Kirguistán-Tayikistán, algo más que una guerra por el agua.
Guadi Calvo.
Mientras en Afganistán, el talibán golpea a diestra y siniestra a las fuerzas militares y de seguridad en que apoyan, al cada vez más endeble presidente Ashraf Ghani, para llevarlo a la mesa de negociaciones lo más debilitado posible, al tiempo que ellos, se han afirmado en la ofensiva post primero de mayo, que incluso, de prolongarse con el mismo éxito, se corre el riesgo de que para el propio mullah Hibatullah Akhundzada, le sea difícil detener a sus muyahidines. Lo que precipitaría una nueva etapa de la guerra civil, a la que el Daesh Khorasan, un jugador menor en el conflicto, pero con muchas condiciones para profundizarlo, apuesta fuerte, por aquello de a río revuelto… Por lo que se cree es el verdadero responsable de la acción que el pasado sábado ocho, a la salida de la escuela Sayed ul-Shuhada, en Dasht-e-Barchi, un suburbio al oeste de la ciudad Kabul, habitado mayoritariamente por miembros de la comunidad chií, étnicamente hazaras, donde murieron unas 65 personas y más de 130 resultaron heridas, la mayoría alumnas de la institución.
A pesar de que Ghani, intentando una mezquina ventaja, culpó a los talibanes, estos han negado su responsabilidad. No hay que ser un experto en la guerra afgana, para encontrar la firma del Daesh en el reciente ataque, ya que los talibanes no operan en la capital, lo que si hace y con mucha frecuencia la organización fundada por Abu Bakr al-Baghdadi, que desde hace más de dos años ha incrementado sus operaciones en Kabul, de manera directa y en algunos casos financiando a la cada vez más confusa Red Haqqani. Una de sus últimas acciones había sido en mayo del año pasado, contra la maternidad de Dasht-e-Barch, donde mataron a cerca de 25 personas entre pacientes y personal sanitario, además de destruir valioso instrumental médico.
Mientras Afganistán se revuelve en el lodo preciosamente amasado por los Estados Unidos durante veinte años, a pocos kilómetros de sus fronteras, una nueva escalada, estalló esta última semana en el viejo conflicto entre Kirguistán-Tayikistán.
Los enfrentamientos que se produjeron entre el 28 y 29 de abril, incentivando en su origen, por la cada vez más angustiante y grave escasez de agua, dejaron cerca de sesenta muertos, un importante número de heridos, cerca de 50 mil desplazados y la destrucción de centenares de viviendas, locales comerciales y edificio públicos a uno y otro lado de la frontera. convirtiéndose en la más sangrienta que se ha producido desde la separación de ambas naciones de la Unión Soviética en 1991.
Los combates, se habrían iniciado, tras el intento de los kirguises de instalar cámaras de videos, para controlar el uso del agua por parte de la comunidad tayika, lo que provocó inicialmente una disputa a golpes de puños y piedras entre civiles, que derivó casi de manera inmediata a la intervención de las fuerzas de seguridad de ambos países, desplegadas en el área. Que, desde un tiroteo inicial con fusilería, se continuó con fuego de morteros. Kirguistán, acusó a Tayikistán de la utilización de un helicóptero de asalto Mi-24, contra uno de sus puestos fronterizos y varias aldeas.
Si bien a partir del día 30 de abril, se alcanzó a establecer un alto el fuego, se teme que hasta que no se resuelva el acceso al agua, inevitablemente los enfrentamientos estallaran en cualquier momento. Los que pondrán a prueba a Rusia, que no ha dejado de tener una fuerte presencia en ambas repúblicas, donde también dispone de bases militares.
La cuestión estriba en la confusa demarcación fronteriza, unos mil kilómetros, de los cuales más de la mitad no han sido definidos desde 1991. El sistema en la era socialista de “naciones, nacionalidades y pueblos”, que no imponía ninguna traba al tránsito, ni al uso común de los bienes públicos, como también sucedía en Abjasia y Osetia del Sur en Georgia, y Nagorno-Karabaj en Azerbaiyán, se conformaban enclaves étnicos o tribales de una república en otra, y cuya administración pertenecía a la de origen, creándose verdaderas islas de una nación dentro de otra vecina. Este es el caso de Batken, una provincia de Kirguistán, donde existen dos regiones, Kayragach y Vorukh, pobladas casi en su totalidad por tayikos, las que son administrados por Tayikistán.
Fue Vorukh, el punto caliente, donde se centraron los choques de finales de abril. Un territorio fértil, para los parámetros de la región, que se encuentra rodeado por una de las provincias más áridas de Kirguistán, lo que pone el control de los recursos hídricos, en el punto en discusión.
