Varoufakis:
“No voy a aceptar esto, que no cuenten conmigo” (ex ministro de economía de Grecia
que renuncio ante la traición inconcebible de Tsipras y de la mayoría de Syriza)
http://internacional.elpais.com/internacional/2015/07/14/actualidad/1436888104_303172.html
El
exresponsable ofrece su punto de vista tras su dimisión y antes de que su país
firmara el pacto con los acreedores
HENRY
LAMBERT
14 JUL 2015 - 22:48 CEST
Yanis
Varoufakis antes de una reunión en el Parlamento heleno el 10 de julio. /
THANASSIS STAVRAKIS (AP)
Pregunta: ¿Qué tal está después de
dimitir?
Respuesta:
Me encuentro muy bien, sin esa vida enloquecida, absolutamente inhumana,
durmiendo dos horas al día durante cinco meses, con la presión de negociar una
postura que me resultaba difícil de defender. Había muchas cosas interesantes,
pero también, al estar dentro, se confirmaron mis peores temores.
La total falta de escrúpulos
democráticos de los supuestos defensores de la democracia europea.
Saber que
nuestro análisis y el de ellos era el mismo y que, al mismo tiempo, nos miraban
de frente y nos decían: ‘Tenéis razón, pero os vamos a aplastar de todas
formas’.
P. Usted ha dicho que los acreedores
no le soportaban “porque en el eurogrupo intento hablar de economía, que es
algo que no hace nadie”.
R. No es que
sentara mal, es que se negaban por completo a debatir argumentos económicos.
Era plantear un argumento que te habías preparado mucho para asegurar su
coherencia lógica y encontrarte con miradas en blanco. Como si no hubieras
hablado. Y eso resulta llamativo para alguien acostumbrado al debate académico,
en el que la otra parte siempre responde.
P. Cuando llegó usted, a principios
de febrero, no habría una postura unificada...
R. Había
varios que simpatizaban con nosotros a nivel personal, a puerta cerrada, sobre
todo representantes del FMI. Pero dentro del eurogrupo, aparte de unas cuantas
palabras amables, nada. [El ministro alemán de Finanzas, Wolfang] Schäuble
siempre mantuvo la misma actitud: ‘El programa no se discute, porque el
gobierno anterior lo aceptó y no vamos a cambiar por una elección. Con 19
países, siempre hay alguna elección pendiente y, si cada vez cambiáramos las
cosas, los contratos entre nosotros no tendrían ningún valor’. Entonces tuve
que responder que quizá no habría que celebrar
elecciones en los países endeudados, y nadie me respondió, un silencio
que solo puedo interpretar como que les parecía buena idea pero difícil de
llevar a la práctica. Así que el que no firmara se quedaría fuera.
P. ¿Y Merkel?
R. No tenía
ninguna relación con ella, porque los ministros de Finanzas hablan con sus
homólogos, y el primer ministro es el que habla con la canciller. Me da la
impresión de que ella era muy distinta. Intentaba tranquilizar a Tsipras,
mientras que yo no oía nada similar ni del jefe del eurogrupo ni de Schäuble,
que eran mucho más tajantes. Desde el principio [a principios de febrero].
“Nunca pensé
que debíamos abandonar la moneda directamente
P. ¿Y entonces por qué aguantó hasta
el verano?
R. Porque no
tenía alternativa. Nuestro Gobierno tenía el encargo de negociar, de crear el
espacio y el tiempo para llegar a un acuerdo. No de pelearnos con los
acreedores... La negociación fue interminable porque la otra parte se negaba a
hacer concesiones. Insistían en un acuerdo global, es decir, en hablar de todo,
que, en mi opinión, equivale a no querer hablar de nada. No hacían ninguna
propuesta. Por ejemplo, con el IVA. Después de pedirnos que les diéramos todos
los datos de las empresas estatales, que rellenáramos infinitos cuestionarios y
presentáramos nuestras ideas, antes de poder negociar un acuerdo, cambiaban de
tema y empezaban a hablar, por ejemplo, de privatizaciones. Les presentábamos
nuestra propuesta, la rechazaban y pasaban a hablar de las pensiones, o del
mercado de trabajo, y así sucesivamente.
Yo pensé
desde el principio que nuestro país estaba muy mal, que sin duda debíamos
implantar reformas. Como era urgente y había muchas presiones, le decía todo el
tiempo a la troika que nos pusiéramos de acuerdo en tres o cuatro reformas
importantes e inmediatas para que el BCE relajara las restricciones de dinero.
