Ensayo:
Inmigración e Islam, la crisis de fe de Europa
http://lat.wsj.com/articles/SB10360088916158143965604580425861385521740?tesla=y
Por Christopher Caldwell
martes,
27 de enero de 2015
14:36 EDT
Dos mujeres
hablan frente a una corte en Meaux, cerca de París. European
Pressphoto Agency
El atentado
terrorista contra la revista satírica francesa Charlie
Hebdo el 7 de enero podría haber sido planeado por la filial de Al Qaeda
en Yemen. Pero el ataque, junto con otro registrado en un mercado kosher de
París días después, fue perpetrado por musulmanes franceses descendientes de
olas de inmigración recientes desde el norte y el occidente de África. Mucho
antes de los ataques, que dejaron 17 muertos, los franceses discutían la
posibilidad de que las tensiones con la propia comunidad musulmana del país
estuvieran llevando a Francia a algún tipo de confrontación armada.
Considere a
Éric Zemmour, experto en debates televisivos y polémicas. Su historia del
colapso del orden político de posguerra en Francia, “Le suicide français”,
encabezó la lista de best-sellers durante varias semanas a fines del año
pasado.
“Hoy, nuestras elites
piensan que Francia es la que debe cambiar para adaptarse al islam, y no al
revés”, dijo
Zemmour en un programa de TV en octubre, “y creo que con este sistema, nos
encaminamos a una guerra civil”.
Más
recientemente, Michel Houellebecq publicó “Submission”, una novela ambientada en el futuro
cercano. En el libro, la reelección del actual presidente francés, François
Hollande, atrajo partidarios para un grupo oscuro que proclama su identidad
europea. “Tarde o temprano, la guerra civil entre los musulmanes y el resto de
la población es inevitable”, explica un simpatizante. “Llegan a la
conclusión de que mientras antes comience la guerra, mejores chances tendrán de
ganarla”. Publicada la mañana de los ataques, la novela de Houellebecq
reemplazó al libro de Zemmour al tope de la lista de best-sellers, donde se
mantiene.
Dos días
después de los asesinatos de Charlie Hebdo, hubo una preocupante señal en el
sitio web de Le Monde de cómo estaban
pensando los franceses. Un artículo sobre la matanza superó ampliamente a los
demás en popularidad. Las reacciones de los líderes europeos fueron compartidas
unas 5.000 veces, las historias de niños musulmanes con sentimientos
encontrados unas 6.000 veces, y un relato detallado de la reunión editorial de
Charlie Hebdo que se realizaba cuando comenzó el ataque, 9.000 veces. Todas
eran superadas por una historia sobre represalias, compartida 28.000 veces:
“Mezquitas se convierten en blancos, los franceses musulmanes están
intranquilos”. Esos clics son el sonido del temor francés a que algo mayor
podría estar en camino.
El problema
de Francia tiene elementos de una amenaza militar, un conflicto religioso y un
violento movimiento de derechos civiles. No es único. Cada país de Europa
Occidental tiene una versión. Durante medio siglo, millones de inmigrantes de África del Norte y sub-Sahariana llegaron
atraídos por perspectivas de trabajo, bienestar, matrimonio y un refugio de la
guerra.
Hay
unos 20 millones de musulmanes en Europa, y unos 5 millones están en Francia, según el demógrafo Michèle Tribalat.
Eso representa alrededor de 8% de la población de
Francia, comparado con alrededor de 5% en total en el Reino Unido y Alemania.
Este tipo de
inmigración no es algo que los europeos hubieran aceptado en cualquier otro
momento de su historia en general xenófoba, y los políticos que lo permitieron
no tuvieron suerte. El movimiento coincidió con un colapso de las tasas de
natalidad europeas, que le dieron a la inmigración un impulso imparable, y con
el ascenso del islam político moderno, que le dio a la diáspora un componente
radical.
Marine
Le Pen, líder del
partido de ultra derecha y anti inmigración Frente Nacional. Getty Images
Por qué
Europa ha tenido estos problemas se puede entender parcialmente al contrastarlo
con Estados Unidos. Los estados de bienestar europeos son más desarrollados y,
hasta hace poco, más abiertos a quienes no son ciudadanos, por lo que la
inmigración ilegal o “subterránea” ha sido baja. Pero las tasas de empleo
también han sido bajas. Si los estadounidenses han considerado tradicionalmente
a los inmigrantes como el segmento de su población que más se esfuerza en su
trabajo, los europeos han tenido el estereotipo opuesto. A comienzos de los
años 70, 2 millones
de los 3 millones de extranjeros en Alemania integraban la fuerza laboral;
para comienzos de este siglo, 2 millones de 7,5 millones trabajaban.
Europa no
sólo quedó desorientada por el trauma de la Segunda Guerra Mundial. También
quedó desmoralizada y paralizada por la memoria del nazismo y el continuo
desmantelamiento del colonialismo. Los líderes sintieron que no tenían la
estatura moral para enfrentar problemas obvios, de la misma forma como los
líderes estadounidenses evitaron ciertos temas raciales tras la desegregación.
