El
imperialismo y los estados reaccionarios feudales árabes utilizan la guerra religiosa
para desviar la lucha revolucionaria de sus pueblos por la emancipación política
y económica y desviarla en contra de
otros musulmanes según sus intereses.
El
conflicto sunita-chiita refleja divisiones políticas, no religiosas
http://lat.wsj.com/articles/SB10916579763609124621404580641280952978198?tesla=y
Por YAROSLAV TROFIMOV jefe de la división del WSJ para Afganistán y Pakistán
antes del 2015 . Además desde 1999 cubría Medio Oriente, África y Asia.
Jueves,
14 de mayo de 2015 22:16
EDT
Musulmanes
chiitas en Pakistán lloran la muerte de sus seres queridos, luego de un ataque
a un bus que transportaba a devotos chiitas. Getty
Images
BEIRUT—Es fácil ver el conflicto que se
está propagando entre los sunitas y chiitas a lo largo y ancho del mundo
musulmán como un odio eterno que está destinado a seguir cobrando vidas durante
mucho tiempo.
Sin embargo,
a pesar de sus raíces antiguas, la
división no ha sido tan profunda o sangrienta en décadas. Y solo en años
recientes ha surgido como la mayor falla geológica en la batalla por la
dominación en Medio Oriente y más allá.
La gente de
40 o más en países como Arabia Saudita o Pakistán
aún recuerdan cuándo no sabían —y no les importaba particularmente— si sus
vecinos y colegas eran sunitas o chiitas.
“La diferencia entre
los grupos en el Islam siempre han existido, pero es solo cuando las mezclas
con la política que se vuelve realmente peligrosa: como una bomba atómica”, apuntó Ihsan Bu-Huleiga, un
economista saudí que como miembro de la legislatura establecida por el reino
entre 1996 y 2009 era uno de los pocos miembros de su minoría chiita que gozó
un puesto político prominente.
De hecho,
desde Yemen hasta Irak y de Siria a Bahréin, la mayoría de las guerras y los conflictos
políticos en la región hoy en día enfrentan a los sunitas contra los chiitas.
Sin embargo,
no giran en torno a quién es el legítimo sucesor del profeta Mahoma, la raíz
del cisma original.
Más bien,
son libradas para obtener mayor influencia política y
económica dentro de estos países y en Medio Oriente en general.
“Las herramientas
sectarias son empleadas en estas batallas porque tienen un mayor impacto”, explicó uno de los clérigos chiitas de mayor experiencia de Líbano, Seyed Ali
Fadlullah.
“Si convocaras a la gente ahora para pelear
por una influencia regional o internacional, no actuarán. Pero la gente actuará
cuando se les dice que su secta está siendo amenazada, o que sus santidades
serán destruidas”.
Esta
transformación de la lucha de sunitas contra chiitas data de la revolución
iraní de 1979 y el periodo que le siguió, cuando los regímenes conservadores en Arabia Saudita y
Pakistán, ante los intentos de Teherán de liderar a los musulmanes en
todo el mundo, respondieron cuestionando las credenciales islámicas de los ayatolas chiitas.
La rivalidad
cobró nuevo ímpetu con la invasión de Irak por parte de Estados Unidos en 2003,
que fortaleció a la mayoría chiita en detrimento de la minoría sunita árabe que
había dirigido al país desde la independencia. El grupo militante que fue a ser
conocido después como el Estado Islámico nació
en la agitación subsecuente y elevó el celo anti-chiita a nuevas alturas.
El odio
después alcanzó niveles de genocidio después de que la guerra civil explotó en
Siria en 2011, con un Estado Islámico que se
negaba a reconocer a los chiitas como musulmanes y les daba una elección entre
conversión o muerte.
Estas
alianzas sectarias se han cristalizado también en la actual guerra en Yemen, en que Arabia Saudita ha formado una coalición
de países sunitas contra los rebeldes pro-Irán houthis,
que forman parte de una corriente del Islam chiita.
