Sincronicidades: ¿meras casualidades o una señal de que vas por el camino correcto?
PSICOLOGÍA
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A todos nos ha sucedido: de repente empezamos a ver de forma repetida un número, una letra, o pensamos intensamente en una persona a quien hace tiempo que no vemos y justo nos la encontramos o nos llama inesperadamente. Las sincronicidades son un fenómeno psicológico y filosófico del que se cuentan muchos ejemplos fascinantes.
Uno de los más célebres se atribuye al famoso actor galés Anthony Hopkins, quien hace años quiso empezar a prepararse para protagonizar la versión cinematográfica de la novela La chica de Petrovka, del escritor George Feifer. Como no había leído el libro, Hopkins salió un día de su casa de Londres y tomó el metro para ir a comprar en libro. Una tarea que le resultó imposible, pues el libro estaba agotado en todas las librerías de Charing Cross que visitó. Frustrado, el actor decidió regresar a su casa, y para ello volvió a tomar el metro en la estación de Leicester Square. Al ir a sentarse, se encontró con que alguien había dejado abandonado un libro sobre su asiento, un ejemplar viejo y plagado de anotaciones. Lo tomó y cuando leyó el título se quedó sin habla. Se trataba de La chica de Petrovka. Dos años después, durante el rodaje de la película, Hopkins conoció al autor de la novela, quien le contó que dos años antes le había dejado prestado a un amigo su ejemplar, que estaba lleno de anotaciones, pero que éste lo había perdido en el metro. Cuando Hopkins le mostró el libro que se había encontrado, ambos quedaron muy sorprendidos. Hopkins no solo había encontrado el libro que buscaba, sino que, además, se trataba del mismo ejemplar que había perdido Feifer.
El psiquiatra Carl Jung, el mayor estudioso de las sincronicidades, contó una de las más extraordinarias, relativa a una de sus pacientes. Una madre alemana fotografió a su bebé en 1914 y llevó la placa a revelar a una tienda de fotografía de Estrasburgo. Al poco, estalló la Primera Guerra Mundial, circunstancia que hizo imposible que esta madre pudiera recoger la fotografía. Dos años después, la mujer compró una placa de película en Munich, a kilómetros de distancia, en este caso para tomar una foto a su hija recién nacida. Al revelarla, el técnico descubrió una doble exposición: la fotografía de la niña estaba superpuesta con la primera foto que la mujer había tomado a su bebé en 1914. Por alguna razón, la placa original, adquirida en Estrasburgo, no había sido revelada y había sido revendida como si fuera virgen. La misma mujer, en dos ciudades distintas, había comprado la misma película para fotografiar a sus dos hijos recién nacidos.
La vida nos regala a menudo pequeños momentos mágicos que toman la forma de situaciones azarosas, felices coincidencias, reencuentros fortuitos o sincronicidades asombrosas a través de las que quizá intuimos una vía hacia lo extraordinario. Personas o circunstancias que surgen en el momento preciso en que las necesitamos, como si fueran señales del camino que debemos emprender.
Coincidencias, encuentros fortuitos en el momento preciso a menudo son interpretadas como “señales” de la vida
Estos fenómenos misteriosos nos han cautivado desde siempre. En la Grecia antigua Pitágoras hablaba de la “armonía de todas las cosas”. Heráclito también creía que el mundo estaba gobernado por un principio de totalidad. Hipócrates, el padre de la medicina, creía que todas las partes del universo estaban unidas las unas con las otras. Una visión que le llevaba a explicar las coincidencias significativas como “elementos simpáticos” que se buscan los unos a los otros. En Oriente, la filosofía taoísta o la espiritualidad budista o hinduista también concebían un universo interconectado e interdependiente.
Pero el padre de las sincronicidades es, sin duda, el ya mencionado psiquiatra suizo Carl Gustav Jung. Para Jung, las sincronicidades son acontecimientos conectados los unos con los otros no a través de la ley causa-efecto, sino a través de lo que se conocía como “simpatías”. En la sincronicidad se da una coincidencia entre una realidad interior (subjetiva) y una realidad externa (objetiva), en la que los acontecimientos se vinculan a través del sentido que nosotros les damos.