Entonces aprobaríamos las reformas en el Parlamento y seguiríamos negociando.
Pero ellos querían todo desde el primer momento. Dijeron que, si aprobábamos
cualquier ley, lo considerarían una acción hostil y filtrarían a la prensa que
estábamos haciéndoles perder tiempo. Era una auténtica trampa. Hasta que el
FMI, cuando estábamos ya casi sin dinero, presentó unas reformas que eran imposibles
de aceptar.
P. ¿Intentaron colaborar con otros
países endeudados?
R. No,
porque dejaron muy claro desde el principio que era nuestros peores enemigos,
sobre todo si lográbamos un acuerdo más favorable para Grecia que les dejara en
mal lugar ante sus propios ciudadanos.
Sobre el
acuerdo: “No estoy dispuesto a aceptarlo. Que no cuenten conmigo”
P. ¿Y con partidos simpatizantes,
como Podemos?
R. La verdad
es que no. Siempre hemos tenido buena relación con ellos, pero no podían hacer
nada, no tenían voz en el eurogrupo y, de hecho, cuanto más hablaban en favor
de nosotros, más hostil se mostraba el ministro de Economía español.
P. ¿Cuál es el mayor fallo del
funcionamiento del eurogrupo?
R. El
problema es que es un grupo sin existencia legalmente reconocida, sin un
tratado que lo sustente, pero con el máximo poder para decidir sobre las vidas
de los europeos. No responde ante nadie, no hay actas de las reuniones, y es
confidencial. De modo que ningún ciudadano se entera nunca de lo que se
discute. A pesar de que son decisiones casi de vida o muerte.
P. ¿Y el grupo está controlado por
las actitudes alemanas?
R. No por
las actitudes, sino por el ministro de Finanzas de Alemania. Es una orquesta
muy afinada, dirigida por él. A veces, la orquesta desafina, pero él se encarga
de que vuelva al redil.
P. ¿No hay ningún poder alternativo,
por ejemplo el francés?
R. El
ministro francés es el único que se ha apartado de la línea alemana, pero de
forma muy sutil, con lenguaje juicioso y sin oponerse del todo. Y al final,
cuando Schäuble reaccionaba y marcaba la postura oficial, el ministro francés
siempre acababa por aceptarla.
P. En su ensayo de 2013 sobre Marx
decía que una salida de Grecia, Portugal o Italia de la eurozona produciría la
fragmentación del capitalismo europeo, e insinuaba que esa situación no
beneficiaría a la izquierda progresista sino más bien a los nazis de Amanecer
Dorado, los diversos neofascistas y xenófobos europeos. ¿Sigue pensando que un
Grexit ayudaría sin remedio a Amanecer Dorado?
R. No me
gustan las versiones deterministas de la historia. Syriza se ha convertido en
una fuerza muy dominante. Si consiguiéramos arreglar la situación y tener una
salida [del euro] digna, el resultado podría ser otro. Pero dudo de que seamos
capaces, porque para gestionar el desplome de una unión monetaria hace falta
mucha pericia, y no estoy seguro de que en Grecia la tengamos sin ayuda externa
P. La idea de la salida debe de
haberle rondado desde el primer día...
R. Por
supuesto.
P. ¿Se prepararon para ello?
R. Sí y no.
Teníamos un pequeño grupo, un gabinete de guerra dentro del ministerio, unas
cinco personas para preparar sobre el papel todo lo que habría que hacer. Pero
una cosa es hacerlo en teoría y otra preparar al país.
P. Y en sus últimas semanas, ¿sintió
que se dirigían hacia esa decisión?
R. Mi
opinión era que debíamos tener mucho cuidado para no activarla. No quería que
se convirtiera en una profecía autocumplida. Pero también pensaba que, en
cuanto el eurogrupo cerrase los bancos, deberíamos impulsar el proceso.
“La eurozona
es un lugar incómodo para personas decentes”
P. Es decir, había dos opciones, una
salida inmediata o imprimir pagarés y hacerse con el control del Banco de
Grecia, que quizá podría haber precipitado la salida.
R. Claro,
nunca pensé que debíamos abandonar directamente la moneda. Mi postura era que,
si cerraban los bancos, que era una medida increíblemente fuerte y agresiva,
deberíamos responder en la misma medida pero sin cruzar el punto de no retorno.
