La
política monetaria y fiscal de los países desarrollados más la corrupción generalizada
de los países emergentes generara un tsunami social que desembocara en un cataclismo
en muchas partes del mundo. Extraído del
WSJ y del diario El País de España. Parte II
Buenas las imágenes son de Al Nusra en Siria pero podrían haber sido de los carteles de las drogas en México o los 50,000 asesinatos al año en Sudáfrica, etc.
El
mundo de ayer
http://elpais.com/elpais/2013/06/01/opinion/1370097319_129887.html
El capitalismo está
gestando una nueva mutación que actuará como un tsunami
MIGUEL TRIAS SAGNIER 10 JUL 2013 -
00:01 CET
Se suele
atribuir al gran economista Ronald Coase la acuñación del concepto de costes de transacción como aquellos necesarios para que funcionen los intercambios en el
mercado. Entre los mismos se incluyen los costes de negociación de los
contratos, de administración de los mercados y de ejecución de las
obligaciones. Sus seguidores fueron engrosando su catalogación e incluyeron,
entre otros, una cierta dosis de corrupción.
La
idea es que el mercado necesita un marco de libertad para su funcionamiento.
Algunos de
los actores aprovechan ese marco de libertad para abusar de la confianza de los
demás, enriqueciéndose ilícitamente.
Cuando los
abusos son excesivamente frecuentes es preciso introducir medidas
administrativas para su prevención y normas punitivas para su castigo.
Pero, nos dicen los
economistas liberales, una excesiva regulación atenaza al mercado y resulta a
la postre más ineficiente que la aceptación de un cierto grado de transgresión.
Este es uno
de los pilares que sustentó la arquitectura ideológica neoliberal imperante en
el mundo desde la subida al poder de Margaret Thatcher y Ronald Reagan. En ese marco de referencia,
que influyó en todo el espectro político y en todos los estamentos de nuestro
mundo económico, se extendió la tolerancia hacia un cierto grado de deslealtad
y abuso.
Se aceptaba
la existencia de paraísos fiscales y cuentas opacas en Suiza como un mal
necesario para el funcionamiento de los mercados financieros internacionales.
Se admitía que los directivos de las grandes
empresas persiguieran su propio beneficio aun cuando chocara con los intereses
de sus accionistas.
Se toleraban
prácticas financieras agresivas aun cuando pudieran redundar en pérdidas graves
para los ahorradores.
Y se miraba
hacia otro lado cuando el sistema político utilizaba de forma sistemática
medios ilegales para financiar partidos y sindicatos e incluso para enriquecer
a sus líderes.
Todo ello se
consideraba indeseable cuando se hacía demasiado patente, pero se toleraba de
forma generalizada como un conjunto de costes necesarios para el funcionamiento
de una sociedad próspera.
Hagamos
votos para que nuestras instituciones sepan regenerarse
Stephen
Zweig nos describió, en un maravilloso libro del que trae causa el título de
este artículo, el mundo del imperio austrohúngaro anterior a la I Guerra
Mundial.
El horror de
la guerra transmutó radicalmente ese escenario en el que la sociedad burguesa
vivía plácidamente bajo la mirada benefactora del paternalista emperador.
Todo ese
mundo se vino abajo y los que no supieron adaptarse fueron abatidos por la ola
de la historia.
El
mundo occidental no ha sufrido una nueva guerra, pero sí una crisis que, de
forma definitiva, cuestiona el dominio mundial ejercido por Europa y Estados
Unidos desde hace 200 años.
En el marco
de este profundo movimiento tectónico se está produciendo un cambio de
paradigma.
Lo
que hasta 2007 se consideraba indeseable, pero necesario para el funcionamiento
del sistema, ha dejado de ser tolerable cuando el engranaje ha dejado de
funcionar.
El
capitalismo, siempre capaz de reinventarse, está generando una nueva mutación
con efectos particularmente severos en los eslabones más débiles de la cadena,
que hoy por hoy son los de la periferia europea y, particularmente, España.
En este
nuevo contexto, las instituciones que no sean capaces de entender que las
reglas del juego han cambiado serán arrolladas por el tsunami.
Ninguna debe
sentirse inmune, desde las más altas instancias del Estado hasta los partidos y
sindicatos de todos los colores y adscripciones nacionales.
La catarsis afectará a todas nuestras élites,
también del mundo empresarial y profesional, todas ellas actores de ese mundo
de ayer.
Sin duda,
ello deberá llevar aparejado un cambio generacional. Se necesitan nuevos
líderes no contaminados por las redes de complicidades y silencios que
envolvían ese mundo.
Pero no
creamos que el cambio nos llevará necesariamente a un mundo purificado. Italia
nos da el ejemplo de una crisis institucional mal resuelta. El escándalo de
Tangentópolis se llevó por delante el sistema de partidos imperante desde el
final de la II Guerra Mundial y, en lugar de metamorfosearse en una versión más
sana, fue capturado por el populismo de
Berlusconi, bajo cuya égida el país ha sufrido un proceso de empobrecimiento
económico y moral sin precedentes.
Hagamos
votos pues para que nuestras instituciones sepan regenerarse. Contamos con
gente honesta y buenos profesionales. Lejos de dejarnos llevar por el fatalismo
que parece perseguir a nuestro país de manera inexorable, tenemos que depurar
las prácticas que corrompen nuestras instituciones. La madera de los nuevos
líderes la tenemos allí. Si sabemos promover de forma decidida la
transparencia, al tiempo que damos paso a la nueva generación, nuestros hijos
se enorgullecerán de nosotros.
En caso contrario, la ola pasará por
encima y es probable que se lleve consigo la paja y el grano,
dando lugar a un nuevo escenario desolado en el que se maldecirá nuestra
memoria.
Miguel
Trias Sagnier es catedrático de la Facultad de Derecho de ESADE.
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