende sus tentáculos hasta el África negra
http://internacional.elpais.com/internacional/2015/03/13/actualidad/1426274600_855747.html
El grupo acepta la afiliación de Boko
Haram en una alianza que prevé impulsar la captación de combatientes en plena
guerra contra el yihadismo
ÓSCAR
GUTIÉRREZ
Madrid
13
MAR 2015 –
20:59 CET
Fotograma del líder de Boko Haram, Abubaker Shekau, el pasado
marzo. / AFP
Ya lo decía
el principal órgano de propaganda del Estado Islámico (EI), la revista Dabiq,
en su segundo número —y van a por el octavo—: la prioridad de un musulmán es
emigrar al califato; si no puede, debe jurar lealtad al califa Ibrahim.
Primero, para mostrar fidelidad, y,
segundo, para “llenar los corazones de los
infieles de dolorosa agonía”.
El líder de
la secta islamista nigeriana Boko Haram, Abubaker Shekau, ha cumplido: optó
hace siete días por mostrar obediencia y
ponerse a las órdenes del líder del EI, Abubaker al Bagdadi, esto es, el califa Ibrahim
—nombre de pila del terrorista iraquí—.
Este jueves,
el portavoz del grupo yihadista, el sirio Abu Mohamed
al Adnani, informaba de que Al Bagdadi aceptaba el bay’ah (juramento de lealtad) de Boko Haram, que ganó
especial notoriedad con el secuestro el pasado abril de más de 200 alumnas que
siguen desaparecidas.
El noreste
de Nigeria, región en la que la brutal secta concentra sus fuerzas, pasa así a
formar parte de la lista de provincias ansiadas por Al Bagdadi, y permite al
EI relanzar
la yihad global, precisamente en plena ofensiva militar contra el terrorismo
islamista, tanto en Mesopotamia como en el África occidental.
Se ha
abierto, dice Al Adnani en el audio difundido
este jueves,
“una nueva puerta para
que emigres [yihadista] a la tierra del islam y el combate”.
Es decir, el
portavoz sirio, miembro destacado del órgano de gobierno del califato, dice a
los futuros combatientes que si no
pueden cumplir con su mandato en Siria e Irak, escenario de una potente
campaña militar en su contra, la región al sur del lago
Chad también vale. “El efecto más claro”,
indica el teniente coronel Jesús Díez Alcalde, del Instituto Español de
Estudios Estratégicos (IEEE), “es el efecto llamada para yihadistas de la región”.
“No se van a coordinar
entre los dos grupos”, prosigue el analista, “pero el EI va a pasar a centralizar el mensaje, la propaganda y la
extensión del califato”.
Ningún
analista consultado imagina que unos y otros empiecen a intercambiar
milicianos.
La distancia
física es un obstáculo: desde el bastión del EI en Mosul
(norte de Irak), hasta la localidad de Gwoza, cuartel general de Shekau,
hay más de 6.300 kilómetros.
El objetivo
es otro.
Por un lado,
señala Díez Alcalde, “el
EI pone su pica en Flandes en África, buscando legitimidad y la demostración de
que no tiene límites”. Por otro lado, continúa el teniente coronel, “Boko Haram busca
una salida”, en medio de una ofensiva creciente de tropas de Nigeria, Níger, Chad y Camerún, que por ahora les
“está dando duro”. “Cuanta más inestabilidad, mejor para la captación de
yihadistas”, afirma.
Comparte el
mismo análisis la experta del think tank norteamericano Instituto para el Estudio de la Guerra Harleen Gambhir.
“El juramento de
lealtad de Boko Haram contribuye a la campaña de terror y caos que pretende el
Estado Islámico”.
Y esta es
una de las claves fundamentales para, primero, sobrecoger a la opinión pública
y, segundo, hacerse con la voluntad de los musulmanes radicalizados dispuestos
a emigrar.
Gambhir alerta, no obstante, de que son
muchas las incógnitas sobre esta alianza.
