EEUU
busca desesperadamente salir del pantanal de Medio Oriente y concentrarse en
contener a China pues ya era auto suficiente en petróleo; hasta que Arabia
Saudita tumbo el precio del barril a US$40
La
nueva geopolítica del petróleo
http://www.monde-diplomatique.es/?url=editorial/0000856412872168186811102294251000/editorial/?articulo=9717e131-315e-4440-a96d-e69686340af6
Ignacio
Ramonet
Nº: 236 Junio
2015
¿En qué contexto general se está
dibujando la nueva geopolítica del petróleo? El país hegemónico, Estados Unidos, considera a China
como la única potencia contemporánea capaz, a medio plazo (en la segunda mitad
del siglo XXI), de rivalizar con él y de amenazar su hegemonía solitaria a
nivel mundial. Por ello, Washington instauró secretamente, desde principio de
los años 2000, una “desconfianza estratégica” con respecto a Pekín.
El
presidente Barack Obama decidió reorientar la política exterior norteamericana
considerando como criterio principal este parámetro. Estados Unidos no quiere
encontrarse de nuevo en la humillante situación de la Guerra Fría (1948-1989),
cuando tuvo que compartir su hegemonía mundial con otra “superpotencia”, la
Unión Soviética. Los consejeros de Obama formulan esta teoría de la siguiente
manera: “Un sólo planeta, una sola superpotencia”.
En
consecuencia, Washington no deja de incrementar sus
fuerzas y sus bases militares en Asia Oriental para intentar “contener” a China.
Pekín
constata ya el bloqueo de su capacidad de expansión marítima por los múltiples
“conflictos de los islotes” con Corea del Sur, Taiwán,
Japón, Vietnam, Filipinas… Y por la poderosa presencia de la VIIª flota de Estados Unidos. Paralelamente, la
diplomacia norteamericana refuerza sus relaciones con todos los Estados que
poseen fronteras terrestres con China (exceptuando a Rusia). Lo que explica el
reciente y espectacular acercamiento de Washington con
Vietnam y con Birmania.
Esta política prioritaria de atención
hacia el Extremo Oriente y de contención de China sólo es posible si Estados
Unidos logra poder alejarse de Oriente Próximo.
En este
escenario estratégico, Washington interviene tradicionalmente en tres ámbitos.
En
primer lugar, en el ámbito militar: Washington se encuentra inmerso en
varios conflictos, especialmente en Afganistán contra
los talibanes y en Irak-Siria contra la Organización del Estado Islámico.
En
segundo lugar, en el ámbito de la diplomacia, en particular con la República Islámica de Irán, con el objetivo de limitar
su expansión ideológica e impedir el acceso de Teherán a la fuerza nuclear.
Y,
en tercer lugar, en el ámbito de la solidaridad, especialmente con respecto a
Israel, para quien Estados Unidos sigue siendo una especie de “protector en
última instancia”.
Esta
“sobreimplicación” directa de Washington en la región (particularmente después
de la Guerra del Golfo en 1991) ha mostrado los “límites de la potencia
norteamericana”, que no ha podido ganar realmente ninguno de los
conflictos en los cuales se ha implicado fuertemente (Irak,
Afganistán). Conflictos que han tenido, para las arcas de Washington, un
coste astronómico con consecuencias desastrosas incluso para el sistema
financiero internacional.
Actualmente,
Washington tiene claro que Estados Unidos no puede
realizar simultáneamente dos grandes guerras de alcance mundial. Por lo
tanto, la alternativa es la siguiente:
o Estados Unidos
continúa implicándose en el “pantanal” de Oriente Próximo en conflictos típicos
del siglo XIX;
o se concentra en la urgente contención de China, cuyo
fulgurante impulso podría anunciar a medio plazo la
decadencia de Estados Unidos.
La decisión
de Barack Obama es obvia: debe hacer frente al segundo reto, pues éste será
decisivo para el futuro de Estados Unidos en el siglo XXI. En consecuencia, este país debe retirarse progresivamente –pero
imperativamente– de Oriente Próximo.
Aquí se
plantea una pregunta:
¿por qué Estados
Unidos se ha implicado tanto en Oriente Próximo, hasta el punto de descuidar al
resto del mundo, desde el fin de la Guerra Fría? Para esta pregunta, la
repuesta puede limitarse a una palabra: petróleo.
Desde que
Estados Unidos dejó de ser autosuficiente en lo que al petróleo se refiere, a
finales de los años 1940, el control de las principales zonas de producción de
hidrocarburos se convirtió en una “obsesión estratégica” norteamericana. Lo
cual explica parcialmente la “diplomacia de los golpes de Estado” de
Washington, especialmente en Oriente Medio y en América Latina.
En
Oriente Próximo, en los años 1950, a medida que el viejo Imperio Británico se retiraba y
quedaba reducido a su archipiélago inicial, el Imperio estadounidense lo
reemplazaba mientras colocaba a la cabeza de los países de esas regiones a sus
“hombres”, sobre todo en Arabia Saudí y en Irán,
principales productores de petróleo del mundo, junto con Venezuela, ya bajo
control estadounidense en la época.
