¡Estimados republicanos!
http://online.wsj.com/article/SB10001424127887324439804578109322036340596.html?mod=WSJS_inicio_MiddleTop
En 2004, George W. Bush —un
republicano simpatizante de la
inmigración que hablaba un español algo decente— ganó la reelección con
alrededor de 40% del voto hispano. Este año, Mitt Romney, un candidato intransigente en materia
inmigratoria, obtuvo cerca de 27% del voto hispano, según la principal encuesta
a boca de urna, cuatro puntos porcentuales menos que John McCain en 2008.
Si Romney hubiera alcanzado el porcentaje de hispanos de
Bush, podría haber sumado alrededor de un millón de votos o más, casi la mitad
del margen del voto popular que Obama consiguió el martes. Esos votos podrían
haber hecho una diferencia en estados con grandes poblaciones hispanas, como Nuevo México, Colorado, Nevada, Florida e incluso Virginia,
todos distritos en los que Bush ganó y Romney perdió.
Voluntarios para la campaña de Barack Obama en Phoenix.
Se trata de algo sobre lo que los descorazonados votantes
republicanos deberían reflexionar en su intento de dar sentido a su derrota.
Hay un montón de razones por las que Romney se quedó corto y, sin dudas, los
hispanos no son votantes a quienes les interesa un solo tema. Sin embargo, la actitud antagónica que el Partido Republicano
exhibe con demasiada frecuencia sobre la política inmigratoria hacia el grupo
demográfico de más rápido crecimiento de Estados Unidos explica en gran medida
el resultado del martes.
También es muy innecesario. Los inmigrantes deberían ser
naturales electores del Partido Republicano. Los recién llegados a EE.UU.
—legal o ilegalmente— tienden a ser personas con aspiraciones que creen en la
dignidad del trabajo y la autosuficiencia, y son culturalmente conservadores.
No son el 47% (que según un comentario de Romney
necesitan del gobierno y votarían por Obama pase lo que pase). Se supone
también que los republicanos son personas que han comprendido la ley de las
consecuencias no deseadas, como que la imposición de controles fronterizos cada
vez más estrictos desalienta a los millones de inmigrantes indocumentados que
viven en EE.UU. de volver a sus hogares.
Hemos realizado nuestro mejor esfuerzo en los últimos
años para explicar esos puntos, a los que habría que añadir que la libre
circulación de mano de obra es un componente central del crecimiento económico.
Sin embargo, se ha convertido en casi una ortodoxia entre muchos conservadores
denunciar cada intento de reforma inmigratoria como una forma de
"amnistía", a esta altura ya convertida en una palabra maldita para
la derecha, tanto como "vouchers" para la izquierda.
Entendemos las cuestiones de la ley y el orden en juego,
sobre todo a lo largo de la frontera, al igual que las cuestiones de equidad al
permitir a los indocumentados saltar la cola de la inmigración. Pero la
respuesta correcta no es la deportación en masa, tan políticamente inviable
como moralmente repulsiva. Es una reforma racional, humana y bipartidista que
amplía las vías para la inmigración legal, tanto para los del exterior como
para quienes ya están aquí.
Obama creó una abertura potencialmente fructífera para el
Partido Republicano cuando él no pudo hacer nada por el estilo desde el punto
de vista legislativo durante su primer mandato, una falla por la que fue
repetidamente criticado durante su entrevista con Univisión, en septiembre
pasado. Un ágil adversario republicano podría haber aprovechado la oportunidad
de presentarse como el real reformador inmigratorio.
Pero no Romney, que a menudo complacía al ala nativista
de su partido (en especial luego de que el gobernador de Texas, Rick Perry,
entrara en las primarias), incluso apoyando lo que él llamó
"autodeportación". Puede que eso le haya granjeado el cariño de uno o
dos presentadores de programas radiofónicos de entrevistas, pero resultó ser un
desastre el martes.
Y no sólo con los hispanos. Las encuestas a boca de urna muestran que los
estadounidenses de origen asiático se inclinaron por el presidente Obama
por sobre Romney con una enorme diferencia, 73% contra
26%, lo que representa una mejora de 11 puntos porcentuales frente
al margen que obtuvo Obama en 2008. ¿Cuántos otros grupos no blancos puede
perder el Partido Republicano y aún considerarse un partido nacional?
Sin duda, este editorial provocará cartas denunciándonos
por ser suaves en el tema. Ahora es el momento oportuno para preguntar a esos
lectores reprobadores cuántos martes más como este les gustaría repetir.
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