Obama
prolonga en Irak una larga guerra
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Washington emprende su cuarta acción
en un conflicto que dura más de 20 años
GRÁFICO
Zonas bajo control del Estado Islámico
MARC
BASSETS
Washington
13
SEP 2014 - 23:33 CEST91
El
presidente Barack Obama, durante la conmemoración de los atentados del 11-S en
Washington el pasado jueves. / KEVIN LAMARQUE
(REUTERS)
La intervención
de Estados Unidos en Irak, que empezó en agosto y ahora Barack Obama quiere ampliar a Siria, puede entenderse como una
operación aislada de un presidente obligado por las circunstancias —el avance
del yihadismo suní— a rectificar su rechazo anterior a otra aventura bélica en
la región.
Pero cabe
otra lectura: la escalada, que Obama anunció el miércoles pasado en un discurso
a la nación, prolonga una guerra de más de veinte años, casi un cuarto de siglo ya, más larga que cualquier otra en la
historia de EE UU.
Obama es el
cuarto presidente consecutivo que interviene en Irak.
Y esta es la
cuarta acción militar norteamericana en Mesopotamia
desde la Guerra del Golfo de 1991: un único conflicto que ha adoptado formas
cambiantes en cada momento y con cada presidente.
El
republicano George H.W. Bush lideró en 1991 una
amplia coalición internacional, que Obama intenta emular, para expulsar al
dictador iraquí Sadam Hussein de Kuwait, el pequeño estado invadido el verano
anterior. Su sucesor, el demócrata Bill Clinton,
llegó a la Casa Blanca con pocas ganas de ocuparse de Sadam, pero acabó
bombardeando Irak en varias ocasiones.
Los
atentados de Al Qaeda del 11 de septiembre de 2001
llevaron al segundo Bush, George W., que había llegado al poder
recelando del intervencionismo internacionalista de Clinton, a ordenar la
invasión de Irak en 2003. El dictador fue derrocado y ejecutado, pero la
ocupación resultó un fiasco que dejó decenas de miles de muertos y una década
de violencia. El demócrata Obama, que en 2009
llegó al poder con la promesa de acabar la guerra de Irak y retirarse de
Oriente Próximo, regresa a la casilla de partida.
Irak ha
definido buena parte de la política exterior de la primera potencia mundial
desde la caída del bloque soviético. Nadie escapa de Irak. Y allí nadie vence nunca del todo.
Peter
Baker, corresponsal en la Casa Blanca de The New York Times y
biógrafo de la Casa Blanca de Bush hijo, ha definido el país como “el
cementerio de la ambición americana”.
“La miopía y
la escasa comprensión se han manifestado recientemente con el éxito que el
islam radical suní ha tenido a la hora de poner en marcha el ISIS [uno de los
acrónimos que se usa para referirse a los yihadistas del Estado Islámico]”,
dice en una entrevista telefónica Strobe Talbott,
presidente del laboratorio de ideas Brookings Institution.
¿Miopía y escasa comprensión por
parte de quién? “De
todo el mundo, incluidos los residentes de la región”, responde
Talbott, que ocupó cargos relevantes durante la Administración Clinton. El
lunes pasado, durante los preparativos de la nueva estrategia contra los
yihadistas, Obama invitó a cenar a la Casa Blanca a Talbott y a otros expertos
de think tanks y veteranos de otras administraciones.
“Las tensiones
sectarias y sociales de fondo”, dice, “nos han estallado en la cara por lo menos tres veces.
En realidad, nunca entendimos
realmente aquello. Lo
que diré es un cliché, pero es cierto: la ilusión, por parte de las potencias
occidentales, de que podían traer el orden a esta región podríamos decir que se
remonta incluso al siglo XVIII. En todo
caso, sin duda, se remonta al tratado Sykes-Picot,
tras la Primera Guerra Mundial, cuando decidieron trazar en el mapa [de
Oriente Próximo] unas líneas que
convenían a lo que las potencias creían que respondía al imperativo de asegurarse
de que los vencedores recibían cada uno un trozo del pastel. Pero no
entendieron muy bien qué contenía el pastel”.
Andrew
Bacevich —coronel retirado, veterano de la guerra de Vietnam, padre de un soldado muerto en Irak y
profesor en la Universidad de Boston— cree que toda guerra debe tener un
nombre.
También
esta, sin final visible. Bacevich dice que el nombre adecuado es “la guerra de América por el gran Oriente Medio”. Y
sitúa su inicio no al final de la guerra fría, cuando Bush padre lanzó la
primera guerra del Golfo, sino en 1980, cuando el
presidente Jimmy Carter anunció la doctrina Carter: “Cualquier intento por parte de
una fuerza externa de ganar el control del golfo Pérsico”, dijo el
presidente demócrata en su último discurso sobre el estado de la Unión, “se
verá como un asalto a los intereses vitales de los Estados Unidos de América, y
el asalto será rechazado por todos los medios posibles, incluida la fuerza
militar”.
Desde
entonces, explica Bacevich por correo electrónico, “Estados Unidos se encuentra
comprometido en un esfuerzo erróneo para emplear el poder duro para arreglar la
región”. “La definición exacta de ‘arreglar’ ha variado”, añade. “En
tiempos diferentes y presidentes distintos, significaba estabilizar o dominar o
liberar o democratizar. Independientemente del objetivo específico, Estados
Unidos nunca estuvo cerca de alcanzar con éxito estos propósitos”.
¿Qué arrastra a todos los presidentes
a Oriente Medio? “La
respuesta simple es el petróleo”, responde Bacevich, autor, entre otros
libros, de Washington rules. America's path to permanent war
(Las reglas de Washington.
El camino de América hacia la guerra permanente).
“Desde su inicio, la guerra por el
gran Oriente Próximo era por el petróleo. Pero con el tiempo lo que allí se
juega ha cambiado. Ahora, la motivación de fondo es demostrar que Estados Unidos no es una potencia en declive,
reafirmar el argumento de que efectivamente somos la nación indispensable”.
La “nación
indispensable” fue un término que Bill Clinton usó para describir el papel de
EE UU en el mundo en unos años, la segunda mitad de los años noventa del pasado
siglo, de intervenciones aéreas, sin despliegue de tropas, similares a las que
Obama prevé para combatir al Estado Islámico en Siria e Irak.
La
estrategia de Obama también se inspira en otros presidentes. En Bush padre, por
la voluntad de construir una coalición formada por países europeos y árabes,
sin distinguir entre democracias y regímenes autoritarios. Y hay ecos de Ronald Reagan y sus guerras por delegación en Centroamérica:
si entonces Washington armaba y entrenaba guerrillas anticomunistas, ahora
quiere armar y entrenar a guerrillas que luchen en Siria contra los yihadistas.
“Ninguna nación puede
preservar su libertad en medio de una guerra continua”. Obama citó en 2010 esta frase de James Madison, el cuarto presidente de EE UU, en un
discurso en el que expuso cómo quería terminar la guerra de Bush hijo contra el
terrorismo. Pero ni la llamada guerra contra el terrorismo ni la guerra de Irak
de 2003 terminaron: la Casa Blanca considera que la base legal para bombardear
al Estado Islámico en Irak y Siria son las autorizaciones del Congreso para
actuar contra los responsables del 11-S y para invadir Irak, adoptadas en 2001
y 2002.
La
presidencia del giro hacia Asia puede acabar siendo la de Irak. Como las de
George W. Bush, Bill Clinton y George H.W. Bush. Como las del sucesor o
sucesora de Obama a partir del 2017.
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