Un
nuevo método radical de aprendizaje podría desatar una generación de genios
http://www.wired.com/business/2013/11/aprendizaje-independiente
BY POR JOSHUA DAVIS, TRADUCCIÓN POR DANIELA HERNÁNDEZ11.11.133:00 PM
Pueden leer
una versión de esta historia en inglés aquí. You can read a version of this
story in English here.
Estos
estudiantes de Matamoros, México, tenían acceso
a internet limitado, electricidad intermitente y pocas esperanzas – hasta que
un nuevo método radical de aprendizaje destapó su potencial. Peter Yang
La
escuela primaria José Urbina López está cerca de un basurero al otro lado de la frontera con
México.
La escuela
es para los residentes de Matamoros, una ciudad polvorienta de 489,000
habitantes, siendo ésta un punto central en la guerra contra el narcotráfico.
Hay
balaceras con frecuencia, y es común que los lugareños por la mañana se
encuentren con cuerpos tirados por la calle.
Para llegar a la escuela, los estudiantes
recorren un camino de terracería que corre paralelo a un canal de aguas negras.
Una mañana
reciente había un tractor de los años 40s, un bote pudriéndose en una zanja, y
un grupo de cabras mordisqueando hilos de pasto.
Una pared de
bloques de hormigón separa a la escuela de un terreno baldío—su parte más
lejana es un montecito de basura que creció tanto, que finalmente lo cerraron.
Casi todos los días, un olor fétido se cuela por los salones construidos de
cemento. Algunos le llaman a escuela “un lugar de castigo.”
Para Paloma Noyola Bueno, una niña de 12 años, era un vértice de luz. Hace más de 25 años,
su familia se cambió del centro de México a la frontera, en búsqueda de una
vida mejor, pero acabaron viviendo al lado del basurero. Su papá se pasaba todo
el día escarbando por chatarra, buscando pedazos de aluminio, vidrio, y
plástico entre el desecho. Recientemente, le empezó a sangrar la nariz con
frecuencia, pero no quería que Paloma se angustiara. Era su angelito—la más
chica de ocho hijos.
Después de
la escuela, Paloma solía regresar a casa y sentarse con su papá en la sala; él
era un hombre delgado y acabado por el sol quien siempre llevaba puesto un
sombrero vaquero. Vestida en su uniforme bien planchado – una playera gris con
falda azul y blanco — Paloma le contaba lo que había aprendido en la escuela
para animarlo; ella tenía pelo negro y largo, una frente alta, y una forma de
hablar pausada y analítica.
La escuela jamás había sido un reto para ella.
Se sentaba en filas con los otros alumnos mientras los maestros les decían lo
que tenían que aprender.
Al entrar al
quinto año, pensó que iba a ser más de lo mismo — sermones, memorizaciones, y
tareas sin consecuencia.
Sergio
Juárez Correa estaba
acostumbrado a enseñar este tipo de clase ya que por cinco años, se había
parado delante de sus alumnos mientras recitaba el mismo programa impuesto por
el gobierno. Era extremadamente aburrido para ambos, él y los niños, y había
concluido que era una pérdida de tiempo; las calificaciones eran bajas, y los
mismo alumnos que tenían buenas notas no mostraban mucho interés. Algo tenía
que cambiar.
Juárez
Correa también había crecido al lado de un basurero en Matamoros, y se
convirtió en maestro para así ayudar a los niños a aprender lo suficiente para
que pudieran hacer algo con sus vidas. En 2011—el
año que Paloma entró a su clase—Juárez Correa decidió empezar a experimentar.
Empezó a
leer libros y a buscar ideas en el internet; se topó con un video sobre el
trabajo de Sugata
Mitra, un profesor de tecnología educacional en la Universidad de Newcastle en
el Reino Unido.
A finales de
los 90s y durante la década de los años 2000, Mitra experimentó dándoles acceso
a computadoras a niños en la India. Sin decirles nada, los niños aprendieron
solos una variedad de cosas sorprendentes—desde como se replica el ADN hasta el
idioma inglés.