Hasta hace
poco, la dependencia de Washington respecto al petróleo y al gas de Oriente
Próximo le impidió considerar la posibilidad de retirarse de la región. ¿Qué ha
cambiado entonces para que Estados Unidos piense ahora en retirarse de Oriente
Próximo? El petróleo y el gas de esquisto, cuya
producción por el método llamado “fracking” aumentó significativamente a
comienzos de los años 2000.
Eso modificó
todos los parámetros. La explotación de ese tipo de hidrocarburos (cuyo coste
es más elevado que el del petróleo “tradicional”) fue favorecida por el
importante aumento del precio de los hidrocarburos que, en promedio, superaron
los 100 dólares por barril entre 2010 y 2013.
Actualmente,
Estados Unidos ha recuperado la autosuficiencia energética e incluso está
convirtiéndose otra vez en un importante exportador de hidrocarburos. Por lo
tanto, ya puede por fin considerar la posibilidad de retirarse de Oriente
Próximo, con la condición de cauterizar rápidamente varias heridas que, en
algunos casos, datan de más de un siglo.
Por esa
razón, Obama retiró casi la totalidad de las tropas
norteamericanas de Irak y de Afganistán. Estados Unidos participó muy discretamente en los bombardeos de Libia y se negó a intervenir contra las autoridades de Damasco, en Siria.
Por otra
parte, Washington busca a marchas forzadas un acuerdo
con Teherán sobre el tema nuclear y presiona
a Israel para que su gobierno progrese urgentemente hacia un acuerdo con los
palestinos. En todos estos temas se percibe el deseo de Washington de cerrar los frentes en Oriente Próximo para pasar a otra
cuestión (China) y olvidar así las pesadillas de Oriente Próximo.
Todo esto se
desarrollaba perfectamente mientras los precios del petróleo seguían altos,
cerca de 100 dólares el barril. El precio de
explotación del barril de petróleo de esquisto es de aproximadamente 60 dólares,
lo que deja a los productores un margen considerable (entre 30 y 40 dólares el
barril).
Aquí es
donde Arabia Saudí ha decidido intervenir. Riad se opone a que Estados Unidos
se retire de Oriente Próximo. Sobre todo si Washington establece antes un
acuerdo sobre el tema nuclear con Teherán, lo que los saudíes consideran
demasiado favorable a Irán. Además, según la monarquía wahabita, expondría a
los saudíes, y a los suníes en general, a convertirse en víctimas de lo que
llaman “el expansionismo chií”. Hay que tener presente
que los principales yacimientos de hidrocarburos saudíes se encuentran en zonas
de población chií.
Considerando
que dispone de las segundas reservas mundiales de petróleo, Arabia Saudí
decidió usar el petróleo para sabotear la estrategia norteamericana.
Oponiéndose a las consignas de la Organización de
Países Exportadores de Petróleo (OPEP), Riad decidió, contra toda lógica
comercial aparente, aumentar considerablemente su producción y hacer de ese
modo bajar los precios del petróleo,
inundando el mercado de petróleo barato.
La estrategia dio rápidamente
resultados. En poco
tiempo, los precios del petróleo bajaron un 50%.
El precio del barril descendió a 40 dólares (antes de
subir ligeramente hasta aproximadamente 55-60 dólares actualmente).
Esta
política asestó un duro golpe al “fracking”. La mayoría de los grandes
productores estadounidenses de gas de esquisto están actualmente en crisis,
endeudados y corren el riesgo de quebrar (lo que implica una amenaza para el
sistema bancario norteamericano que, generosamente, había ofrecido abundantes
créditos a los neopetroleros).
A
40 dólares el barril, el esquisto ya no resulta rentable. Ni las
excavaciones profundas “off shore”. Numerosas compañías petroleras
importantes ya han anunciado que cesan sus explotaciones en alta mar porque no
son rentables, provocando la pérdida de decenas de miles de empleos.
Una vez más,
el petróleo es menos abundante. Y los precios suben ligeramente. Pero las
reservas de Arabia Saudí son suficientemente importantes para que Riad regule
el flujo y ajuste su producción de manera que permita un ligero aumento del
precio (hasta 60 dólares aproximadamente) pero sin que se lleguen a superar los
límites que permitirían reanudar la producción mediante el “fracking” y en los
yacimientos marítimos a gran profundidad. De este modo,
Riad se ha convertido en el árbitro absoluto en materia de precio del
petróleo (parámetro decisivo para las economías de decenas de países entre los
cuales figuran Argelia, Venezuela, Nigeria, México, Indonesia,
etc.).
Estas nuevas
circunstancias obligan a Barack Obama a reconsiderar sus planes. La crisis del
“fracking” podría representar el fin de la autosuficiencia de energía fósil en
Estados Unidos. Y, por lo tanto, la vuelta a la dependencia de Oriente Próximo
(y también de Venezuela, por ejemplo). Por ahora, Riad parece haber ganado su
apuesta. ¿Hasta cuándo?
Nota del autor del blog: a mí me parece simple
1.- EEUU deja que gane el estado islámico en Arabia Saudita luego que matan a los 3000 príncipes y a media
población entonces bombardea todos los pozos de petróleo y vuelve a subir
2.- EEUU deja que ganen los yemenies de Ansarola y por ende los partidarios de Irán y se
apoderen de Arabia saudita y se llega a un acuerdo con los precios con Irán con la condición de sacrificar a Israel y establecer los límites de 1967
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