Disminuye
la influencia de EEUU en América latina y crece la de Rusia, China e Irán. Extraído
del diario El país
¿Pierde
Estados Unidos a Latinoamérica?
http://elpais.com/elpais/2013/06/11/opinion/1370978391_960755.html
El poderoso vecino del norte no
debería ceder su posición, dejándosela a Rusia, China o Irán
SHLOMO BEN AMI 20 JUN 2013 - 00:01 CET
Archivado
en: Opinión Brasil Colombia Rusia Irán China México Chile Europa este
Latinoamérica Estados Unidos Sudamérica Norteamérica América Europa Sociedad
Es un mantra
que se escucha cada vez más en todo el mundo.
El
poder de Estados Unidos está decayendo.
Y en América Latina esto se constata
más que en ningún otro lugar.
La región ya
no es considerada el “patio trasero” de Estados Unidos, al contrario,
presumiblemente el continente nunca ha estado ni tan unido ni tan
independiente. Sin embargo, este punto de vista no refleja la verdadera
naturaleza de la influencia estadounidense en América Latina y en otros
lugares.
Es cierto
que la atención de Estados Unidos hacia América Latina ha disminuido en años
recientes. El presidente George W. Bush estaba
más concentrado en su “guerra global contra el terrorismo”.
Su sucesor, Barack Obama, tuvo al parecer poco interés en la región, al menos en su primer mandato.
En efecto,
en la Cumbre de las Américas, que tuvo lugar en Cartagena en 2012, los
dirigentes latinoamericanos se sintieron lo suficientemente seguros y unidos
como para desafiar las prioridades
estadounidenses en la región.
Exigieron a Estados Unidos levantar
el embargo a Cuba, con el argumento de que había dañado las relaciones con el
resto del continente, y hacer más para combatir el uso de drogas en su propio
mercado mediante educación y trabajo social, en lugar de suministrar armas para
luchar contra los capos de la droga en América Latina —batalla que todos
piensan ha sido un total fracaso—.
También es
cierto que los países latinoamericanos han diversificado enormemente las
relaciones económicas más allá de la influencia estadounidense.
China es ahora el segundo socio comercial más grande de América Latina y
rápidamente está alcanzando a Estados Unidos.
India está mostrando un fuerte interés en
la industria energética de la región y ha concluido acuerdos de exportación en
el sector de defensa.
Irán ha fortalecido sus vínculos
económicos y militares, en especial con Venezuela.
Asimismo, en
el año 2008, el entonces presidente ruso, Dmitri Medvédev, vio la guerra
estadounidense contra el terrorismo como una oportunidad de crear acuerdos
estratégicos con potencias emergentes como Brasil o el
ALBA, la Alianza Bolivariana para los Pueblos de nuestra América, un
bloque ideado por Venezuela opuesto a los
proyectos estadounidenses en la región. El gigante energético, Gazprom y las
industrias militares del país han encabezado los esfuerzos del Kremlin por
demostrar la capacidad de influencia rusa en los países vecinos de Estados
Unidos —una respuesta directa a la percepción de una intromisión estadounidense
en el propio “vecindario inmediato” ruso, en particular en Georgia y Ucrania—.
Con todo,
sería un error considerar la diversificación de las relaciones internacionales
de América Latina como el evento que marca el fin de la supremacía de Estados
Unidos.
A diferencia
de la era pasada de superpotencias y naciones cautivas, la influencia
estadounidense ya no puede seguir
definiéndose como el poder de colocar y deponer dirigentes desde la Embajada
estadounidense.
Pensar así es ignorar cómo ha cambiado la
política internacional en el último cuarto de siglo.
Un
continente que en otros tiempos sufrió golpes militares ha implantando lenta,
pero firmemente democracias estables. La gestión económica responsable, los
programas de lucha contra la pobreza, las reformas estructurales y una mayor
apertura a la inversión extranjera han contribuido en conjunto a generar años
de crecimiento con baja inflación.
En
consecuencia, la región pudo resistir los estragos de la crisis financiera
global.
Estados
Unidos no solo fomentó
estos cambios, sino que se benefició enormemente de ellos. Ahora más del 40% de las
exportaciones estadounidenses van a México, Sudamérica y América Central, su
destino de más rápido crecimiento. México es el
segundo mercado extranjero más grande de Estados Unidos (con un valor estimado de 215.000 millones de dólares en 2012).
En los últimos seis años, las exportaciones de Estados Unidos hacia América Central han
aumentado un 94% y las importaciones procedentes de la región han crecido un 87%. Asimismo, la inversión extranjera más
importante en el continente sigue siendo la de Estados Unidos. Es claro que los
intereses estadounidenses se favorecen al tener vecinos democráticos estables y
cada vez más prósperos.
Esta nueva
realidad también exige un estilo diferente de diplomacia —uno que reconozca la
diversidad de intereses en el continente—. Por ejemplo, una potencia emergente
como Brasil quiere más respeto en la escena mundial.
Obama se equivocó cuando en 2010 descartó
un acuerdo sobre el programa nuclear de Irán mediado por Brasil y Turquía (a pesar de que anteriormente había
respaldado estas negociaciones).
Otros países podrían verse favorecidos por los
esfuerzos estadounidenses para promover la democracia y las relaciones
socioeconómicas, como muestran las giras recientes de Obama a México y Costa Rica.
Las
relaciones comerciales representan otro instrumento importante. El presidente chileno, Sebastián Piñera, visitó la Casa
Blanca hace poco para tratar, entre otros, el tema del acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés),
acuerdo ambicioso de libre comercio que podría abarcar Nueva Zelanda, Singapur,
Australia, México, Canadá y Japón. También visitó la Casa Blanca el presidente
peruano, Ollanta Humala, mientras que el
vicepresidente estadounidense, Joe Biden, tiene programado visitar América
Latina pronto.
La lengua y
cultura también importan. Dado el extraordinario crecimiento de la influencia
latina en Estados Unidos, es casi inconcebible que dicho país pueda perder su
estatus único en la región a favor de China, Rusia y ya no se diga de Irán.
Ya pasaron
los días en que el poder militar y la política de subversión podían garantizar
la influencia estadounidense —en América Latina o en otros lugares—.
Actualmente, una potencia mundial es una que puede combinar el dinamismo económico
y una cultura popular con un alcance mundial basado en intereses compartidos.
Estados Unidos está mejor posicionado que cualquier otra potencia en este
sentido, en particular cuando se trata de aplicar estas ventajas en su
vecindario inmediato.
Shlomo
ben Ami, exministro de
Relaciones Exteriores de Israel, es vicepresidente del Centro Internacional
Toledo para la Paz (Toledo International Center for Peace) y autor de Scars of
War, Wounds of Peace: The Israeli-Arab Tragedy.
Traducción
de Kena Nequiz.
© Project Syndicate, 2013.
No hay comentarios:
Publicar un comentario