El maestro
de escuela primaria Sergio Juárez Correa, 31, cambió totalmente su forma de
enseñar, y así descubrió las habilidades extraordinarias de Paloma Noyola
Bueno, su alumna de 12 años.
Juárez
Correa aún no lo sabía, pero se había encontrado con una filosofía educacional
nueva, la cual aplica la lógica de la era digital, al salón de clase. Esa
lógica es inexorable: El acceso a todo un mundo de información ha cambiado la
forma de como nos comunicamos, como procesamos información, y como pensamos.
Los sistemas
descentralizados se han mostrado más productivos y ágiles que los rígidos.
La innovación, la creatividad, y un
modo de pensar independiente, son cada día más importantes para la economía
global.
Y aún así,
el modelo dominante en la educación pública tiene todavía sus raíces en la revolución industrial que lo
engendró—cuando los centros de trabajo valoraban la puntualidad, la regularidad, la atención, y el silencio
sobre todo. (En 1899, William T. Harris, el
comisionado de educación estadounidense, celebró que las escuelas del país
habían tomado la “apariencia de una máquina,” la cual enseña al estudiante “a
comportarse en una manera ordenada, a mantenerse en su lugar, y a no
estorbar.”)
Ya no
proclamamos esos valores hoy en día, pero nuestro sistema de educación – el
cual pone en prueba la habilidad de los niños de memorizar información y de
dominar solo un juego estrecho de técnicas—mantiene que los estudiantes son
material que tiene que ser procesado, programado y examinado por su calidad.
Los administradores escolares establecen parámetros y guías que les indican a
los maestros lo que tienen que enseñar cada día. Legiones de administradores
supervisan todo lo que pasa en los salones de clase; en 2010 solo el 50 por ciento de los empleados de las escuelas
públicas, en Estados Unidos, eran maestros.
Los
resultados hablan por si mismos: Cientos de miles de niños dejan la escuela
secundaria cada año. De los que sí se gradúan, casi un tercio “no están preparados
académicamente para clases universitarias del primer año,” según el
reporte del servicio de exámenes ACT del 2013.
El
Foro Económico Mundial
clasifica a los Estados Unidos como cuadragésimo noveno de 148 países
desarrollados y no desarrollados, en cuanto a calidad de instrucción en
ciencias y matemáticas. “La base fundamental del sistema está
fatalmente defectuosa,” dice Linda
Darling-Hammond, profesora de educación en Stanford
y la directora fundadora de la Comisión Nacional Sobre la Enseñanza y el Futuro de América.
“En 1970 los tres
conocimientos prácticos más codiciados por las compañías en el Fortune 500
eran: leer, escribir y aritmética. En 1999, eran: trabajar en equipo,
resolución de problemas, y habilidades interpersonales. Necesitamos escuelas
que desarrollen estas habilidades.”
Y es por
eso, que una nueva generación de educadores,
inspirados por el internet,.
la psicología evolucionaria,.
la neurociencia.
y la inteligencia artificial, están inventando nuevos métodos
radicales para que los niños aprendan,
se desarrollen, y prosperen.
Para ellos,
la sabiduría no es un producto que pasa de manos de maestro a estudiante, si no
es algo que surge de la curiosidad de los
estudiantes. Los maestros proporcionan claves, no respuestas, y luego se alejan
para que ellos mismos se enseñen y aprendan de cada uno. Están creando formas
para que los niños descubran sus propios intereses—y en ese proceso estos
maestros están desarrollando una generación de genios.
En su casa
en Matamoros, Juárez Correa se encontró completamente absorbido por estas
ideas.
Mientras más
aprendía, se sentía más entusiasmado. En agosto del 2011—al comienzo del año
escolar—entró a su salón y formó grupos pequeños con los escritorios
maltratados de madera. Cuando Paloma y los otros estudiantes entraron al salón,
como que se confundieron. Juárez Correa los invitó a sentarse y luego él
también se sentó con ellos.