Los estudiosos de este concepto pronto se dieron cuenta de que las sincronías suceden más a menudo en períodos de transición, de cuestionamiento personal o de crisis vital. Son muy frecuentes cuando acaba de suceder una muerte o un nacimiento cercano, acontecimientos que suelen volver la vida del revés. Jung creía que las sincronicidades son un reflejo de procesos psicológicos profundos, y que nos aportan mensajes, al modo de los sueños, pues adquieren significado y nos pueden servir de guía, desde el momento en que se corresponden con estados emocionales y experiencias internas.
Por ejemplo, no hace mucho, una persona cercana me contaba que mientras estaba sentada junto a la piscina se le acercó una preciosa mariposa que no paraba de revolotear a su alrededor, hasta que finalmente se posó sobre su hombro. La familia de mi amiga estaba asombrada ante la insistencia y la delicadeza de la mariposa, que se quedó con ella un buen rato. Mi amiga, por su parte, no dudó en interpretar este curioso encuentro como una bella señal de que el camino de transformación personal que acababa de emprender era el correcto.
Jung creía que las sincronicidades son un reflejo de procesos psicológicos profundos que nos aportan mensajes, como los sueños
Muchas personas pensarán que lo que a alguien le puede parecer una señal inequívoca no es más que una simple coincidencia. Pero la diferencia entre sincronicidad y coincidencia es que la primera tiene una analogía en nuestra psique y, dependiendo de cómo la interpretemos, puede informarnos, a través de la intuición o la emoción, de cuán cerca o lejos estamos de nuestra propia coherencia interna.
En las tradiciones chamánicas, las sincronías se interpretan como una especie de señal de radio que indica si nuestras decisiones y métodos son los adecuados. Quizá Ralph Waldo Emerson se refería a ellas cuando escribió que los seres humanos “poseemos las llaves que abren todas las puertas”. “Todos somos inventores”, escribió, “y cada uno de nosotros se embarca en un viaje rico en descubrimientos, guiado por un mapa personal del que no existen más copias. El mundo no es otra cosa que aperturas, oportunidades, hilos que esperan a que tiremos de ellos”
La noción de sincronía no tiene ningún fundamento científico, aunque Jung conversó acerca de ellas con Albert Einstein y acabó escribiendo sobre este fenómeno fruto de sus charlas con uno de los padres de la mecánica cuántica, Wolfgang Pauli.
Estas “coincidencias” son más frecuentes en momentos de crisis o cambios vitales
Otro de los momentos en que las sincronicidades suelen aflorar es cuando nos encontramos lejos de casa. En mitad de un entorno nuevo, comiendo platos nuevos, hablando con desconocidos, quizá incluso en otro idioma, puede que nos resulte más fácil encontrar pistas que en nuestro entorno cotidiano quizá nos pasarían por alto. Quizá por eso las vacaciones suelen ser un momento perfecto para prestar atención y familiarizarnos con ellas. Cuando nos encontramos frente a uno de esos momentos tan particulares siempre podemos elegir entre pasarlos por alto o jugar con ellos. Aunque para hacerlo, a menudo hace falta bajar revoluciones y desacelerar un tanto nuestra vida cotidiana. “La suerte favorece a los espíritus preparados”, afirmaba Pasteur.
Cómo jugar con los ‘mensajes’ del azar
La intuición juega un papel fundamental en la vida de las personas, y para desarrollarla lo primero es trabajar la atención y la observación. Prestar atención a las sincronicidades puede convertir nuestra vida en un escenario mucho más interesante y lleno de oportunidades y creatividad. ¿Cómo empezar a jugar con estos mensajes sutiles y efímeros?
1. Lleva siempre contigo una libreta de notas. Apunta en ella todo lo que se te ocurra: acontecimientos que te suceden, ideas, sueños que has tenido, proyectos, frases significativas que encuentres o buenos consejos que te den. Si la relees al cabo del tiempo, sin intentar juzgar tus anotaciones, quizá descubrirás nombres, números, símbolos o conceptos que se repiten y que pueden servirte de guía o darte claridad en algún momento de confusión. No te autocensures pensando que lo que apuntas no tiene ningún valor.