Entre ellas,
la analista duda de que Al Bagdadi quiera que su califato, físicamente, lleve
sus fronteras más allá del norte de Siria e Irak, territorio que puso la
semilla de su gran atractivo entre los integristas. “Además”, apostilla
Gambhir, “poco sabemos de Shekau [líder de Boko
Haram]”.
La
mímesis africana
Desde que el
2 de marzo, el brazo mediático de Boko
Haram, Al Urwah al Wuthqa Foundation, lanzase
un vídeo en el que milicianos de la secta nigeriana degollaban a dos supuestos
espías, los centros de análisis se pusieron sobre la pista de una alianza a
punto de forjarse.
Su factura,
lejos de la calidad de los montajes del Estado Islámico
(EI), imitaba no obstante la forma y brutalidad de los vídeos grabados a los
dos lados de la frontera sirio-iraquí.
Ya antes, el
líder de la secta nigeriana, Abubaker Shekau,
había hecho guiños claros al EI. A finales del
pasado mes de agosto, Shekau, como hiciera dos meses antes en Mosul el iraquí
Abubaker al Bagdadi, declaraba su califato en la localidad de Gwoza, en el
golpeado Estado de Borno, en el noreste de Nigeria.
Gwoza fue la guinda de un campaña por la
conquista de territorio a punta de Kaláshnikov a imagen y semejanza de lo que
hiciera el EI durante 2013 y 2014 en Siria e Irak,
una táctica muy alejada de los atentados sectarios con los que Boko Haram
inició su andadura más brutal.
Se sabe que
tanto él como sus secuaces siguen a pies juntillas el salafismo,
una corriente al dictado de la interpretación más rigorista —y en este caso,
violenta— de la sharía o ley islámica.
También lo
hacen los fieles al califato. Comparten brutalidad, secuestros,
decapitaciones... Pero son muchas las diferencias, aunque sobresalen, por
encima de todas, las étnicas.
Las
relaciones entre yihadistas árabes y africanos,
ni cuando Al Qaeda se llevaba la palma de la yihad global ni ahora, han sido
fluidas. “No
habrá yihadistas árabes en Nigeria, ni nigerianos en las filas del EI”,
augura el teniente coronel del IEEE.
La hoja de
ruta de Al Bagdadi en su expansión del califato ha sido, además, muy distinta
al norte y sur del Sahel. El pasado 10 de
noviembre, medios bajo el sello del EI difundían cinco comunicados en audio con
el juramento de lealtad de yihadistas de Libia, Yemen,
Arabia Saudí, así como de los grupos argelino
Jund al Khilafah (Soldados del califato) y egipcio
Ansar Beit al Maqdis, también conocido como los Fieles
de Jerusalén.
Tres días
después, Al Bagdadi aceptaba los bay’ah y anunciaba la formación de provincias (wilayats) en las cinco regiones.
Aún más, el califa Ibrahim informó de que
enviaría gobernadores para llevar su palabra y acción.
Así ha sido, por ejemplo, en Libia, adonde se ha dirigido el veterano iraquí Abu Nabil al Anbari para dividir el país entre
las provincias Tripolitana (oeste), Cirenaica (este) y
Fizan (suroeste).
Dos meses
después, el portavoz Al Adnani añadía una nueva provincia —superan la veintena
contando las de Siria e Irak— bajo el nombre de Khorasan
(Afganistán y Pakistán), bajo el mando del grupo Tehrik e Taliban.
Es esa la
franja geográfica natural ansiada por Al Bagdadi. Más improvisada,
aparentemente, y visceral ha sido la alianza con Boko Haram, el grupo
terrorista más grande y cruel de África. Un matrimonio de conveniencia que
esconde un gran un esfuerzo de propaganda, como
señala Charlie Winter, experto del centro de análisis
británico Quilliam Foundation: “Es la clave del
éxito del califato”.
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