“Hasta la guerra, ha
habido una idea de que Irán estaba rodeando a Arabia Saudita, de que este
resurgimiento de los chiitas está ocurriendo a expensas de los sunitas”, anotó
Saleh
al Khathlan, un profesor de ciencias políticas en la Universidad King Saud en
Riad y vicepresidente de
la Sociedad Nacional para los Derechos Humanos del país.
Los sunitas
conforman 90% de los 1.600 millones de musulmanes en el
mundo y han sido la escuela predominante en el Medio
Oriente durante siglos.
Aunque los
chiitas están esparcidos por el Medio Oriente y el sur de Asia, solo
constituyen una mayoría en Irán, Irak, Azerbaiyán y
Bahréin, que es regida por un rey sunita.
La división
entre las principales escuelas del Islam proviene de un choque sobre la
sucesión después de la muerte del profeta Mahoma en el año 632. Los chiitas
creen que el poder debería haber pasado al yerno del profeta, Ali, y al nieto Hussain; los sunitas piensan que no
debería haber sido hereditario.
En los
próximos siglos, hubo brotes regulares de odio sectario. Ibn Taymiyya, un académico islámico del siglo XIV,
escribió un tratado en el que atacaba a los chiitas de “rafidha”, los que
niegan a Dios, popularizando un calificativo peyorativo que desde entonces ha
sido adoptado por el Estado Islámico.
Sin embargo,
tras el colapso del Imperio Otomano en 1922, las diferencias entre sunitas y
chiitas parecían obsoletas, eclipsadas por la división entre regímenes
conservadores a favor del Occidente y revolucionarios a
favor de la Unión Soviética.
Arabia
saudita no pensó dos veces en la década de los 60 para respaldar a los
monárquicos rebeldes chiitas en Yemen, los antepasados de los Houthis de hoy,
contra las tropas invasoras de Egipto, que era sunita pero también
revolucionario.
Después vino la revolución iraní que estableció la teocracia chiita
de Teherán. El ayatolá Ruhollah Khomeini instó a
que se limpiara la región de la influencia occidental, destruyendo a
Israel y borrando del mapa a monarquías reaccionarias
como la de Arabia Saudita.
“Irán es un país persa
chiita en una región árabe predominantemente sunita. No puede dirigir la región
hondeando una bandera chiita, por tanto lo han intentado hacer bajo la pancarta
de la resistencia islámica a Estados Unidos e Israel”, explicó Karim
Sadjapour, especialista de Irán en Carnegie Endowment for International Peace
en Washington.
Previsiblemente,
Arabia Saudita y sus aliados respondieron
enfocando su atención en la identidad chiita de sus enemigos. El reino se
considera a sí mismo como un líder en el mundo musulmán debido a que las
ciudades santas de Meca y Medina se encuentra en
su territorio, y durante muchas décadas las redes de educación islámicas,
financiadas por Arabia Saudita, en todo el mundo inyectaron grandes cantidades
a la propagación de la propaganda anti-chiita.
En Pakistán, que alberga a las segundas mayores
comunidades sunitas y chiitas del mundo, el dictador militar Zia ul-Haq directamente alentó en los 1980 la creación
de violentos grupos sectarios sunitas que ahora
masacran frecuentemente a chiitas ordinarios en todo el país. En el
último ataque, hombres armados le dispararon a un autobús en la ciudad de
Karachi, asesinando a más de 40 miembros de la división Ismaili del Islam
chiita.
“Las divisiones siempre
estaban presentes, pero la violencia al nivel popular no existía. Zia la trajo
consigo”,
expresó Raza Rumi, editor del periódico pakistaní Friday Times quién sobrevivió
un atentado de asesinato por un grupo sectario sunita el año pasado. El uso
político del sectarismo, agregó, “dejó que el genio saliera de la lámpara”.
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