Les empezó a
contar que había niños en otras partes del mundo que podían memorizar pi a
cientos de puntos decimales.
Podían
escribir sinfonías y construir robots y aviones.
Casi nadie
se imaginaría que los alumnos de la escuela José Urbina López pudieran hacer
ese tipo de cosas. Los niños al otro lado de la frontera en Brownsville, Texas, tenían computadoras, acceso a
internet rápido, y clases particulares, mientras tanto en Matamoros tenían
electricidad intermitente, pocas computadoras, internet limitado, y a veces, no tenían ni que comer.
“Pero ustedes sí tienen
algo que los hace semejantes a cualquier niño en el mundo,” les dijo Juárez Correa. “Potencial.”
Juárez
Correa miró alrededor del salón. “De ahora en adelante,” les dijo,
“vamos a usar ese potencial para que se conviertan en los mejores estudiantes
del mundo.”
Paloma se
quedo callada, esperando que el maestro le dijera lo que tenía que hacer. No se
había dado cuenta que durante los próximos nueve meses, su experiencia escolar iba ser reescrita, con innovaciones
educacionales de todo el mundo y que éstas iban a lanzarla a ella y a sus
compañeros a la clasificación más alta en matemáticas y lenguaje en todo México.
“Entonces,”
dijo Juárez Correa, ”¿que quieren aprender?”
En 1999, Sugata Mitra era el jefe científico en una compañía de Nueva
Delhi que entrenaba a
programadores de software.
Su oficina estaba a lado de un barrio pobre, y
un día — por una corazonada — decidió poner una computadora en un recoveco junto a la pared que separaba su
edificio del barrio.
Estaba
curioso de ver lo que los niños harían, particularmente si no les decía nada.
Simplemente prendió la computadora y observó
a distancia. Se sorprendió cuando vió que aprendieron como usarla
rápidamente.
Como pasaron
los años, la ambición de Mitra creció.
Para un
estudio publicado en 2010, instaló
programas de biología molecular en una computadora y la puso en Kalikuppam, una aldea en el sur de la India.
Seleccionó
un grupo de niños de 10 hasta 14 años y les dijo que la computadora contenía
algunas cosas interesantes, por si querían averiguar. Y después aplicó su nuevo
método pedagógico: no dijo nada más y se fue.
A través de
los próximos 75 días, los niños averiguaron como usar la computadora y
empezaron a aprender. Cuando Mitra regresó, les aplicó un examen escrito de biología
molecular.
Los niños
respondieron una de cada cuatro preguntas bien.
Después de
otros 75 días, con el apoyo de un vecino amistoso, ya podían responder dos
preguntas bien. “Si les pones una computadora y quitas todas las restricciones
de adultos, los niños se organizarán solos alrededor de ella,” dice Mitra, “como
abejas alrededor de una flor.”
Un
proselitista carismático y convincente, Mitra se ha convertido en un encanto
del mundo tecnológico.
Al principio del 2013,
se ganó una beca de un millón de dólares
de TED, la conferencia global de ideas, para continuar su trabajo.
Ahora está
en el proceso de establecer siete “escuelas en la nube,” cinco en la India y dos en el Reino Unido.
En la India,
la mayoría de sus escuelas serán de solo un salón.
No habrá
maestros, programas establecidos, o separación por edades—solo como seis
computadoras y una tutora que velará por la seguridad de los niños. Su
principio definidor: “Los niños están completamente en control.”
“LA VERDAD
ES QUE SI NO ERES TÚ EL QUE CONTROLA LO QUE APRENDES, NO VAS A APRENDER TAN
BIEN.”
Mitra
argumenta que la revolución de la información ha posibilitado un estilo de
aprendizaje que no había existido antes.