Los europeos
sacaron las lecciones equivocadas del movimiento de derechos civiles
estadounidense. En EE.UU., había dos temas separados que eran la raza y la
inmigración. En Europa, ambos problemas son inseparables desde hace tiempo. Los
votantes preocupados por la inmigración fueron acusados ampliamente de racismo,
o luego de “islamofobia”.
En Francia,
el antiracismo se enfrentó a la libertad de expresión. La aprobación de la Ley Gayssot de 1990, que castigó la negación del Holocausto,
marcó un antes y un después. Activistas buscaron expandir esas protecciones al
limitar la discusión de una variedad de eventos históricos: la esclavitud, el
colonialismo, los genocidios en otros países. Esto tuvo respaldo institucional.
En los años 80, el partido socialista del presidente François Mitterrand creó
una organización no gubernamental llamada SOS Racisme para movilizar a votantes
pertenecientes a minorías y perseguir a quienes trabajaban contra sus
intereses.
Organizaciones
más antiguas, como el Movimiento contra el Racismo y por la Amistad entre los
Pueblos, el cual fue inspirado por el comunismo, se especializaron en amenazar
con demandas (a veces concretadas) contra intelectuales europeos por el menor
traspaso de la corrección política: la fallecida periodista Oriana Fallaci por
su lamento por 11 de Septiembre “The Rage and Pride”,
o el filósofo Alain Finkielkraut por
dudar de que los disturbios de 2005 en los guetos suburbanos de Francia se
debían al desempleo.
Los códigos
del discurso han hecho poco por facilitar el ingreso de los inmigrantes y sus
hijos a la fuerza laboral, o para reducir el crimen. Pero han intimidado a los
votantes europeos, han aislado a los políticos de las críticas y han convertido
ciertos temas cruciales en tabús. Los problemas de inmigración y étnicos se han
asociado de cerca con la construcción de la multinacional Unión Europea. Los sentimientos “anti-europeos” siguen en
aumento.
Los europeos
estaban tan impresionados con su propia generosidad que no notaron que la
población de inmigrantes de segunda y tercera generación crecía y se
fortalecía, se unificaba y se volvía menos propensa a aceptar una instrucción
moral. Esto es en parte un problema demográfico. Desde
la caída del muro de Berlín, Europa Occidental ha mostrado algunas de las tasas
de nacimientos más bajas de cualquier civilización de la que se tenga registro.
Sin
inmigración, la población europea se reduciría en 100 millones para
mediados de siglo, según estimaciones de la ONU.
Cuando
comenzó la inmigración masiva, los europeos no pensaron mucho en la influencia
del islam. En los años 60, podrían haber existido temores de que un norafricano
fuera, por ejemplo, un nacionalista árabe, pero no un potencial jihadista.
Demasiados europeos olvidaron que la gente carga un largo pasado, y que, aún
cuando no es así, a veces lo desean. La cultura europea, materialista,
adquisidora, adversa a Dios y la familia, parecía fría, muerta y poco
satisfactoria a los ojos de muchos musulmanes.
Los europeos
no sabían lo suficiente sobre el trasfondo cultural de los musulmanes como para
intimidarlos de la misma forma en que lo hicieron con los nativos. Los
musulmanes no sintieron ninguna de las culpas históricas sobre el fascismo y el
colonialismo que afectaron tanto a los europeos no musulmanes. Tenían una
libertad de acción política de la que carecían los europeos.
Conforme la
política europea se volvió más aburrida y había menos en juego, muchos
románticos políticos miraron con envidia a las aspiraciones de los musulmanes
pobres, en particular en relación a los palestinos. Su pudo ver una pista de
esto recientemente cuando un periodista de la BBC interrumpió a una francesa
afectada porque habían intentado asesinar judíos en un supermercado kosher,
para decir: “Los palestinos sufren enormemente a manos judías”.
En un mundo
que recompensaba la “identidad”, los inmigrantes musulmanes eran aristócratas.
Los que se radicalizaron desarrollaron el tipo más monstruoso de
autovaloración. Un momento escalofriante en el más reciente drama terrorista se
produjo cuando la cadena de TV RTL llamó por teléfono al supermercado kosher
donde el maliano-francés Amedy Coulibaly apuntaba su arma a sus rehenes. No
quiso hablar pero colgó el teléfono sin prestar atención. El diario Le Monde
pudo publicar la transcripción de la estupidez que expresó entonces:
“Siempre
intentan hacerte creer que los musulmanes son terroristas. Yo nací en Francia.
Si no hubieran sido atacados en otros lugares, yo no estaría aquí (...) Piensen
en la gente que tenía Bashar al-Assad en Siria. Estaban torturando gente (...)
No intervenimos durante años (...) Luego los bombardeos, coalición de 50.000
países, todo eso (...) ¿Por qué lo hicieron?”.
