El
mundo necesita una estrategia coordinada para crecer
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November 29,
2013, 12:02 a.m. ET
Por DAVID WESSEL
La economía
mundial necesita una nueva estrategia para generar un crecimiento más
acelerado, ya que la recuperación tras
la severa recesión sigue siendo decepcionante.
Cada dato
económico desalentador aumenta la posibilidad de que nos quedemos estancados
por un tiempo prolongado con un crecimiento débil.
Ahora hay
una concientización creciente de que lo que el mundo ha estado experimentando
no han sido la recesión y recuperación habituales que se registraron después de
la Segunda Guerra Mundial. La situación de ahora es peor, distinta y crónica.
Será
difícil que un país sea el motor de la economía mundial sin la colaboración del
resto.
Reuters
Hay menos
consenso sobre la solución. Lawrence Summers, ex
secretario del Tesoro de EE.UU., y Paul Krugman,
un ganador del premio Nobel, proponen
mucho más gasto fiscal en infraestructura. Los legisladores estadounidenses
del Partido Republicano sostienen que reducir la
deuda del gobierno,
ahora y en el futuro, llevará a que las empresas contraten personal e
inviertan.
Alemania trata de compensar la actitud frugal
de sus consumidores y empresas con más exportaciones y recetando austeridad y desregulación para el sur de Europa.
Los
británicos intentan una
combinación de ajuste de cinturón, políticas de crédito fácil y la depreciación
de la libra para impulsar las exportaciones.
Los
japoneses imprimen mucho
dinero y presionan el yen a la baja mientras que el gobierno de Shinzo Abe intenta poner en orden políticas fiscales
en conflicto (subir los impuestos al consumo para reducir la deuda o aumentar
el gasto para estimular el crecimiento) mientras avanza lentamente hacia la
liberalización.
Los
chinos, en tanto,
prometen depender más del consumo interno y menos de las exportaciones y de la
inversión en infraestructura, pero no han brindado muchos detalles.
Las principales
economías desarrolladas y sus líderes están dependiendo demasiado de sus bancos
centrales y de las exportaciones.
Los bancos
centrales han hecho que las economías de EE.UU., Japón, el Reino Unido y la
zona euro sigan creciendo mediante una mezcla de tasas de interés muy bajas,
palabras tranquilizadoras y la impresión
de mucho dinero para comprar bonos.
Estas políticas, que son sujeto de un acalorado debate,
fueron y seguirán siendo una buena forma de impedir que se repita la Gran
Depresión. Pero la política monetaria no puede resolver por su cuenta los
problemas crónicos de crecimiento.
Tanto el presidente de la Reserva Federal de Estados
Unidos, Ben Bernanke, como su sucesora designada, Janet
Yellen, ya lo han dicho, aunque no lo han proclamado a los cuatro
vientos.
De hecho,
están usando explícitamente la política monetaria para compensar la política
fiscal miope empeñada en reducir el gasto de este año. El presidente del Banco
Central Europeo, Mario Draghi, ha sido enfático
al decirles a los líderes europeos que "se preocupen menos por manejar la
crisis a corto plazo y más en construir una economía con mayor estabilidad, más
crecimiento y más empleos".
Para
cualquier país, en particular uno con una carga de deuda pesada, tiene sentido
ajustarse el cinturón (tanto público como privado), aprovechar la depreciación de su moneda y apuntalar las exportaciones.
Pero no todos pueden hacerlo a la vez; alguien tiene que ser el importador.
Países con grandes superávits
comerciales, como Alemania y China, deben comprarles más a países
deudores para que éstos puedan pagar parte de sus deudas. Esto, por supuesto,
es difícil de digerir para los políticos alemanes y chinos, quienes son
renuentes a poner en riesgo todos los empleos relacionados al sector exportador.
Saquemos
cuentas: una política monetaria que tiene problemas para acelerar cuesta
arriba, una estrategia fiscal equivocada, demasiado énfasis en eludir bajones a
corto plazo en lugar de alimentar el crecimiento a largo plazo,
"reformas" de las que se habla mucho y hace poco, y demasiados países
dependiendo con la demanda externa para compensar la interna. No es de
extrañar, entonces, que la economía mundial esté creciendo tan lentamente.
Le pregunté
a un experto en políticas económicas globales esta semana qué puede hacer la
economía mundial para mejorar. Me dio
tres sugerencias.
Primero, las autoridades deben reconocer que
este no es un ciclo de negocios común y corriente. Los gobiernos pueden y deben
compensar la débil demanda del sector privado con un mayor gasto fiscal y recortes de impuestos, pero eso no es
suficiente. Deben dejar de vacilar e implementar medidas para apuntalar la
confianza de los consumidores y las empresas para que gasten e inviertan más.
Segundo, las negociaciones de la Ronda de
Doha para estimular el libre comercio entre economías desarrolladas y en
desarrollo deberían dejarse de lado. En su lugar, los países desarrollados
deberían buscar pactos entre EE.UU. y Europa, EE.UU. y Asia, y Europa y Asia,
para reducir las barreras comerciales, darles a las empresas más motivos para
invertir y lograr que los mercados emergentes hagan concesiones.
En tercer lugar, quizás con la ayuda del FMI, las
grandes economías deben generar confianza en que cada una pondrá en marcha
políticas sensatas en paralelo para lograr un crecimiento global mejor y más
equilibrado. A quienes se les recomienda un ajuste de cinturón y fomentar las
exportaciones, por ejemplo, deben saber que otros países comprarán más.
A su vez,
los deudores necesitan convencer a sus acreedores que, a cambio de un alivio de
sus deudas, mantendrán sus promesas de reformas una vez que la presión se
levante.
Ninguna de
estas tareas es fácil y quizás no sean las mejores alternativas, pero el
estatus quo pone al mundo en riesgo de una sufrir una década de estancamiento.
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