El exterior
de sus escuelas serán casi de vidrio solamente para que la gente pueda mirar
hacia dentro.
Ahí, los
alumnos se juntarán en grupos alrededor de las computadoras e investigarán
temas que les interesen.
También ha
reclutado un grupo de maestros británicos
retirados que se aparecerán en pantallas gigantes de vez en cuando por Skype, impulsando a los niños a que investiguen sus
ideas—un proceso que Mitra cree fomenta el aprendizaje mejor que otros métodos.
Se refiere a estos maestros virtuales como la “Granny Cloud”—la Nube Abuelita.
“Serán
de tamaño natural, en dos paredes,” Mitra dice. “Y los niños pueden
apagarlos cuando quieran.”
El trabajo
de Mitra tiene raíces en métodos educativos que datan desde la época de Sócrates.
Teóricos
desde Johann
Heinrich Pestalozzi a Jean Piaget y María Montessori dicen que los
estudiantes deben aprender jugando y persiguiendo su curiosidad.
Einstein
pasó todo un año en los
1890s en una escuela inspirada por la filosofía de Pestalozzi,
y después le agradeció a ésta, haberle dado la libertad de comenzar a pensar,
sobre lo que sería su teoría de relatividad.
Los
fundadores de Google, Larry Page y Sergey Brin,
también reclaman que el haber atendido un escuela Montessori,
los llenó de un sentido de independencia y creatividad.
Recientemente,
investigadores científicos han comenzado a comprobar estas teorías.
Un estudio
del 2011 de unos científicos en la Universidad de
Illinois en Urbana-Champaign y la Universidad de
Iowa escanearon la actividad cerebral de 16 personas sentadas en frente
de una pantalla de computadora. La pantalla estaba borrosa excepto por un
pequeño cuadrado que se podía mover y por el cual podían ver objetos trazados
en una cuadricula. La mitad del tiempo, las personas controlaban la ventanilla.
Ellos podían determinar cuanto tiempo pasaban examinando los objetos. El resto
del tiempo, solo miraban una reproducción de alguien más moviendo la
ventanilla. Los científicos descubrieron que las personas que controlaron sus
propias observaciones, exhibieron más coordinación entre el hipocampo y otras
partes del cerebro relacionadas con el aprendizaje y también un incremento de 23 por ciento en su capacidad de recordar objetos. “La verdad es que si no eres tú el que controla lo que
aprendes, no vas a aprender tan bien,” dice el científico Joel Voss, quien ahora es un neurocientifico en la Universidad Northwestern.
En 2009,
científicos de la Universidad de Louisville y
del Instituto Tecnológico de Massachusetts
hicieron un estudio con 48 niños de edades entre tres y seis años. Les dieron
un juguete que podía chirriar, tocar notas musicales, y reflejar imágenes,
entre otras cosas. A un grupo de niños un científico le mostró una de esas
funciones y después dejó que ellos jugaran con el.
Al otro
grupo no les dijo nada. Este grupo jugó por más tiempo y descubrió en promedio
seis funciones del juguete.
El otro solo
descubrió cuatro. Un estudio similar en la Universidad de California en
Berkeley demostró que cuando no se les dá ningún tipo de instrucción a los
niños, ellos conciben soluciones originales a los problemas con más frecuencia.
“Este
tipo de ciencia es nuevo, pero la gente ya había tenido intuición sobre ésto
antes,” dice uno de los autores del proyecto, Alison Gopnik, profesora de psicología en la Universidad de California en Berkeley.
El trabajo
de Gopnik está basado en parte en avances en la inteligencia artificial. Si programas cada movimiento
de un robot, dice Gopnik, no tiene la capacidad de adaptarse a cosas
inesperadas. Pero si los científicos construyen máquinas programadas a
experimentar con una variedad de movimientos y a aprender de sus errores,
entonces los robots se hacen más diestros y hábiles. El mismo principio se
puede aplicar a los niños, dice Gopnik.
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