Islamistas en la encrucijada
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En transiciones democráticas sin
demócratas, como la de Egipto, los militares pueden retomar el poder con
facilidad
SAMI
NAÏR 26 JUL 2013 - 18:20
CET
El golpe de
Estado del Ejército egipcio tendrá consecuencias temibles en el proceso
revolucionario en marcha desde hace casi tres años en el mundo árabe.
Se inscribe en la misma línea de reacción que
la de los militares en Siria.
Pero la situación egipcia es más
emblemática, porque muestra cómo las fuerzas democráticas, para enfrentarse a
los islamistas, no han dudado en apoyar el golpe, lo que constituye un giro
fundamental en el futuro de los países árabes.
Ello quiere
decir, al menos en Egipto, que los
partidarios de la modernidad, de la laicidad y del progreso demuestran que no
pueden hacer frente a los islamistas en el poder; que no pueden asumir una
legislatura de los islamistas; que prefieren recurrir a los militares que les
han oprimido en el pasado para evitar padecer el yugo de los religiosos,
potencialmente totalitarios.
Así pues, esta es la estructura de la
tragedia en la que se encuentra atrapada la democracia en todos los países
árabes.
Las tres
fuerzas sociológicas centrales en estos países, y de las que Egipto es la
quintaesencia —a saber, el pueblo excluido desde siempre y que durante la transición democrática aportó un apoyo masivo a los
islamistas; los militares que ostentan el monopolio de la fuerza
represiva, que han servido de columna vertebral a todas las dictaduras desde
hace más de medio siglo; y las fuerzas modernistas laicas y democráticas—,
demuestran, a través del ejemplo egipcio, que no aceptan el juego
“mayoritario-minoritario” de la práctica democrática.
En el fondo,
tenemos que vérnoslas con transiciones democráticas sin demócratas.
Por eso los
militares pueden retomar el mando con tanta facilidad.
Ya quedó
demostrado con la experiencia argelina: los islamistas habían ganado
democráticamente las elecciones en 1991, pero los militares les impidieron
llegar al poder. Las capas medias democráticas respaldaron entonces a estos
últimos, por temor a padecer una regresión religiosa de la que el modelo iraní
era el ejemplo. De ahí, una guerra civil terrible (más de 300.000 muertos) y el
poder consolidado del Ejército con el apoyo real de la mayoría de la población
argelina.
Conclusión amarga: si hay democracia, debe por tanto
ser reservada a algunas capas sociales y excluir de golpe todo aquello que, de
cerca o de lejos, pueda tocar lo intocable: el poder del Ejército.
En Egipto
los Hermanos Musulmanes han perdido la batalla como partido hegemónico
Egipto
se encuentra en una situación similar a la de Argelia en los noventa. ¿Nos dirigimos por ello hacia una
guerra civil? Nadie lo puede afirmar, pero lo que sí es seguro es que los
Hermanos Musulmanes van a padecer un periodo muy difícil: deben hacer
autocrítica interrogándose sobre su capacidad para engendrar un apoyo que vaya
más allá de sus propias bases. No pueden gobernar democráticamente las
sociedades solo desde su islamismo conservador; estas son, ciertamente,
islámicas pero también posislámicas en el sentido de que no van a aceptar un
poder de naturaleza religiosa. La ideología política
islamista ha fracasado en Egipto. No habrá vuelta atrás.
¿Pasarán los islamistas a la revuelta
armada? Es muy
improbable, salvo si los militares intentan destruirlos como partido. Si
cometen este error, provocarán inevitablemente una alianza entre los Hermanos
Musulmanes y los salafistas del partido Nur, los cuales, desde luego, van a
temer recibir el mismo trato. De momento, los Hermanos rechazan participar en
el proceso electoral, mientras el Ejército no haya, tal y como exigen,
“devuelto el poder a Morsi”.
Reivindicación
suicida, ¡pues el Ejército no ha destituido a Morsi para confirmarlo de nuevo
en su puesto! Los Hermanos se condenan así a la impotencia política y, sobre
todo, se niegan toda posibilidad de ampliar sus bases en dirección a las
fuerzas democráticas. De hecho, se
encuentran en una encrucijada: o aceptan
el Estado civil, o se condenan a no formar parte de una alternativa más amplia
frente al autoritarismo militar.
En
Egipto han perdido la batalla como partido hegemónico.
Y en el resto del mundo árabe los militares
han trazado su estrategia frente a los islamistas: no permitirán que la
religión sea motivo de enfrentamientos en la sociedad. Pero la vuelta del
Ejército a primera línea no significa que los problemas sociales desaparezcan.
Y, desgraciadamente, la inestabilidad seguirá.
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