4 diciembre 2021
Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), desde el 2009 habría diez millones de desempleados más en el mundo, y para el 2022 el número total de desempleados sería de 198 millones (5 por ciento de la población activa), aunado a un déficit de 75.000 millones de dólares en los presupuestos climáticos de los países pobres. Asimismo, según Intermón Oxfam, cerca del diez por ciento de la población mundial viviría en la absoluta pobreza, por lo que la próxima Reunión de Primavera del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI) debería tener como objetivos impulsar la frágil e incipiente recuperación económica global, promover una capacidad productiva diversificada y garantizar una evolución equilibrada de los ingresos.
Sin embargo, la desbocada inflación de la economía estadounidense podría acelerar la subida de tipos del dólar y la reducción del programa masivo de compras de bonos por la FED (tapering) lo que aunado con la nueva variante ómicron del coronavirus podría provocar que la crisis sistémica acabe lastrando la incipiente y frágil recuperación económica mundial y desemboque en escenarios de estancamiento económico secular (secular stangantion), ya que el fenómeno de la globalización económica ha conseguido que todos los elementos racionales de la economía estén interrelacionados entre sí debido a la consolidación de los oligopolios, la convergencia tecnológica y los acuerdos tácitos corporativos.
El coronavirus representaría el finiquito del “escenario teleológico” en el que la finalidad de los procesos creativos era planeada por modelos finitos que podían intermodelar o simular varios futuros alternativos y en los que primaba la intención, el propósito y la previsión así como su sustitución por el “escenario teleonómico”, marcado por dosis extrema de volatilidad y por la instauración del khaos o vacío que ocupa un hueco en la nada cósmica. Por khaos entendemos algo impredecible y que se escapa a la miope visión que únicamente pueden esbozar nuestros ojos ante hechos que se escapan de los parámetros conocidos, con lo que inevitablemente recurrimos al término “efecto mariposa” para intentar explicar la vertiginosa conjunción de fuerzas centrípetas y centrífugas que terminarán por configurar el puzzle inconexo del caos ordenado que se está gestando.
El citado “efecto mariposa”, trasladado a sistemas complejos como la Prevención de Epidemias y Mercado de Valores, tendría como efecto colateral la imposibilidad de detectar con antelación un futuro mediato. Así, los modelos cuánticos que utilizan serían tan solo simulaciones basadas en modelos precedentes, con lo que la inclusión de tan solo una variable incorrecta o la repentina aparición de una variable imprevista provoca que el margen de error de dichos modelos se amplifique en cada unidad de tiempo simulada hasta exceder incluso el límite estratosférico del cien por cien, de lo que sería paradigma el cisne negro del coronavirus.
La teoría del Cisne Negro fue desarrollada por Nicholas Taleb en su libro “El Cisne Negro (2010) en el que intenta explicar “los sesgos psicológicos que hacen a las personas individual y colectivamente ciegas a la incertidumbre e inconscientes al rol masivo del suceso extraño en los asuntos históricos”, lo que explicaría el shock traumático provocado en la sociedad por la irrupción de coronavirus. Además, el retraso de las autoridades sanitarias en la adopción de medidas quirúrgicas en los principales focos mundiales de transmisión del coronavirus derivó en la actual pandemia mundial con sus consiguientes efectos colaterales en forma de muertes, cuarentenas, colapso de los servicios médicos, paralización de la actividad productiva y entrada en recesión de las economías.
Así, la psicosis existente debido a las nuevas variantes de la Covid-19 provocará que los grandes inversores sientan por primera vez el mal de la altura que les llevará a reducir su exposición al riesgo y facilitará que los bajistas se alcen con el timón de la nave bursátil mundial, derivando en una psicosis vendedora que terminará por desencadenar el estallido de la actual burbuja bursátil. Sin embargo, la posibilidad real de un nuevo crash bursátil habría pasado desapercibida para la mayoría de agencias de calificación debido a la desconexión con la realidad (epidemia del coronavirus) que les llevaría a justificar la exuberancia irracional de los mercados, con lo que se cumpliría la famosa frase del iconoclasta John Kenneth Galbraiht: “Hay dos clases de economistas: los que no tenemos ni idea y los que no saben ni eso”.
Dicho estallido bursátil tendrá como efectos colaterales la consiguiente inanición financiera de las empresas, la subsiguiente devaluación de las monedas de incontables países para incrementar sus exportaciones y como efectos benéficos el obligar a las compañías a redefinir estrategias, ajustar estructuras, restaurar sus finanzas y restablecer su crédito ante el mercado (como ocurrió en la crisis bursátil del 2000-2002). Finalmente, como daños colaterales tendremos la ruina de millones de pequeños inversores todavía deslumbrados por las luces de la estratosfera, la inanición financiera de las empresas y el consecuente efecto dominó en la declaración de quiebras, la subsiguiente contracción del comercio mundial, posterior finiquito a la globalización económica y ulterior regreso a los compartimentos estancos en la economía mundial (Tercera Ola de la Recesión).
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