La
gran burguesía monopólica privada y la gran burguesía estatal (ambas
dependientes del imperialismo pero en colusión y pugna según el momento)
compiten por la apropiación y control de los medios de comunicación en Perú
parte III
¿Un
castillo de naipes? por Mario Vargas Llosa Premio Nobel
de literatura
http://elpais.com/elpais/2014/01/10/opinion/1389368800_276531.html
PIEDRA
DE TOQUE. El grupo El Comercio se ha hecho con el control del 80% de la prensa escrita del Perú, lo que es una seria
amenaza para la libertad de opinión sin la cual cualquier democracia se
desmorona.
MARIO
VARGAS LLOSA 12 ENE 2014 - 00:00 CET
Cuando, en
julio de 1974, la dictadura del general Juan Velasco Alvarado estatizó todos los diarios y
canales de televisión en el Perú, explicó que hasta entonces en el país sólo
había habido libertad de empresa y que a partir de ahora, al pasar los medios
de comunicación de sociedades capitalistas al “pueblo organizado”,
comenzaría a existir la verdadera libertad de prensa.
La realidad
fue distinta.
Los diarios,
radios y canales expropiados se dedicaron a ensalzar todas las iniciativas del
régimen, a difamar y silenciar a sus críticos y, además de desaparecer toda
libertad de información, el periodismo peruano alcanzó aquellos años unos
extraordinarios niveles de mediocridad y envilecimiento.
Por eso,
cuando, seis años después, al ser elegido presidente, Fernando Belaunde Terry
devolvió los diarios y demás medios estatizados a sus dueños, una gran mayoría
de peruanos celebró la medida.
Creo que a
partir de entonces buena parte de la opinión pública en el país aceptó —algunos
con alborozo y otros a regañadientes— que la
libertad de prensa era inseparable de la libertad de empresa y de la
propiedad privada, pues, cuando estas desaparecían, con ellas se esfumaba la
información independiente así como toda posibilidad de criticar al poder. Por
eso, la dictadura de Fujimori y Montesinos utilizó
una manera menos burda que la estatización para asegurarse una prensa adicta:
la intimidación o repartir bolsas de dólares entre periodistas y dueños de
medios de comunicación.
Ahora bien,
que haya una economía de mercado y se respete la propiedad privada no bastan,
por sí solas, para garantizar la libertad de prensa en un país. Esta se ve
amenazada, también, si un grupo económico pasa a controlar de manera
significativamente mayoritaria los medios de comunicación escritos o
audiovisuales.
Es lo que acaba de ocurrir en el Perú con la
compra, por el grupo El Comercio, de los diarios de
Epensa, operación que le asegura el control de poco menos que el 80% de la prensa escrita en el país. (El Comercio
posee también un canal de cable y el más importante canal de televisión de
señal abierta del Perú). Esto ha generado un intenso debate sobre la libertad
de información y de crítica, algo, me parece, sumamente útil porque el tema
desborda el ámbito nacional y afecta a buena parte de los países
latinoamericanos.
Ocho
periodistas han presentado una acción de amparo al Poder Judicial pidiendo que
anule aquella compra, pues, alegan, transgrede el principio constitucional
prohibiendo que los medios sean “objeto de exclusividad, monopolio ni
acaparamiento”.
Por su
parte, El Comercio sostiene que el modelo de compra que ha efectuado con los
diarios de Epensa sólo concierne a su impresión y distribución, y preserva su
línea editorial.
Sin embargo,
según precisó Enrique Zileri Gibson, uno de aquellos
ocho periodistas, ni uno solo de los diarios de El Comercio y de Epensa informó
que el Poder Judicial había dado trámite a la acción de amparo en contra de la
fusión. ¿Esta unanimidad en el silenciamiento era puramente casual?
Elaborar una
ley de medios para evitar el monopolio es un remedio peor que la enfermedad
Ningún país
democrático admite que un órgano de prensa acapare porcentajes elevados del
mercado de la información, porque, si lo admitiera, la libertad de prensa y el
derecho de crítica se verían tan radicalmente amenazados como cuando el poder
político se apropia de los medios para “liberarlos de la explotación
capitalista”. La pregunta clave es: ¿cuál es la mejor manera de impedir el
monopolio, privado o estatal, de la información? ¿Una ley de medios, discutida
y aprobada en el Parlamento? Es lo que ha anunciado que presentará un
congresista, Manuel Dammert, proyecto que
contaría con el apoyo de dos de los partidos que sostienen al Gobierno del
Presidente Humala.
