June 27,
2013, 1:18 p.m. ET
De
São Paulo a Estambul, una lección de economía política
http://online.wsj.com/article/SB10001424127887323873904578571632322960960.html?mod=WSJS_inicio_MiddleFirst
Por MICHAEL J. CASEY
Multitudes
se manifiestan en Rio de Janeiro el 17 de junio.
La erupción
espontánea de ira por parte de miles de jóvenes manifestantes en Turquía y Brasil
durante el último mes fue algo desconcertante para los observadores
extranjeros.
Hasta hace
muy poco, ambos países eran considerados ejemplos brillantes de progreso en los
mercados emergentes, lugares de rápido crecimiento donde una creciente clase
media podía aspirar a un futuro más promisorio.
Entonces,
¿por qué
tanta angustia?
¿Por qué los
beneficiarios de esta clase media emergente de repente se sublevaron?
¿Y qué
significa para la continuidad del crecimiento mundial?
No hay
respuestas fáciles, pero un buen punto para empezar es la intersección entre
cuatro vías: la desigualdad económica,
los privilegios políticos, la inflación y la desaceleración del crecimiento
mundial.
Hasta ahora,
la globalización ha hecho un trabajo aceptable de beneficiar a todos en los
mercados emergentes.
A nivel mundial, la pobreza ha caído y la
mortalidad infantil, la alfabetización y el bienestar han mejorado.
Pero los avances se han producido de
manera muy desigual
dentro y entre los países. Y mientras la capacidad de hacer dinero se ha incrementado entre aquellos en
posiciones de poder, también lo ha
hecho la corrupción y el enriquecimiento a través de distorsiones del
mercado creadas por el gobierno.
Esta
desigualdad no sólo se vuelve más notoria a medida que avanza el crecimiento,
sino que la historia demuestra que una
clase media más educada y más activa políticamente, con el tiempo, incrementará
sus expectativas y exigirá cambios.
Según esos
parámetros, Brasil estaba maduro para una agitación. Aunque los niveles de desempleo se ubican en un mínimo récord, su coeficiente Gini
—un indicador de la desigualdad— se ubica en 54, uno de los más altos del mundo.
No es
sorprendente, entonces, que un gráfico diseñado por Eurasia
Group haya mostrado que las principales preocupaciones entre los
votantes brasileños encuestados pasaron de ser la "ausencia de empleo" en 2005 a temas de "calidad de vida" —relacionados con
salud, transporte, crimen y educación— en 2013.
En tanto, Turquía y Brasil tienen una
tasa de inflación anual incómodamente alta, de 6,5%.
Y el efecto
se siente aún más en los sectores sensibles como viviendas y alimentos de las
grandes ciudades.
Los alquileres en Río de Janeiro y São Paulo
en ciertos momentos se han aproximado a los de Nueva
York; Estambul se ubica entre las ciudades
más caras del mundo emergente, por encima de Shanghai,
Beijing y Mumbai, según un índice de costo de vida elaborado por el
sitio de servicios a emigrantes Expatistan.com.
Se trata de una receta para el descontento.
Las
divisiones sociales creadas por esas distorsiones tienden a desarrollarse con
el tiempo, pero la ira y el activismo
generalmente llegan como una explosión, desencadenados por lo que pareció
ser un evento aislado, casi inocuo; el aumento de 10 centavos estadounidenses
en las tarifas de los autobuses públicos en São Paulo, o el plan de
remodelación del Parque Gezi en Estambul. Hay que destacar que estos eventos
suelen surgir cuando la economía comienza a empeorar.
A esto se suma la desaceleración en
China, que está deteniendo el crecimiento mundial, mientras Europa y Estados Unidos continúan
luchando para recuperarse de sus respectivas crisis. El avance de los ingresos promedio en los mercados
emergentes, un fenómeno que data de una década y que sólo fue interrumpido
brevemente por la crisis financiera mundial, ahora se está estancando. Es como si la música se hubiera detenido
y la clase media de los países
emergentes se diera cuenta repentinamente que todas las sillas están reservadas
para los ricos.
Años atrás,
la teoría económica solía obviar estos temas.
La desigualdad social era considerada
una preocupación moral pero sin consecuencias para el desempeño económico;
mientras que la corrupción, aunque repudiable, frecuentemente era considerada
un mal necesario que aceitaba las ruedas del comercio.
Ahora, no
obstante, hay toneladas de investigaciones que demuestran el efecto perjudicial de ambos en el potencial de
crecimiento de un país. Los funcionarios deben resolverlo o corren el
riesgo de un estancamiento económico.
Sin embargo,
hacerlo no es tarea fácil. Como destaca el economista
de Harvard Edward Glaeser, aplacar a los iracundos manifestantes con
medidas retrógradas —como la marcha atrás en el aumento de las tarifas de
autobuses en Brasil— a veces puede tener un efecto adverso debido a que
introduce mayores distorsiones en el mercado, lo cual a su vez lleva a mayores
ineficiencias y desigualdades.
La
verdadera solución es eliminar los subsidios y tratamientos tributarios más
favorables que los gobiernos otorgan a las elites privilegiadas; es decir, a la clase que persigue
la renta, como la denominan los economistas.
En Brasil, eso significa sacarse de encima a las industrias favorecidas por décadas
con financiamiento estatal subsidiado.
En Turquía, los objetivos son los capitalistas amigos que
prosperaron por décadas a expensas de un estado militarizado y los cuales, más
recientemente, han aprovechado las relaciones islámicas
con el gobierno de Recep Tayyip Erdogan.
Pero, para
atacar plenamente la desigualdad y las barreras que ésta impone al progreso, se
requieren medidas a nivel mundial. Las políticas de impuestos y subsidios
preferenciales en los países desarrollados son las culpables de crear mismas
clases privilegiadas; solo hay que ver los exorbitantes salarios pagados por
los bancos multinacionales, los bancos demasiado grandes para fracasar. Y
aunque el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, lo siga negando, hay evidencia contundente de que los
programas de "flexibilización cuantitativa" de los países ricos han
impulsado burbujas inmobiliarias que han marginado a las clases pobres y de
menores ingresos en lugares como São Paulo.
Debido a que
las economías maduras y cargadas de deudas del mundo desarrollado enfrentan
límites para el crecimiento futuro, necesitamos el crecimiento de los mercados
emergentes más que nunca. Resolver lo que irrita a los ciudadanos de São Paulo
e Estambul debería ser una meta compartida por todos.
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