2. Entrena tu capacidad de observación. Para hacerlo, proponte seguir el siguiente experimento. Instálate en un banco, en el parque o en un lugar público que te guste. Afila tus sentidos y presta atención a todo: las personas que pasan, cómo van vestidas, el mensaje del grafiti de la pared, los olores, los diálogos que escuches, la forma de las nubes, los árboles, el tipo de flores que ves, la canción que suena en el móvil de aquel chaval, los colores, las formas que hacen las sombras, el nombre del perrito que esa señora no deja de llamar…
Anota todos esos detalles aparentemente anodinos en tu libreta de notas. Repásalo luego. ¿Hay algo que destaque, que intente salir a la superficie? ¿Quizá el nombre del perro también es el nombre del protagonista de esa novela que quieres empezar a leer? Para darse cuenta de las coincidencias significativas debemos movilizar nuestra atención. Y para ello, tenemos que, de nuevo, bajar revoluciones. En nuestros contextos cotidianos, rodeados de pantallas y saturados de información, es muy fácil que olvidemos prestar atención a las señales sutiles que emite regularmente el entorno. Vuelve a mirar los mensajes en los carteles, ese artículo con el que te topas tres veces seguidas, el autor o la palabra que no dejas de ver últimamente.
3. Repasa tu jornada. Antes de irte a dormir, detente un momento y pasa revista a la película de tu día. Repasa de memoria todos los acontecimientos, escena a escena, en orden cronológico o hacia atrás. Observa los detalles importantes que tu conciencia quizá no ha retenido en el momento y apúntalos en tu libreta. Trata, también, de resumir tu día en una palabra. Si la jornada fuera una palabra, un color, un símbolo, el título de un libro, una serie o una canción, ¿cuál sería? Cierra la libreta y apaga la luz. Existen muchas posibilidades de que tus sueños y tus anotaciones encuentren una manera de comunicarse.
4. Presta atención a los lapsus y los errores. El padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, dedicó muchas páginas al estudio de estos fenómenos. Los lapsus y las equivocaciones pueden convertirse en un juego divertido, una especie de guiño malicioso de nuestro subconsciente. Olvidar el nombre de una ciudad en la que acabamos de estar, llamar a una persona por el nombre de otra, dejarse el bolso o el teléfono en casa de un amigo con quien quizá anhelamos tener otro tipo de relación, pueden ser gestos reveladores de algo anclado en nuestra psique y que pugna por emerger. Cuando te suceda, presta atención y busca su posible significado: ¿es tu error un signo de fatiga pasajera, de falta de atención o tiene algún sentido o algún mensaje para ti?
5. Juega a la bibliomancia, o sea, a practicar el arte de la ”adivinación” a través de los libros. Se dice que Abraham Lincoln abría a menudo la Biblia en una página al azar en busca de una interpretación de sus sueños. Hay quien utiliza el diccionario y elige, también al azar, una palabra que deberá ser la tónica de su jornada. También hay quien se hace una pregunta y luego toma cualquier libro, en casa o en una biblioteca, y con los ojos cerrados pasa los dedos por la página hasta que estos se detienen. Entonces abre los ojos y descubre el texto que aparece. ¿Cuáles son las primeras sensaciones e ideas que surgen al leerlo?
Arthur Koestler hablaba del “ángel de la biblioteca”, un espíritu estudioso que desvela el texto adecuado en el momento adecuado, cuando, por ejemplo, un libro se cae de una estantería o sobresale de ella, o incluso se abre por una página determinada que, si leemos, quizá nos aporta un mensaje oculto. Ese espíritu también podría, según Koestler, hacer desaparecer un libro que nos parece importantísimo releer en un momento determinado, para hacer que reaparezca cuando ya nos hemos dado cuenta de que en realidad no lo necesitábamos.
6. Juega y diviértete, pero no seas literal en tus interpretaciones y desapégate de los resultados. Está bien abrir la mente, pero no obsesionarse ni vivir en un estado constante de superstición o vigilancia. No hace falta convertirse en una de esas personas que no toman ninguna decisión sin el consejo de un vidente o una tirada de cartas del tarot, o que no toman cierta ruta si pasa por allí un pobre gato negro.
Está bien abrir la mente, pero no obsesionarse ni vivir en un estado constante de superstición o vigilancia
Los acontecimientos misteriosos deben servir para conectar con nosotros mismos y prestar atención a aspectos personales desatendidos. También para abrirse a la vida con gratitud y aceptarla tal y como es, rindiéndose de vez en cuando a la magia del momento y de los encuentros que se nos ofrecen.
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