Este sería,
en mi opinión, un remedio peor que la enfermedad. En vez de garantizar la
diversificación informativa, pondría en manos del poder político un arma que le
permitiría recortar la libertad de prensa y hasta abolirla. Es verdad que en
varias democracias avanzadas hay leyes específicas contra el monopolio y
organismos de Estado que verifican su cumplimiento, como la española Comisión
Nacional de la Competencia. Son organismos de Estado, no de Gobierno.
Esta
distinción sólo es real en las sociedades desarrolladas. En el mundo del
subdesarrollo la diferencia entre Estado y Gobierno es retórica, pues, en la
práctica éste último coloniza el Estado y lo pone a su servicio.
Nota del autor del blog según Lenin El
estado es una maquinaria mediante la cual una clase social controla a otra
clase social así el faraón dominaba a los esclavos con su estado es decir con
su ejército, hechiceros, escribas, etc, esto ha cambiado y ahora es las fuerzas
armadas, policiales, poderes ejecutivo, legislativo, judicial electoral, etc, y
gobierno es el administrador de turno del estado.
Por eso,
todas las leyes de medios que se han dado en los últimos años en América
Latina, en Venezuela, en Argentina, en Bolivia, en
Ecuador, han servido a gobiernos populistas o autoritarios para recortar
drásticamente la libertad de información y de opinión y hacer pender, como una
Espada de Damocles, la amenaza del cierre, la censura o la expropiación, a los
órganos de prensa indóciles y críticos de su gestión.
¿Cuál es, entonces, la salida?
¿Aceptar, como mal menor, que un órgano de
prensa controle más de tres cuartas partes de la información y creer los
sofismas de los valedores de El Comercio sosteniendo que la fusión carece de
connotaciones políticas y resulta únicamente de la eficacia y talento con que
han sabido vender su “producto” en el mercado informativo?
Para semejante razonamiento, no hay diferencia
entre un órgano de prensa y “productos” como las cacerolas o los jugos de
fruta. La realidad es que cuando una cacerola derrota a sus competidores y se
queda dueña del mercado lo peor que puede pasar es que el precio de las
cacerolas suba o que “el producto” empiece a deteriorarse, porque el monopolio suele producir ineficiencia y
corrupción.
En cambio,
cuando un órgano de prensa anula a los competidores y se convierte en amo y
señor de la información, ésta pasa a ser un monólogo tan cacofónico como el de
una prensa estatizada y con ella no sólo la libertad de información y de
crítica se deterioran, también la libertad a secas se halla en peligro de
eclipsarse.
Que el caso
llegara a la Corte Interamericana es una buena
cosa porque es independiente y capaz
La manera
más sensata de conjurar este peligro es, creo, la que han elegido los ocho
valientes periodistas que se han enfrentado al gigante: recurrir al Poder
Judicial a fin de que determine si la fusión transgrede el principio
constitucional contra el monopolio y el acaparamiento, como creemos muchos demócratas
peruanos, o es lícita.
Este
proceso, con las inevitables apelaciones, puede llegar hasta las más altas
instancias judiciales, desde luego, e, incluso al
Tribunal
Constitucional o a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, de San José.
A mí me
gustaría que llegara hasta allí, porque ésta es una institución verdaderamente
independiente y capaz, de modo que su fallo tiene más posibilidades de obtener
el asentimiento de la opinión pública peruana.
Nada
semejante ocurriría si llega a prosperar la iniciativa —inoportuna y
profundamente perjudicial para un Gobierno que, hasta ahora, ha respetado las
instituciones democráticas— del congresista Manuel Dammert.
Por
desgracia, el Congreso tiene muy poca autoridad
moral e intelectual en el país —en todas
las encuestas es una de las instituciones peor valoradas— y no hay
posibilidad de que este debate fundamental sobre la libertad de prensa se lleve
a cabo allí de la manera serena y alturada que requiere un asunto esencialmente
vinculado a la supervivencia de la democracia.
Una ley de
prensa sólo es aceptable si ella nace del consenso de todas las fuerzas
democráticas de un país, como ocurre en Estados Unidos, el Reino Unido, España
o Francia, algo que, en las actuales circunstancias, en el Perú, donde la vida
política está fracturada y enconada hasta extremos absurdos —precisamente en el
momento en que su economía marcha mejor, la democracia funciona, crece la clase
media, progresa la lucha contra la pobreza y la imagen exterior del país es muy
positiva—, jamás se produciría y la fractura y el encono aumentarían en un
debate donde los argumentos legales y principistas serían arrasados en la
incandescencia del debate político.
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