La comunidad
musulmana no debe ser confundida con los terroristas que produce. Pero por sí
misma, probablemente carece de los medios, la inclinación y el coraje de
enfrentarse a la facción, por más pequeña que sea, que apoya el terrorismo.
Cuando
Charlie Hebdo imprimió una cubierta conmemorativa una semana después de los
ataques con una imagen de su polémico personaje de historieta “Muhammad”, fue
como si los ataques nunca se hubieran producido: voceros de la comunidad
musulmana, incluso moderados, emitieron advertencias severas sobre el insulto a
ellos y sus correligionarios. Para muchos musulmanes en Francia y el resto de
Europa, los nuevos dibujos eran evidencia no de que los terroristas no habían
logrado aniquilar una revista, sino que de los franceses no habían prestado
atención a una advertencia.
Puede
parecer duro criticar a los franceses cuando están de luto, pero están
respondiendo hoy con herramientas que les fallaron en crisis previas. Miran
reflexivamente a su propia supuesta intolerancia como siempre, de alguna forma,
la causa última del terrorismo islámico, y limitan sus esfuerzos a lograr que
comunidades de minorías se sientan más a gusto.
Los misteriosos disturbios
de 2005 en Francia
—que duraron casi tres semanas, durante
los cuales los manifestantes no hicieron demandas y no presentaron líderes—
fueron atribuidos a las carencias. Los medios franceses respondieron con un
intento de contratar más presentadores de noticias y reporteros que no fueran
blancos, y el gobierno prometió gastar más en los suburbios. Ahora, luego de
los asesinatos en París, las contradicciones se siguen acumulando:
-
Sobre religión: Hollande
ha insistido en que los ataques “no tienen nada que ver con el islam”. A la
vez, el primer ministro Manuel Valls habla de “islam moderado” y critica el
“conservadurismo y oscurantismo”, como si la violencia estuviera completamente
relacionada con el islam, e incluso con la devoción religiosa en general.
-
Sobre espionaje:
sectores del gobierno francés culpan a las fallas de inteligencia, ya que los
servicios secretos siguieron la pista de los asesinos de Charlie Hebdo Said y
Chérif Kouachi hasta mediados del año pasado. Pero los funcionarios del
gobierno hacen alarde de su falta de disposición por principios de aprobar una
“Ley Patriota a la francesa”, aún cuando usan diariamente inteligencia reunida
por EE.UU.
- Sobre odio religioso: la ministra de Justicia
Christiane Taubira anunció un asalto total al “racismo y anti-semitismo”, y
prometió que quienes atacan a otros debido a su religión serán combatidos “con
rigor y resolución”. En teoría, esto suena como una promesa de proteger a los
compradores judíos para que no sean asesinados en las tiendas de sus
vecindarios. En la práctica, significará colocar límites a cualquier indagación
sobre la dinámica interna de las comunidades musulmanas y podría terminar
aumentando la amenaza terrorista en lugar de disminuirla.
Lo que se
mantiene es la sordera del gobierno y los principales partidos de Francia a la
opinión pública (y el voto popular) sobre los temas de inmigración y una
sociedad multiétnica. Los índices de aprobación de Hollande han subido desde
los ataques, pero aún permanecen por debajo de 30%. En enero de 2013, según el
semanario L’Express, 74% de los franceses indicaron que el islam “no es
compatible con la sociedad francesa”. Aunque esa cantidad bajó el año pasado,
es casi seguro que ahora será mayor.
Los votantes
en toda Europa se sienten abandonados por la clase política dominante, por lo
cual los partidos populistas están en ascenso en todos lados. Más allá de cual
sea el mayor problema inicial de estos partidos en cada país, todos terminan,
por la demanda de sus votantes, poniendo a la inmigración y el
multiculturalismo en el centro de sus preocupaciones.
En
Francia, el Frente Nacional, un partido con antecedentes de extrema derecha, ha sido el gran
beneficiario. En las últimas elecciones nacionales, para el Parlamento Europeo,
el FN, liderado por Marine Le Pen, encabezó las encuestas. Pero los socialistas
en el poder dejaron de lado al FN en las recientes ceremonias nacionales de
luto, limitando la participación en la marcha en París a aquellos partidos que
calificó de “republicanos”. Esto corre el riesgo de dañar la causa del
republicanismo más que la causa de Le Pen y sus seguidores.
Los actos de
terrorismo pueden producirse sin sacudir un país hasta sus cimientos. Estos
ataques más recientes, tan horrendos como fueron, podrían ser superados si la
mayoría en Francia se sintiera segura. Pero no es así. Gracias
a guerras en Irak, Siria y Yemen, miles de jóvenes que comparten la indignación
de los Kouachis y Coulibaly ahora están entrenados en combate y
fuertemente armados.
Francia,
como Europa más en general, ha sido descuidada durante décadas. No ha
reconocido que los países libres son para gente lo suficientemente fuertes como
para defenderlos. Una disposición a unir fuerzas y marchar en solidaridad es
una buena respuesta inicial a los espantosos eventos de principios de enero. No
será suficiente.
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