Turquía,
Brasil y sus protestas: seis sorpresas
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Los movimientos de protesta que
florecen en el planeta comparten algunas características
MOISÉS
NAÍM 22 JUN 2013 - 13:48
CET
Primero fue Túnez, luego Chile y Turquía. Y ahora Brasil.
¿Qué tienen
en común las protestas callejeras en países tan diferentes? Varias cosas… y
todas sorprendentes.
1.
Pequeños incidentes que se
hacen grandes.
En todos los casos, las protestas comenzaron con
acontecimientos localizados que, inesperadamente, se convierten en un
movimiento nacional. En Túnez, todo empezó
cuando un joven vendedor ambulante de frutas no pudo soportar más el abuso de
las autoridades y se inmoló prendiéndose fuego. En Chile
fueron los costes de las universidades. En Turquía,
un parque y en Brasil, la tarifa de los
autobuses. Para sorpresa de los propios manifestantes —y de los Gobiernos— esas
quejas específicas encontraron eco en la población y se transformaron en
protestas generalizadas sobre cuestiones como la corrupción, la desigualdad, el alto costo de
la vida o la arbitrariedad de las autoridades que actúan sin tomar en cuenta el
sentir ciudadano.
2.
Los Gobiernos reaccionan
mal.
Ninguno de los Gobiernos de los países donde han estallado
estas protestas fue capaz de anticiparlas. Al principio tampoco entendieron su
naturaleza ni estaban preparados para afrontarlas eficazmente. La reacción
común ha sido mandar a los agentes antidisturbios a disolver las
manifestaciones. Algunos Gobiernos van más allá y optan por sacar al Ejército a la calle. Los excesos de la
policía o los militares agravan aún más la situación.
La principal
sorpresa de estas protestas callejeras es que ocurren en países económicamente
exitosos
3.
Las protestas no tienen líderes ni cadena de mando.
Las movilizaciones rara vez tienen una estructura
organizativa o líderes claramente definidos.
Eventualmente
destacan algunos de quienes protestan, y son designados por los demás —o
identificados por los periodistas— como los portavoces. Pero estos movimientos
—organizados espontáneamente a través de redes sociales y mensajes de texto— ni
tienen jefes formales ni una jerarquía de mando tradicional.
4.
No hay con quién negociar
ni a quién encarcelar.
La naturaleza informal, espontánea, colectiva y caótica de
las protestas confunde a los Gobiernos. ¿Con quién negociar? ¿A quién hacerle
concesiones para aplacar la ira en las calles? ¿Cómo saber si quienes aparecen
como líderes realmente tienen la capacidad de representar y comprometer al
resto?
5.
Es imposible pronosticar
las consecuencias de las protestas.
Ningún experto previó
la primavera árabe.
Hasta poco antes de su súbita defenestración, Ben Ali, Gadafi o Mubarak eran tratados por analistas, servicios de
inteligencia y medios de comunicación como líderes intocables, cuya
permanencia en el poder daban por segura. Al
día siguiente, esos mismos expertos explicaban por qué la caída de esos
dictadores era inevitable. De la misma manera que no se supo por qué ni
cuándo comienzan las protestas, tampoco se sabrá cómo y cuándo terminan, y
cuáles serán sus efectos. En algunos países no han tenido mayores consecuencias
o solo han resultado en reformas menores. En otros, las movilizaciones han
derrocado Gobiernos. Este último no será el caso en Brasil, Chile o Turquía.
Pero no hay duda de que el clima político países ya no es el mismo.
6.
La prosperidad no compra
estabilidad.
La principal sorpresa de estas protestas callejeras es que
ocurren en países económicamente
exitosos.
La economía de Túnez ha sido la mejor de África del Norte.
Chile se pone como ejemplo mundial de que el desarrollo es posible.
En los últimos años se ha vuelto un lugar común calificar a
Turquía de “milagro económico”.
Y Brasil no solo ha sacado a millones de personas de la
pobreza, sino que incluso ha logrado la hazaña de disminuir su desigualdad.
Todos ellos tienen hoy una clase media más numerosa que nunca. ¿Y entonces?
¿Por qué tomar la calle para protestar en vez de celebrar? La respuesta está en
un libro que el politólogo estadounidense Samuel Huntington publicó en 1968: El orden
político en las sociedades en cambio. Su tesis es que en las sociedades que
experimentan transformaciones rápidas, la demanda de servicios públicos crece a
mayor velocidad que la capacidad de los Gobiernos para satisfacerla. Esta es la
brecha que saca a la gente a la calle a protestar contra el Gobierno. Y que
alienta otras muy justificadas
protestas: el costo prohibitivo de la educación superior en Chile, el
autoritarismo de Erdogan en Turquía o la impunidad de los corruptos en Brasil.
Seguramente, en estos países las protestas van a amainar. Pero eso no quiere
decir que sus causas vayan a desaparecer. La brecha de Huntington es
insalvable.
Y esa
brecha, que produce turbulencias políticas, también puede ser transformada en
una positiva fuerza que impulsa el progreso.
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Twitter @moisesnaim
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