El
partido de los trabajadores de Brasil representa la captura del Estado y
de las instituciones del gobierno por una organización criminal, es como un terremoto
diario de la corrupción brasileña.
El mega ratero senador brasileño Delcidio do Amaral
El
terremoto de todos los días
http://internacional.elpais.com/internacional/2015/11/28/actualidad/1448728873_895951.html
La detención
del senador Delcídio do Amaral supone un grave
aldabonazo en la conciencia de la sociedad
JUAN
ARIAS
28
NOV 2015 –
La crónica
judicial lleva a los brasileños diariamente de susto en susto, de incredulidad en incredulidad. La
detención por primera vez, y respaldada por el Supremo, de un importante
miembro del Senado de la República como Delcídio do Amaral, una pieza clave del
gobierno y del Partido de los Trabajadores,
junto con la del banquero, André Esteves,
símbolo del sector más sofisticado y moderno
de la banca, ha supuesto un grave aldabonazo en la conciencia de la
sociedad desorientada y amedrentada al descubrir que existen “organizaciones
criminales” dentro del corazón del Estado.
Brasil está
viviendo, en efecto, un momento crítico y grave, difícil de definir y de contar
dentro y fuera del país. Es una mezcla de terremoto político, cuyo epicentro se
halla en los fundamentos mismos de la República, y de esquizofrenia que impide
a la sociedad entender si está viviendo en la realidad o en lo imaginario.
Un país que festejaba hace solo dos o
tres años una ascensión económica y social inéditas, envidia de países
desarrollados y que llegó a soñar con sentarse en la mesa de
los que dirigen los destinos del mundo, vive hoy
una especie de espejismo. Es como si de repente se hubiera despertado de
un sueño para tocar con la mano que la realidad cruda y desnuda es muy
diferente. Brasil está gravemente enfermo
políticamente.
Y como en el
simbolismo de la esquizofrenia, la sociedad se pregunta si la clase política
vive en la realidad, o si se ha perdido en el marasmo de sus propias
alucinaciones e ilegalidades.
La detención
del senador Amaral, que fue una de las figuras que se había distinguido por su
sentido crítico en la ya famosa CPI de los Correos, y que llegó a conquistarse
por ello el aplauso de la calle, es más significativa y grave si cabe por la
trama que estaba tejiendo en la sombra de la ilegalidad según las duras
palabras del magistrado Mello, del Supremo: “El contexto que emerge del caso
revela un hecho gravísimo: la captura del Estado y de las instituciones del
gobierno por una organización criminal”.
Del
santuario del Senado, que debería representar el alma y la conciencia de los Estados
de Brasil, y del templo laico de la banca más sofisticada, simbolizada en el
joven Esteves, que encarnaba, el sueño de los brasileños aspirantes a
millonarios, surgen acusaciones de formación de una cuadrilla
del crimen.
¿No deberá
ello sonar a un ataque de esquizofrenia a los ciudadanos honrados, que aman
este país, que se sacrifican para hacerlo crecer y amar fuera de sus fronteras?
Ya hay quién
se pregunta si con estas dos detenciones simbólicas y reveladoras el tumor
político es más grave de lo que se imaginaba, si se habrá o no llegado al fondo
del pozo de las responsabilidades que la sociedad tiene el derecho de exigir.
Los
analistas brasileños e internacionales se cansan cada día en afirmar que la
crisis que agita a este país continente es mucho política que económica. Pero los brasileños están sufriendo en su carne, empezando por los
más débiles, una crisis económica engendrada en la corrupción de la
clase política que aparece actuar a espaldas de la sociedad.
Una clase
política enredada cada día más en un ovillo de ilegalidades y traiciones
inconfesables que va ensanchando el abismo abierto entre el Brasil real y el
político, el Brasil que tiene todo para poder crecer y el que va carcomiendo y
debilitando los fundamentos de la República, sin que se vislumbre en el
horizonte una salida a la catástrofe.
En medio a
esa incredulidad ante los desmanes que cada día aparecen más cercanos al
corazón mismo del poder, existe un peligro y una esperanza. El peligro es que la sociedad pierda su
capacidad de reacción y renuncie a defender la república y sus instituciones
democráticas, reforzando así la codicia de los corruptos. La esperanza es
que el lodo de la ilegalidad política que paraliza a un país dinámico como
Brasil llegue a tal punto de gravedad que la realidad de las cosas se imponga y
fuerce un cambio que devuelva la ilusión perdida y haga justicia a los
brasileños que, hoy avergonzados, no desisten de soñar días mejores para ellos
y, sobre todo, para sus hijos.
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