Si bien los recientes enfrentamientos, entre estas dos naciones han sido los más importantes de la época post soviética, no son los primeros, ya en 2013, pobladores de Vorukh, quisieron impedir la construcción de una ruta alrededor de su enclave, provocando una pelea que involucró a cientos de personas. En 2015, nuevas discusiones entre civiles llevaron a la intervención ambos ejércitos. En 2019 otra vez pobladores de Vorukh, pretendieron impedir la construcción de una ruta. La disputa se convirtió en choque armado entre los aldeanos, en la que murieron dos tayikos. Previó a los últimos enfrentamientos de abril, en marzo habían surgido nuevas reyertas, que apuntaban a ir en aumentó hasta eclosionar a finales del mes pasado.
El reflejo afgano.
Habría que considerar que el conflicto kirguí-tayiko, no está para nada desprendido de la retirada de Estados Unidos de Afganistán, ya que Washington ha anunciado su voluntad de establecer bases militares en Asía Central, para seguir “monitoreando” al terrorismo en la región en la que obviamente Rusia tiene prevalencia, por lo que no sería para nada extraño que agentes pro norteamericanos hayan estaba operando en la concreción del último estallido.
Estados Unidos de ninguna manera quiere perder argumento para mantener su injerencia en la región, y encima ceder esa amplia y estratégica área, con sus infinitos recursos naturales particularmente gas y petróleo, a sus dos grandes competidores Rusia y China, muy próximos física, cultural, política y económicamente.
Por lo que la llamativa virulencia de reciente escalada, podría tener que ver más con una acción retardada de Washington que por el agua, ya que tanto el presidente de Kirguistán, Sadyr Zhaparovte, como su par tayiko Emomali Rahmon, son hombres muy próximos al Kremlin. Además de que ambos países, son miembros de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) en la que Moscú en un activo integrante y a su vez Kirguistán también es miembro de la Unión Económica Euroasiática (EAEU) de la que también Rusia es parte de la organización a la que Tayikistán, tiene marcado interés en unirse.
Por lo que quizás, ampliando el zoom, para dar contexto a estas anotaciones, habría que interesarse en qué Moscú, que debe considerar la cuestión en Ucrania, donde los Estados Unidos desde 2013 están jugando muy fuerte, por lo que, a lo largo de la frontera ucraniana, Moscú ha estacionado importantes contingentes militares, al tiempo que efectivos rusos deben monitorear el alto el fuego entre Armenia y Azerbaiyán, por la cuestión Nagorno-Karabaj; lo que un enfrentamiento de envergadura entre Kirguistán y Tayikistán, obligaría a el presidente Vladimir Putin, a disponer más fuerzas para controlar la tensión en otra de sus extensas fronteras, las que parecieran que alguna “voluntad” poderosa intentaría cercar.
Frente a la perdida de ese portaaviones que significó, a pesar de todo, Afganistán estos últimos veinte años, Estados Unidos busca abrigo para sus tropas en la región. En procura de encontrar ese lugar Zalmay Khalilzad, el Representante Especial de Estados Unidos para la Reconciliación de Afganistán, desde principios de mayo está haciendo una gira por Uzbekistán, Kazajstán y Tayikistán, lo que no es del agrado Taliban. Aunque el hecho no es una novedad para nadie ya que el 14 de abril Biden, había expresado su voluntad de permanecer en la región, para evitar el resurgimiento del terrorismo en Asia Central, como si los talibanes fueran Hermanas de la Caridad.
Washington, ya había ocupado en octubre de 2001, la antigua base soviética de Karshi Khanabad (K-2), en Uzbekistán, nación, que, tras el colapso soviético, fue la primera en ofrecer su territorio y espacio aéreo para operaciones de la OTAN, tras los ataques a Nueva York. Estados Unidos debió abandonar 2005, esa base después de la matanza Andiján, una ciudad en el este de ese país donde fueron asesinadas 700 personas por orden del entonces presidente Islom Karimov, en el poder desde 1991 hasta su muerte en 2016, matanza que muchos vieron a los Estados Unidos, detrás de la operación, por lo que abandonaron Karshi Khanabad en 2005. Washington también controló la base de Manas, próxima a la Bishkek, la capital kirguisa, desde diciembre de 2001 a junio de 2014.
Con un ojo puesto en el Taliban y otro en Moscú, Estados Unidos pretende perdurar en la región como si estos últimos veinte años no hubiera aprendido nada.
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