Tumores
cerebrales no tan benignos.
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Científicos
de Boston descubren los dos genes
responsables del craneofaringioma, un
paradigma de enfermedad rara. El estudio permite un diagnóstico fiable y
sugiere tratamientos
JAVIER
SAMPEDRO
Madrid 12 ENE 2014 - 21:43 CET
Hay tumores
cerebrales benignos que no te matan pero provocan jaquecas graves, trastornos del sueño, deficiencias de visión,
obesidad, deficiencias intelectuales y una vida de poca calidad.
Se llaman
craneofaringiomas, y constituyen una de esas enfermedades ‘raras’ que,
precisamente por su infrecuencia en la población general, han sido las grandes
olvidadas de la revolución biomédica de las últimas décadas.
Pero la
genómica está empezando a revertir esta situación.
Uno de los
nodos del proyecto genoma público, el Instituto Broad (del MIT y la Universidad de Harvard),
en colaboración con el Hospital de Mujeres de Boston,
ha identificado las grandes causas genéticas de los craneofaringiomas.
Estudiando
el genoma de 110 pacientes, han identificado alteraciones generalizadas y
recurrentes en dos genes (la beta-catenina CTTNB1 y el
gen BRAF).
El
descubrimiento será de inmediata utilidad para que los médicos diagnostiquen
esta enfermedad olvidada, e identifica las dianas contra las que se dirigirá la
farmacología en los próximos años. Presentan sus resultados en ‘Nature Genetics’.
Los
craneofaringiomas son tumores del tejido epitelial que suelen surgir en la zona
‘suprasillar’, o por encima de la ‘silla turca’
del cerebro, una depresión situada delante de las orejas.
Aunque se
trata de una enfermedad de las clasificadas como ‘raras’, no se la puede
ignorar como un problema desechable: cada año surgen unos nuevos 500 casos solo
en España. Como no es mortal, esos casos se acumulan a los de años y décadas
anteriores.
El tumor es
de crecimiento lento y pronóstico benigno, pero esto no acaba siendo tan buena
noticia como parece a primera vista. Por su mera posición, el craneofaringioma
suele afectar al quiasma óptico, las
vías pituitarias y el hipotálamo, una estructura cerebral esencial para la
regulación hormonal de alto nivel.
Y cuando el
tumor no lo hace, el tratamiento contra él –una cirugía muy dificultosa— puede
acabar el trabajo que el tumor empezó.
El principal
cáncer cerebral es el glioblastoma, que es uno
de los tumores más agresivos y reacios al tratamiento que se conocen. El
craneofaringioma es “benigno” en comparación con eso. No en otro sentido.
El hallazgo
identifica la diana contra la que irán los nuevos fármacos
Fue el padre
de la neurocirugía, el médico norteamericano Harvey
Cushing (1869-1939), quien introdujo el término craneofaringioma en la
literatura científica, y lo definió como “el más formidable de los tumores
intracraneales”. Sus discípulos del último siglo, por desgracia, no han ido
mucho más allá de esa declaración de principios.
Los
científicos de Boston han empleado una de las técnicas de la moderna genómica
–la secuenciación del ‘exoma’, o la
pequeña pero crucial fracción del ADN que codifica proteínas— para
descubrir las alteraciones genéticas (mutaciones) más comunes en 102 pacientes
de craneofaringioma. La correlación es una de las mejores que cabe recordar en
la emergente disciplina de la patología
molecular: 51 de los 53 tumores examinados del subtipo adamantinomatoso,
típico de adultos, contienen mutaciones recurrentes del gen BRAF; y 36 de 39 tumores del otro gran subtipo (el papilar, que
afecta a los niños) llevan alteraciones de la beta-catenina
(CTNNB1).
Nota del autor del blog es otro o es
diferente del de arriba o está mal escrito. CTNNB1 o es CTTNB1
Es un
resultado nítido e inmediatamente exportable al diagnóstico clínico.
“Afortunadamente, estos
tumores han resultado no ser muy complejos genéticamente, pues se basan en mutaciones
recurrentes de alta frecuencia”, dice a EL PAÍS el neuropatólogo Sandro
Santagata, del Brigham and Women’s Hospital y la Facultad de Medicina de
Harvard, director médico de la investigación.
“Los pacientes con
tumores papilares, en particular, se pueden beneficiar de inhibidores del gen
BRAF que fueron desarrollados para otros tumores más comunes como el melanoma,
que también tienen mutaciones en BRAF”.
El médico de
Harvard bendice su suerte: “Un montón de estrellas parecen haberse
alineado en nuestro trabajo”.
La genómica
del cáncer ha experimentado grandes avances en los últimos años, pero el
objetivo han sido hasta ahora, como parece lógico, los principales tipos de
tumores, como los de mama, piel y colon.
¿Por qué Santagata y su equipo empezaron a estudiar estos tumores tan
infrecuentes? “Es verdad que los craneofaringiomas son unos tumores
bastante raros si los comparamos con el gran cuadro del cáncer”, responde el
neuropatólogo. “Pero si trabajas en un centro de referencia para tumores
cerebrales, incluso las enfermedades raras empiezan a no parecerte tan raras”.
Los
oncólogos de este hospital de Boston tratan a pacientes de craneofaringioma que
sufren complicaciones debilitantes durante toda su vida. “La esperanza de aliviar al menos
algunos de esos problemas que les cambian la vida fue la gran inspiración de
esta investigación”, asegura Santagata.
¿Qué implica el trabajo para las
estrategias a seguir con otras enfermedades raras?
“Cuando no hay líneas celulares o modelos
animales disponibles, las herramientas genómicas pueden suponer la gran
esperanza para las enfermedades raras”, responde Santagata. “A
veces lo único que está disponible es el tejido de los tumores, como era
nuestro caso con el craneofaringioma, así que ha sido la revolución de las
tecnologías genómicas lo que ha permitido penetrar en el problema”. Los
médicos del Brigham and Women’s hospital han colaborado
con Gad Getz y su equipo de genetistas del Instituto
Broad, uno de los nodos del proyecto genoma público.
“Es difícil
conseguir fondos para estudiar tumores raros”, explica Santagata sobre el ángulo
financiero de la cuestión. “Mis colegas de neuro-oncología, como Mark Kieran, que tratan a diario con pacientes de
craneofaringioma, fueron cruciales para lograr la financiación de este
proyecto; y gracias a que el coste de la secuenciación (lectura del ADN) se ha
reducido mucho en los últimos años, hemos podido hacer la investigación a un
coste razonable”.
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