El crimen organizado estatal fue el que ayudo a que gane la actual presidenta brasileña Dilma Rousseff
Opinión:
Un escándalo creciente de corrupción sacude a Brasil
http://lat.wsj.com/articles/SB11394256107670264387204580577070496142094?tesla=y
Fondos
robados de compañías estatales pueden haber ayudado a la reelección de la
presidenta Dilma Rousseff.
Por MARY ANASTASIA O’GRADY
domingo,
12 de abril de 2015
22:14 EDT
La
presidenta de Brasil Dilma Rousseff. Reuters
El ex candidato a la presidencia de Brasil, Aécio Neves,
habla por muchos de sus compatriotas cuando asegura que el Partido de los Trabajadores, al cual pertenece la presidenta Dilma
Rousseff, usó fondos robados para derrotarlo en la segunda vuelta de las
elecciones presidenciales brasileñas en octubre pasado.
En una
entrevista en Lima el mes pasado, le pregunté a Neves
—quien preside el Partido de la Social Democracia
Brasileña— si perdió las elecciones debido a que el socialismo de
Rousseff, quien es de extrema izquierda, tenía un mayor atractivo para los
brasileños que su plataforma más orientada al mercado.
Negó esa
posibilidad. Me dijo que perdió debido al
“crimen organizado”.
Neves,
ex gobernador del estado de Minas Gerais, no se refería a la mafia. Hablaba de una supuesta operación de desfalco en la petrolera estatal Petróleo
Brasileiro SA, conocida como Petrobras.
Los fiscales aseguran que los
contratistas de Petrobras obtuvieron permiso para incrementar el costo de los
contratos y remitir el excedente como sobornos a la petrolera, la cual pasó
cientos de millones de dólares a políticos y, crucialmente, al PT.
El partido
gastó grandes cantidades de dinero para ganar las elecciones, y ahora parece
que pudo lograrlo gracias a los millones
en contribuciones supuestamente ilegales que fluyeron desde la petrolera.
De ser cierto, este sería un delito y muy bien
organizado.
El escándalo
sigue creciendo. Es como si los fiscales hubieran tirado de una hebra suelta y
con ello hubieran comenzado a deshilar una cobija que cubría no sólo uno, sino
decenas de negocios turbios. Sin embargo, a medida que se conocen los detalles
—que supuestamente involucran cientos de miles de
millones de dólares robados no sólo a Petrobras, sino a otras empresas
estatales— Brasil corre el riesgo de pasar por alto la lección más importante.
Las
autoridades deben hacer que los ciudadanos respondan por sus acciones, pero el enorme rol del Estado en la economía es
lo que condujo a este desastre. Reemplazar a los participantes por personas
que parezcan más honestas no eliminará la causa de la corrupción.
Las
compañías estatales son controladas por la clase política. Siempre será grande
la tentación de usar a las empresas como un jarro de galletas al que se le
puede meter mano, particularmente cuando los precios están en alza y hay
grandes cantidades de dinero en juego.
Esperar que los políticos no intenten
apoderarse de esos recursos es como confiarle a un zorro la custodia de una
gallina gorda.
A la mayoría
de los brasileños poco les importa si Rousseff es honesta cuando dice que no
sabía sobre los sobornos. Su problema, como insinúa Neves, es que las
acusaciones han puesto en duda la legitimidad de su
ajustada victoria, por un margen de cerca de 3%. Su partido se está
defendiendo de las acusaciones, pero mientras tanto Rousseff no está en
condiciones de liderar.
El 15 de
marzo, cerca de un millón y medio de brasileños salieron a las calles del país
para protestar contra el gobierno. En una encuesta de Datafolha
realizada a mediados de marzo, 62% de los
entrevistados calificaron el gobierno de Rousseff como “malo” o “terrible”.
En una
economía en alza, la reacción del público ante las revelaciones podría ser
diferente. Pero esta crisis política no podría llegar en peor momento para las
arcas brasileñas. La inflación está cerca de 8%,
la economía no creció en 2014 y en 2015 podría
contraerse casi 2%, según CIBC World Markets.
Rousseff ha
nombrado a Joaquim Levy, respetado economista de
la escuela de Chicago, para que encabece el Ministerio de Hacienda. Su plan
pide un regreso a la disciplina fiscal, pero requiere la ayuda en el Congreso de los aliados del PT , como el poderoso Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB).
El partido ha sido reacio, y cuando dé su apoyo Rousseff tendrá que cargar con
el costo político del ajuste. Así que incluso si Levy tiene éxito, la
popularidad de Rousseff quizás no se recupere.
Es probable
que el escándalo se extienda, debido a su tamaño y complejidad. El mes pasado, los fiscales acusaron al tesorero del PT, João Vaccari,
de solicitar esas “donaciones” al partido. La semana pasada, al declarar ante
un comité del Congreso, Vaccari negó
haber cometido crimen alguno.
Un problema
puede haber sido que un proceso de adjudicación vedado a participantes
internacionales invitaba a la colusión. Los fiscales han acusado de lavado de dinero y corrupción a cuatro ex ejecutivos de
Petrobras y cerca de otras dos decenas de personas pertenecientes a un puñado
de grandes firmas brasileñas de ingeniería.
Casi 50 políticos de una gama de partidos también están siendo
investigados.
La
indignación por la corrupción es un indicio de lo vibrante que es la sociedad
civil brasileña. La independencia del poder judicial también es una buena
noticia. Como lo informaron los reporteros de The
Wall Street Journal Will Connors y Luciana
Magalhaes el 6 de abril, el pequeño equipo de fiscales está bien
entrenado. El trabajo investigativo de alto nivel ha continuado pese a que toca
directamente a individuos poderosos. En un país que ha tenido problemas para
hacer cumplir la ley, esto es todo un hito.
Pero no es
suficiente. Como me dijo la semana pasada Rafael
Schechtman, un socio de la firma de consultoría en energía CBIE, con
sede en Rio de Janeiro, “cuando la clase política está involucrada
en la dirección de las empresas, la corrupción se institucionaliza”.
Castigar a los ladrones es una respuesta necesaria pero insuficiente a lo que
esencialmente es un problema de gobernanza causado por la política de propiedad
estatal.
Escriba a O’Grady@wsj.com
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