Deberíamos emitir nuestros propios pagarés o anunciar la emisión de nuestra
propia liquidez en euros, recortar los bonos griegos de 2012 que tenía el BCE o
al menos anunciar nuestra intención de hacerlo, y hacernos con el control del
Banco de Grecia. Eran mis tres medidas en caso de que el BCE cerrase nuestros
bancos.
Advertí a
mis colegas de que iba a pasar, para obligarnos a aceptar un acuerdo
humillante. Pero, cuando llegó el momento --ante la incredulidad de muchos de
ellos--, mi propuesta fue rechazada. Solo me apoyó otro ministro. Me ordenaron cerrar los bancos de acuerdo con el BCE y el
Banco de Grecia y, aunque estaba en contra, lo hice porque acepto las
decisiones colectivas.
Entonces se
celebró el referéndum, que nos dio nuevo impulso y nos habría permitido tomar
esas medidas, pero esa misma noche el gobierno decidió que el restallante No
del pueblo no iba a dinamizar nuestra respuesta, sino que iba a servir para
hacer concesiones importantes: nuestro primer ministro se reuniría con los
líderes políticos e iba a aceptar que, ocurriera lo que ocurriera, nunca nos
mostraríamos agresivos. En definitiva, nos habíamos rendido. Dejamos de
negociar.
P. Cambiando de tema, ¿puede usted
explicar en términos sencillos sus objeciones al Capital de Piketty?
R. Antes que
nada, me da mucha vergüenza, porque Piketty nos ha dado a mí y al Gobierno un
apoyo extraordinario, y yo hice una crítica horrible de su libro. Le agradezco
mucho su postura de los últimos meses. Pero mis críticas siguen siendo válidas.
Tiene razón en sus sentimientos sobre las desigualdades pero su análisis está
equivocado.
P. ¿El problema está en su forma de
medir la riqueza?
R. Sí,
utiliza una definición de capital que hace que el capital sea imposible de
comprender; es una contradicción.
“Grecia debe
dejar de fingir que ha resuelto el problema”
P. Volvamos a la crisis. ¿Qué
relación tiene con [Alexis] Tsipras?
R. Le
conozco desde finales de 2010; en esa época yo era un destacado crítico del
gobierno, pese a haberlo apoyado anteriormente. Tenía amistad con la familia
Papandreu --sigo teniéndola--, pero llamó la atención que un antiguo asesor
dijera que estábamos negando la existencia de la bancarrota y tratando de
ocultarla con nuevos préstamos insostenibles. Tsipras era un líder muy joven
que quería entender lo que estaba pasando y construir su posición.
P. ¿Recuerda su primer encuentro?
R. Sí. A
finales de 2010, en una cafetería. Estábamos tres, y recuerdo que no tenía muy
clara su opinión sobre el dracma frente al euro, las causas de la crisis, y yo
en cambio tenía opiniones muy firmes. Iniciamos un diálogo que se prolongó
durante años, y creo que pude influir en su posición.
P. ¿Qué siente ahora, después de
cuatro años y medio, al no estar ya a su lado?
R. No lo
siento así, seguimos estando muy próximos. Ha sido una despedida muy amistosa.
Nunca tuvimos un conflicto entre nosotros. Y también tengo muy buena relación
con Euclides Tsakalotos [el nuevo ministro de Finanzas].
P. ¿Ha hablado con ellos esta semana?
R. Con
Tsipras no, pero con Euclides sí, es un buen amigo, y no envidio en absoluto su
situación [risa irónica].
P. ¿Le sorprendería que dimitiera
Tsipras?
R. Ya no me
sorprende nada, nuestra eurozona es un lugar incómodo para las personas
decentes. Tampoco me sorprendería que se quede y acepte un pésimo acuerdo.
Comprendo que se siente obligado con los que nos han apoyado y no quiere que
nuestro país se convierta en un Estado fallido. Pero no voy a cambiar mi
opinión, la misma desde 2010, de que Grecia debe dejar de aplazar y fingir,
debemos dejar de pedir nuevos préstamos y fingir que hemos resuelto el problema,
cuando no es verdad; cuando nuestra deuda es todavía menos sostenible con
nuevas medidas de austeridad que hunden aún más la economía y el peso recae
cada vez más sobre los que no tienen nada, con la inevitable crisis
humanitaria. No estoy dispuesto a aceptarlo. Que no cuenten conmigo.
Esta
entrevista apareció por primera vez en www.newstatesman.com
Traducción
de María Luisa Rodríguez Tapia
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