EEUU
dio lugar a la actual pesadilla mexicana al destruir el empleo del narcotraficante
y los transformo en miles de bandidos que se convirtieron en políticos.
Nota del autor del blog: al incitar
EEUU a que las autoridades mexicanas luchen contra el narcotráfico (que creaba puestos de trabajo en México aunque ilegales) eliminando
jefes de carteles y disgregándolos, ese delicado equilibrio se rompió y los asalariados
del narcotráfico, se convirtieron en criminales, luego se mezclaron con la clase
política, luego se volvieron políticos y ahora hay un descredito total en toda
la clase política de México.
Es lo mismo que quiere con Ucrania; pues al incitar
a Ucrania a que luche contra Rusia ese pueblo industrioso se volverá un estado
como Libia y luego esos mismos milicianos invadirán Europa del este en el
futuro. Y claro se volverá un problema para
Europa pues EEUU está un poco lejos.
Es la
misma táctica que siempre tiene EEUU causar problemas en otros países para
vivir de esos problemas como vender armas etc.
Aprovecharse en causar embargos como
a Cuba o sanciones comerciales como a
Rusia o Irán , o la invasión de Irak con
un millón de muertos o cualquier que le
caiga antipático para así vender sus bienes y los del otro afectado no pueda .
Manipula a Europa, como si Europa
fuer un estado mas de EEUU.
Y el ejercito mexicano es un ejercito al servicio de los intereses de EEUU y no de los de México.
El
desamparo de Ayotzinapa
http://elpais.com/elpais/2014/11/07/opinion/1415375130_085059.html
La
desaparición y asesinato de 43 estudiantes es la conclusión del desastre nacional generado por la guerra
contra el narcotráfico en México.
Nada es tan peligroso para un país
como el descrédito de su clase política
JORGE
VOLPI
15 NOV 2014
EDUARDO
ESTRADA
Según la
reconstrucción de los hechos realizada por la Procuraduría General de la
República, el 26 de septiembre pasado María de los Ángeles Pineda, esposa del
entonces alcalde de Iguala, José Luis Abarca, se
disponía a presentar su informe de trabajo como presidenta de la vertiente
local de la organización denominada Desarrollo Integral de la Familia (el área
de Gobierno responsable de los programas sociales) en un mitin que
previsiblemente sería aprovechado para acentuar las posibilidades de suceder a
su marido en las elecciones de 2015 como candidata del
Partido de la Revolución Democrática (PRD), del cual hacía unos meses se
había convertido en consejera.
Ese mismo
día, un grupo de estudiantes de la Escuela Normal de
Ayotzinapa —una de las instituciones creadas por Lázaro Cárdenas en los años treinta para formar profesores rurales,
caracterizadas desde entonces por su vena rebelde— había viajado hasta Iguala, la tercera ciudad más importante de Guerrero,
a fin de cumplir con un ritual más o menos tolerado por las autoridades: el
secuestro de taxis y autobuses para recorrer la zona en busca de “donativos”,
acaso para financiar su viaje a la ciudad de México, donde —siniestra paradoja—
habrían de sumarse al contingente que el 2 de octubre recordaría a los estudiantes
asesinados por el Gobierno en 1968 en la plaza de las Tres Culturas.
La ley de la
impenetrabilidad de la materia —la idea de que dos sólidos no pueden ocupar
simultáneamente el mismo espacio— devino entonces en una de las mayores
tragedias mexicanas de los últimos, de por sí trágicos, tiempos. Ofuscado
porque la presencia de los jóvenes podría opacar la entronización de su esposa,
el alcalde Abarca dio la instrucción a su jefe de seguridad pública de impedir
a toda costa que se manifestaran en Iguala.
El resultado: al cabo de un brutal
enfrentamiento, tres normalistas fueron asesinados —a uno de ellos lo
desollaron y a otro le arrancaron los ojos de las órbitas—, otros tres
infortunados paseantes también murieron, entre ellos un futbolista del equipo
de tercera división de Chilpancingo, y 43 jóvenes desaparecieron sin que hasta
el momento se haya confirmado el hallazgo de sus cuerpos.
El acontecimiento resulta tan
obsceno, tan gratuito, que a más de un mes de distancia aún suena irracional. Imposible. Siempre según la
reconstrucción oficial de los hechos, la Policía Municipal de Iguala habría
sido la responsable de esas primeras muertes, así como de detener a los otros
43 normalistas, a quienes habrían cargado en un camión de redilas y conducido hasta
la vecina Cocula, a pocos kilómetros de
distancia.
Una vez en
su poder, los policías de este municipio
habrían acatado la orden de entregar a los muchachos a un grupo de
narcotraficantes conocido como Guerreros Unidos,
los cuales a su vez los habrían llevado por sinuosos senderos hasta lo alto de
la sierra. Según el testimonio de tres de ellos, a continuación los jóvenes,
hacinados y heridos, habrían sido quemados vivos en una pira que ardió
a lo largo de 15 horas.
El alcalde de Guerrero y su esposa empezaron
en un cartel y luego pasaron a la política
¿Por qué
alguien, incluso un narcotraficante o un político corrupto, querría asesinar
así, sin el menor resabio de humanidad, a 43 estudiantes de Magisterio? Esta
pregunta, tan ardua y dolorosa, mantiene a México en vilo desde hace semanas.
