La
tragedia del estímulo por Paul Krugman premio Nòbel de economía, extraído del diario español Elpais.
http://economia.elpais.com/economia/2014/02/21/actualidad/1392998272_786966.html
La percepción de que el estímulo
económico no ha funcionado ha perseguido a la política económica
PAUL KRUGMAN 23 FEB 2014 - 00:00 CET
Obama en una
reciente intervención a favor de la subida del salario mínimo. /
LARRY DOWNING (REUTERS)
Han
transcurrido cinco años desde que el presidente Barack Obama aprobó la Ley de Recuperación y Reinversión (el “estímulo
económico”).
Con el paso
del tiempo ha quedado claro que la ley ha hecho muchísimo bien.
Ha
contribuido a terminar con la caída en picado de la economía; ha creado o
conservado millones de puestos de trabajo; ha dejado un importante legado de
inversión pública y privada.
También ha sido
un desastre político. Y las consecuencias de ese desastre político —la
percepción de que el estímulo no ha funcionado— han perseguido a la política
económica desde entonces.
Empecemos por las cosas buenas que
hizo el estímulo.
El motivo
del estímulo fue que padecíamos un enorme déficit en el gasto general y que el
daño sufrido por la economía a causa de la crisis financiera y el estallido de
la burbuja inmobiliaria era tan grave que la Reserva Federal, que normalmente
combate las recesiones rebajando los tipos de interés a corto plazo, no era
capaz de superar esta depresión por sus propios medios.
La idea, por
tanto, era proporcionar un incentivo temporal haciendo que el Gobierno gastase
más dinero directamente y, usando las bajadas de impuestos y las ayudas
públicas, incrementar los ingresos de las familias para estimular el gasto
privado.
Quienes se
oponían al estímulo argumentaban ruidosamente que el gasto deficitario pondría
los tipos de interés por las nubes y “desplazaría” el gasto privado. Sin embargo,
los defensores respondían que el desplazamiento —un problema real cuando la
economía está cerca del pleno empleo— no se daría en una economía profundamente
deprimida, rebosante de exceso de capacidad y de ahorros. Y los defensores del
estímulo tenían razón: lejos de dispararse, los tipos de interés cayeron hasta
estar más bajos que nunca.
¿Y qué hay de las pruebas positivas
sobre los beneficios del estímulo?
Eso es más complicado, porque resulta difícil
separar los efectos de la Ley de Recuperación de las demás cosas que estaban
sucediendo por entonces. No obstante, los estudios más detallados han
encontrado pruebas de efectos muy positivos en el empleo y la producción.
Y lo más
importante, diría yo, es el enorme
experimento natural que nos ha ofrecido Europa
sobre los efectos que tienen los cambios drásticos en el gasto público.
Verán,
algunos de los miembros de la eurozona —el grupo de países que comparten la
moneda común europea—, aunque no todos, se vieron obligados a imponer una
austeridad fiscal draconiana, es decir, un estímulo
negativo. Si quienes se oponían al estímulo hubiesen tenido razón acerca
del modo en que funciona el mundo, estos programas de austeridad no habrían
tenido efectos económicos negativos graves, porque los recortes del gasto
público se habrían visto compensados por el aumento del gasto privado. De
hecho, la austeridad provocó una caída
nefasta (en algunos casos, catastrófica) de la producción y el empleo.
Y el gasto
privado de los países que impusieron una austeridad muy estricta acabó
reduciéndose, no aumentando, lo que amplificó los efectos directos de los
recortes gubernamentales.
Por tanto,
todas las pruebas indican que el estímulo de Obama tuvo importantes efectos
positivos a corto plazo. Y, sin duda, hubo también
beneficios a largo plazo: las grandes inversiones en todo, desde las energías
renovables hasta los historiales médicos electrónicos.
Entonces,
¿por qué todos —o, para ser más exactos,
todos excepto quienes han estudiado este asunto en profundidad— creen que el
estímulo fue un fracaso?
Porque la
economía de EE UU siguió obteniendo malos resultados —no desastrosos, pero sí
malos— después de que la ley entrase en vigor.
La razón no
es ningún misterio: Estados Unidos estaba haciendo frente a las consecuencias
de una gigantesca burbuja inmobiliaria.
Todavía hoy,
la vivienda solo se ha recuperado hasta cierto punto y los consumidores siguen siendo rehenes de las enormes deudas que contrajeron
durante los años de la burbuja.
Además, el
estímulo fue demasiado pequeño y demasiado corto para hacer frente a ese
terrible legado.
Al quedarse
corta, la ley ha acabado desacreditando la idea en sí del estímulo
Y no se
trata, por cierto, de inventar excusas a posteriori. Los lectores habituales
saben que yo, prácticamente, estaba que me subía por las paredes en 2009,
advirtiendo de que la Ley de Recuperación era insuficiente y de que, al
quedarse corta, la ley acabaría desacreditando la idea en sí del estímulo. Y
eso fue lo que ocurrió.
Hay un
debate que viene de largo sobre si el Gobierno de Obama pudo haber conseguido
más. El Gobierno agravó el problema con unas previsiones excesivamente
optimistas, basadas en la falsa premisa de que la economía se recuperaría
rápidamente una vez que volviese la confianza en el sistema financiero.
Pero todo
eso es agua pasada.
Lo
importante es que la política fiscal de EE UU tomó un rumbo completamente
equivocado después de 2010.
Al existir
la percepción de que el estímulo había fracasado, la creación de empleo
prácticamente desapareció de la retórica de Washington, reemplazada por una
preocupación obsesiva por el déficit presupuestario. El gasto público, que
había crecido temporalmente gracias a la Ley de Recuperación y a programas de
protección social como los cupones para alimentos y las prestaciones por
desempleo, empezó a reducirse, y la inversión pública fue la más perjudicada. Y este antiestímulo ha destruido millones
de puestos de trabajo.
En otras
palabras, la historia del estímulo es, a grandes rasgos, trágica.
Una iniciativa política que era
buena, pero no lo bastante buena, terminó viéndose como un fracaso, y ello nos llevó a tomar un camino
equivocado y tremendamente destructivo.
Paul Krugman
es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel 2008.
© New York
Times Service 2014
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