Premio Nobel Paul Krugman felicita el triunfo del No en Grecia
y propone adoptar el Dracma y devaluar.
Poner
fin a la sangría de Grecia
http://economia.elpais.com/economia/2015/07/06/actualidad/1436205686_356312.html
Incluso los partidarios más
fervientes de la Unión Europea deberían respirar aliviados
EDITORIAL |
Política de altura
PAUL
KRUGMAN
6
JUL 2015 –
Un operario
realiza tareas de mantenimiento en la sede del BCE, en Fráncfort (Alemania). / HANNELORE FOERSTER (GETTY)
Europa
esquivó una bala el domingo.
Frustrando
muchas predicciones, los votantes griegos respaldaron con contundencia el
rechazo de su Gobierno a las demandas de los acreedores. E incluso los
partidarios más fervientes de la Unión Europea deberían respirar aliviados.
Naturalmente,
no es así como lo ven los acreedores. Su versión, de la que se ha hecho eco
buena parte del sector mediático, es que el fracaso de su intento por
amedrentar y someter a Grecia ha sido un triunfo de la irracionalidad y la
irresponsabilidad sobre los sensatos consejos tecnócratas.
Sin embargo, la campaña de la
intimidación —el
intento de aterrorizar al pueblo griego cortando la financiación de los bancos
y amenazando con el caos general, con un objetivo casi ostensible de echar al
actual Gobierno de izquierdas— fue un episodio
vergonzoso en una Europa que afirma creer en los principios
democráticos. Si dicha campaña hubiese tenido éxito, se habría sentado un
precedente terrible, aun cuando los acreedores tuvieran razón.
Para más
inri, no la tienen. La realidad es que los supuestos tecnócratas europeos son
como los médicos medievales que insistían en sangrar a sus pacientes, y cuando su
tratamiento los debilitaba aún más, exigían nuevas sangrías. Un sí en Grecia
habría condenado al país a más años de sufrimiento con políticas que no han
funcionado y que, aritmética en mano, no pueden funcionar: es probable que la austeridad contraiga la economía a mayor velocidad
de lo que reduce la deuda, con lo que todo el sufrimiento es en vano.
La victoria
aplastante del no ofrece al menos una oportunidad para esquivar esta trampa.
¿Pero cómo
se puede ingeniar un escape semejante?
¿Existe alguna forma de que Grecia continúe en
el euro? Y en cualquier caso, ¿es lo ideal?
La pregunta
más inmediata concierne a los bancos griegos. Antes del referéndum, el Banco
Central Europeo cortó el acceso a los fondos adicionales, propiciando el pánico
y obligando al Gobierno a cerrar los bancos e imponer controles de capitales.
Ahora el BCE
se enfrenta a una decisión peliaguda: en
caso de reanudar la financiación normal estará admitiendo que la congelación
previa era política; pero si no lo hace, a efectos prácticos estará
obligando a Grecia a introducir una nueva moneda.
En concreto,
si el dinero no empieza a fluir desde Frankfurt (sede central del BCE), Grecia no tendrá más remedio que empezar a pagar los sueldos
y las pensiones con pagarés, lo que constituiría de hecho una moneda
paralela, y que pronto podría convertirse en el nuevo dracma.
Supongamos,
en cambio, que el BCE reanuda los préstamos normales y que la crisis bancaria
amaina. Eso no resuelve la cuestión de cómo reanudar el crecimiento económico.
En las
negociaciones fracasadas que condujeron al referéndum del domingo, el principal
escollo era la petición griega de obtener un alivio permanente de la deuda que
eliminase el nubarrón que cubre su economía. La troika —las instituciones que
representan los intereses de los acreedores— se negó, aunque ahora sabemos que
uno de los miembros de la troika, el Fondo Monetario
Internacional, había llegado a la conclusión, de manera independiente, de que
la deuda de Grecia no puede pagarse.
¿Se lo
pensarán mejor, ahora que el intento para echar del Gobierno a la coalición de
izquierdas ha fracasado?
No tengo ni
idea, y en cualquier caso, ahora existe un argumento potente de que la salida
de Grecia del euro es la mejor de las malas opciones.
Imaginemos,
por un momento, que el país heleno nunca hubiese adoptado la moneda común; que
se hubiera limitado a establecer el valor del dracma con relación al euro.
Según un análisis
de economía elemental, ¿qué habría que hacer
ahora? La respuesta, abrumadora, sería que Grecia debería devaluar,
dejar caer el valor del dracma, tanto para fomentar las exportaciones como para
salir del ciclo de deflación.
Por
supuesto, Grecia ya no tiene su propia moneda, y muchos analistas solían
afirmar que la adopción del euro era un paso irreversible; a fin de cuentas,
cualquier indicio de salida desencadenaría un pánico bancario y una crisis
financiera devastadora.
Sin embargo, a estas alturas, esa
crisis financiera ya se ha producido, y los mayores costes de la salida del euro ya se han
pagado. Así pues, ¿por qué no ir en busca de los
beneficios?
¿Funcionaría
la salida de Grecia del euro igual de bien que la exitosísima devaluación
islandesa de 2008 y 2009,
o el abandono en Argentina de la política de equiparar el peso al dólar de 2001
y 2002? Puede que no; pero pensemos en las alternativas. A menos que Grecia
obtenga una quita considerable de su deuda, y puede que ni siquiera entonces,
abandonar el euro supone la única vía de escape plausible de su interminable
pesadilla económica.
Y seamos
claros: que Grecia acabe abandonando el euro no significará que los griegos son
malos europeos. El problema de la deuda griega refleja tanto la
irresponsabilidad de los acreedores como la de los deudores y, en cualquier
caso, los griegos ya han pagado con creces por los pecados de su Gobierno.
Si no pueden salir adelante
con la moneda común europea es porque dicha moneda no ofrece un respiro a los
países en apuros.
Ahora, lo más importante es hacer todo lo que
sea necesario para acabar con la sangría.
Paul
Krugman recibió el premio Nobel de Economía en 2008.
© The New York
Times Company, 2015.
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