Ahora sabemos que, además de un rico empresario en el
negocio de joyas, el alcalde, José Luis Abarca, era un destacado miembro
de Guerreros Unidos y tal vez su “jefe de plaza”.
Que su mujer, María de los Ángeles
Pineda, era la responsable económica del cártel. Que dos hermanos de ella,
antiguos lugartenientes del cártel de los Beltrán Leyva,
fueron asesinados por su jefe acusados de traición.
Que, tras
ser elegido candidato del PRD a la alcaldía —por
intervención del exalcalde Lázaro Mazón y con la
anuencia de todos los sectores de la
izquierda mexicana—, Abarca asesinó a sangre fría a uno de sus enemigos
políticos.
Tras
permanecer escondidos durante semanas, Abarca y Pineda —escabrosa versión
mexicana de Lady Macbeth— han sido capturados,
lo mismo que Ángel Casarrubias, alias El Machomo,
el líder de Guerreros Unidos.
La pregunta,
sin embargo, se mantiene en el aire como un ominoso resumen de la catástrofe que aqueja al país
desde que, hace ocho años, el presidente Felipe Calderón declarase
intempestivamente la llamada guerra contra el narco.
¿Por qué
alguien querría asesinar a estos 43 jóvenes? Aunque las declaraciones de los
tres sicarios detenidos apuntan a que fueron salvajemente ejecutados, sus
padres insisten en que no se darán por vencidos hasta que se identifiquen los
cuerpos con absoluta certeza. Más que eso: el lema “vivos se los llevaron,
vivos los queremos” se ha convertido en el símbolo del movimiento nacional que
reclama conocer la verdad y en el mantra que resume la impotencia y la rabia
frente a miles de casos semejantes.
Si el caso
de los normalistas de Ayotzinapa ha despertado tanta indignación se debe a que,
en medio del sinfín de muertes horrendas que hemos presenciado en estos años de
pólvora, encarna la suma de todos nuestros temores. Mientras que dolorosamente
los 72 migrantes hallados en Tamaulipas no
dejaban de ser extranjeros o los narcotraficantes
ejecutados en Tlatlaya no dejaban de ser narcos, aquí nos encontramos
frente a 43 estudiantes. 43 jóvenes de familias sumidas en una pobreza
ancestral. 43 jóvenes que, más allá de su ideología radical, representan a
todos esos mexicanos que sólo aspiran a una vida mejor. Y porque Abarca y Pineda no eran simples políticos corrompidos
por el narco, como los que abundan a lo largo y ancho del territorio nacional, sino narcotraficantes convertidos en políticos. Criminales
ungidos y tolerados por el conjunto de nuestra clase política.
La
degradación social ha llevado a no diferenciar entre las autoridades y los
criminales
Ayotzinapa es, por desgracia, la conclusión última del desastre nacional generado
por la guerra contra el narco.
Nadie duda
que antes de 2007 había tráfico de drogas o rachas
de inocultable violencia, pero la
abrupta intervención estatal en un sistema caótico destruyó por completo los
delicadísimos equilibrios que mantenían a México en paz.
La
fragmentación constante de los cárteles y su imbricación cada vez más profunda
en distintos sectores de la población auspició el
surgimiento de una sociedad criminal en la cual las autoridades y los
criminales empezaron a no diferenciarse. La degradación social dio lugar
a una ríspida degradación moral y la vida dejó de tener valor frente a la menor
ganancia inmediata.
Así,
mientras los políticos de las distintas fuerzas no han hecho otra cosa más que
tratar de exculparse o de exhibir la complicidad con los delincuentes de sus
rivales, el resto del país se halla sumido en el más acerbo desamparo.
Dado que todos los partidos, desde Acción Nacional, que inició la guerra contra el narco,
hasta Morena, que continúa solapando a Lázaro Mazón, el
protector de Abarca, y desde el Gobierno del Partido
Revolucionario Institucional, que tanto ha tardado en reaccionar para
resolver el caso, hasta el PRD, que postuló al alcalde y al exgobernador Rubén Aguirre, tienen
responsabilidad en lo ocurrido, los ciudadanos de pronto no tienen a quién recurrir, en quién
confiar.
La
ineficiencia de nuestro sistema de justicia —donde el
90% de los delitos se mantienen impunes— hace que la llaga se revele
supurante.
Si de por sí
en lugares como México las autoridades resultan tan poco confiables, Ayotzinapa
deja la sensación de que ninguna será ya capaz de protegernos. Nada resulta tan
peligroso para un país como el descrédito absoluto de su clase política.
Y más si ese país, con sus innegables avances en áreas específicas, continúa
arrastrando enormes problemas de desigualdad o mantiene gravísimos déficits en
su Estado de derecho.
Ayotzinapa, y la tristeza, la vergüenza y la
cólera que ha generado por doquier, es el angustioso llamado de auxilio de una
población harta de convivir a diario con la corrupción y con la muerte.
Jorge
Volpi es escritor.
Twitter:
@jvolpi
Nota del
autor del blog : por la tele creo se ve un encuentro de futbol entre Holanda y México
y todos gritan ¡justicia.!
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