¿Se
acabó el milagro económico chino?
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Altos niveles de deuda, la corrupción
y su gran tamaño entorpecen el desarrollo del gigante asiático
Por Bob Davis
jueves,
27 de noviembre de 2014
0:02 EDT
La
construcción no es, necesariamente, una señal de dinamismo económico. También
sería indicio de falta de control. Imaginechina/Corbis
En un viaje
a China en 2009, subí a la cima de una pagoda de 13 pisos en el centro
industrial de Changzhou, no muy distante de Shanghai, y observé los alrededores. Las grúas de
construcción se extendían por el horizonte contaminado por la polución, que
lucía amarillo a la luz del sol. Mi hijo Daniel, que dictaba clases de inglés
en una universidad local, me dijo, “el amarillo es el color del desarrollo”.
Durante mi
estadía en Beijing a partir de 2011 como corresponsal de The Wall Street Journal, China pasó a ser el país
que más comercia en el mundo, dejando atrás a Estados Unidos, y se convirtió en
la segunda economía del planeta, sobrepasando a Japón. Los economistas dicen
que sólo es cuestión de tiempo para que China se convierta en la mayor economía
del mundo.
Durante este
período, el Partido Comunista designó un nuevo y poderoso secretario general, Xi Jinping, que se autoproclamó como un reformador,
lanzó un plan de 60 puntos para transformar la economía del país e inició una
campaña para extirpar la corrupción.
La campaña,
tal y como me señalaron sus partidarios, asustaría a los burócratas, los
políticos locales y los ejecutivos de las megaempresas estatales —la “santa
trinidad” de los intereses creados— y los llevaría a respaldar los cambios
impulsados por Xi.
Entonces ¿por qué, al irme de China después de casi
cuatro años, soy pesimista sobre su futuro económico?
Cuando
llegué, el Producto Interno Bruto (PIB) se expandía casi 10% al año, como había
ocurrido durante casi 30 años: un logro sin precedentes en la historia
económica moderna. El crecimiento se ha desacelerado a cerca de 7% al año. Los
empresarios occidentales y los economistas internacionales que trabajan en
China advierten que las estadísticas oficiales del PIB son confiables sólo como
un indicador de dirección y la flecha
apunta claramente hacia abajo. Los grandes interrogantes son hasta dónde y
a qué velocidad.
Mi propia
cobertura sugiere que somos testigos del final del milagro económico chino. Estamos viendo exactamente cuánto depende
el éxito chino de una burbuja inmobiliaria impulsada por la deuda y de gastos
influenciados por la corrupción.
Las grúas de construcción no son
necesariamente un símbolo de vitalidad; también pueden ser una señal de una
economía fuera de control.
La mayoría
de las ciudades que visité están rodeadas de inmensos complejos de
departamentos vacíos cuyas siluetas se pueden apreciar sólo en la noche gracias
a las luces parpadeantes de los pisos más altos.
Estuve
particularmente consciente de esto en los viajes a las llamadas ciudades de
tercer y cuarto nivel; es decir, las alrededor de 200 ciudades con poblaciones
que van desde 500.000 a varios millones de habitantes, que las personas de
Occidente rara vez visitan pero que representan 70% de las ventas de propiedades residenciales.
Desde la
ventana de mi hotel en la ciudad de Yingkou, en
el noreste del país, podía divisar edificios de departamentos vacíos a lo largo
de kilómetros y apenas un puñado de autos transitaba por las calles. La escena me hizo pensar en el resultado de una detonación de
una bomba de neutrones: las estructuras seguían de pie, pero no había nadie a
la vista.
En Handan, un centro siderúrgico a 480 kilómetros al sur
de Beijing, un inversionista de mediana edad, aterrorizado de que una
constructora local no pudiera cumplir los pagos de intereses prometidos,
amenazó a mediados del año pasado con suicidarse de forma dramática. Tras
escuchar historias similares de desesperación, los funcionarios de la ciudad recordaron a los habitantes que es ilegal
saltar del techo de los edificios, afirmaron inversionistas locales. Las
autoridades de Handan no respondieron a pedidos de comentarios.
Durante los últimos 20 años, los
bienes raíces han sido un motor del crecimiento económico.
A finales de
los años 90, el Partido Comunista permitió que los residentes urbanos fuesen
propietarios de sus viviendas y la economía se disparó.
Los chinos inyectaron los ahorros de
sus vidas en el mercado inmobiliario.
Industrias relacionadas como el acero, el
vidrio y los electrodomésticos se expandieron tanto que los bienes raíces pasaron a ser una cuarta parte del PIB de China, y
tal vez más.
El
auge inmobiliario se financió con deuda.
Hace unos
meses, el Fondo Monetario Internacional indicó
que en los últimos 50 años, apenas cuatro países acumularon deuda tan rápido
como China lo hizo en los últimos cinco años. Los cuatro —Brasil, Irlanda, España y Suecia— sufrieron crisis
bancarias dentro de los tres años que siguieron a su meteórico crecimiento
crediticio.
China siguió
el libreto de Japón y Corea del Sur de utilizar
las exportaciones para salir de la pobreza. Pero la inmensa escala de China se
ha convertido en una limitación. Como el mayor exportador del mundo,
¿cuánto crecimiento necesita del
comercio con EE.UU. y, especialmente, Europa?
¿Debe orientarse hacia una economía basada en
la innovación?
Ese es lo
que quieren todas las economías avanzadas, pero los rivales de China poseen una
gran ventaja: sus sociedades fomentan el
pensamiento libre.
Al dialogar
con estudiantes universitarios, les preguntaba sobre el futuro.
¿Por qué, me preguntaba, en una
economía con un potencial aparentemente ilimitado, tan pocos optaban por ser
emprendedores?
Según investigadores en EE.UU. y China, los alumnos de ingeniería en la Universidad de Stanford eran
siete veces más propensos a trabajar en startups que sus pares en las
universidades de élite de China.
¿Logrará la
campaña de Xi revertir, o al menos contener, la desaceleración de la economía?
Tal vez. Esta sigue la receta típica de los reformadores chinos: reestructurar
el sistema financiero para alentar la toma de riesgos, desmantelar los
monopolios y otorgar un rol más protagónico al sector privado y depender más
del consumo interno.
No obstante,
incluso los líderes chinos más poderosos afrontan escollos para ejecutar su
voluntad. El plan del gobierno para resolver un problema sencillo sirve de
ejemplo: reducir un exceso de producción
de acero en Hebei, la provincia que rodea a Beijing.
Hebei
produce el doble de acero crudo que EE.UU., pero China no necesita tanto acero.
Xi intervino al advertirles a los funcionarios locales que ya no serían
evaluados únicamente según el crecimiento del PIB; el cumplimiento de los
objetivos ecológicos también sería tomado en cuenta.
A finales de
2013, Hebei llevó a cabo la llamada “Operación Domingo”. Los funcionarios
enviaron escuadras de demolición para destruir altos hornos, un espectáculo
digno de los noticieros. Pero las acerías destrozadas habían estado inactivas
durante mucho tiempo y su destrucción no afectó la producción. Hoy, la industria acerera se encamina a un
nuevo récord de producción.
En China
aprendí que el amarillo no es sólo el color del desarrollo. También es el color
del ocaso.
—Esther Fung y
Lingling
Wei contribuyeron a este
artículo.
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