El diario el País y otros diarios europeos analizan el antieuropeismo
Choque de democracias
http://internacional.elpais.com/internacional/2013/04/23/actualidad/1366713730_450979.html
Esta vez no es una colisión entre Bruselas y los
Estados. Son los Gobiernos del norte y del sur los que se enfrentan en un
choque que ha hecho colapsar la confianza ciudadana en la Unión Europea. El
territorio de la soberanía nacional se evapora y los ciudadanos son las
víctimas. En este escenario, solo los populistas ganan
MARK
LEONARD / JOSÉ IGNACIO TORREBLANCA 23 ABR 2013 - 12:42
CET42
Un hombre con un clavel durante una marcha
conmemorando la revolución de los claveles en Lisboa, el 25 de abril de 2012. /
RAFAEL MARCHANTE (REUTERS)
Hubo un tiempo en el que se consideraba una
enfermedad británica. Pero ahora el euroescepticismo
se ha extendido por todo el continente como un virus. Como muestran los datos
del Eurobarómetro, la confianza en el proyecto
europeo ha disminuido incluso a más velocidad que las tasas de crecimiento.
Desde el comienzo de la crisis, la
confianza en la Unión Europea ha caído 32 puntos en Francia, 49 en Alemania, 52
en Italia, 94 en España,
44 en Polonia y 36 en el Reino Unido.
Lo más llamativo es que en la UE todo el mundo ha
perdido esa fe: tanto los acreedores
como los endeudados, los países de la eurozona, los aspirantes a serlo y
los que decidieron no adherirse al euro. En
2007, pensábamos que el Reino Unido, donde la confianza era de menos 13 puntos,
era el bicho raro con su euroescepticismo.
Ahora, los
cuatro países más grandes de la eurozona tienen niveles de confianza en las
instituciones de la UE inferiores a los de Gran Bretaña entonces: Alemania,
menos 29, Francia e Italia, menos 22, y España, menos
52. ¿Cuál es la explicación?
El argumento al que se solía recurrir para
justificar el euroescepticismo era la supuesta existencia de un déficit
democrático en la UE. Las decisiones, decían los críticos, las tomaban unas
instituciones que no rendían cuentas a nadie, y no los Gobiernos nacionales
elegidos. Pero la crisis actual no surgió de un choque entre Bruselas y los
Estados miembros, sino de un choque entre las voluntades democráticas de los
ciudadanos de Europa del norte y los del sur, los llamados países del centro y
la periferia. Y ambas partes están utilizando las instituciones de la UE para
defender sus intereses.
Antiguamente, había una norma no escrita de que las
instituciones de la UE debían vigilar el mercado común y otras áreas técnicas
—desde los criterios comunes para la composición de la salsa de tomate hasta
las emisiones acústicas de las segadoras de césped— y los Gobiernos nacionales seguirían teniendo el monopolio de la provisión de
servicios y las decisiones políticas en los terrenos más delicados de los
que dependían las elecciones nacionales.
Desde que comenzó la crisis, los ciudadanos de los países acreedores se resisten a asumir la
responsabilidad de las deudas de otros sin tener a su disposición unos
mecanismos para controlar su gasto.
Con el pacto fiscal y las exigencias del BCE de que
se lleven a cabo amplias reformas en cada país, los eurócratas han cruzado muchas líneas rojas de la soberanía nacional
y han invadido campos que van mucho más allá de las normas de seguridad
alimentaria para controlar las pensiones, los impuestos, los salarios, el
mercado laboral y los funcionarios de la Administración Pública.
Es decir, ámbitos que constituyen el núcleo de los
Estados de bienestar y las identidades nacionales.
Para un número cada vez mayor de ciudadanos de los
países del sur de Europa, la UE representa lo que era el FMI para los
latinoamericanos: una camisa de fuerza de oro que está estrangulando el margen
de maniobra de la política nacional y vaciando de contenido sus democracias
nacionales. En esta nueva situación, pasan los Gobiernos pero las políticas son
básicamente las mismas, y no hay forma de oponerse a ellas. Mientras tanto, en
los países del norte de Europa opinan, cada vez más, que la UE ha fracasado a
la hora de controlar las políticas de la franja meridional. Los acreedores tienen un sentimiento de
víctimas muy parecido al de los deudores.
Si
la soberanía se define como la capacidad de los ciudadanos de decidir lo que
quieren para su país, está claro que hoy quedan pocos,
tanto en el norte como en el sur, que se sientan soberanos. a desaparecido una
parte importante de la democracia nacional que no se ha sustituido a escala
europea.
En un sistema político nacional como es debido, los
partidos políticos podrían expresar todos estos puntos de vista diferentes y,
tal vez, hacer de árbitros y encontrar puntos en común entre ellos. Pero eso es
precisamente lo que el sistema político europeo no puede proporcionar: como no
tiene genuinos partidos políticos, un Gobierno de verdad ni una esfera pública,
la UE no puede compensar los fallos de las democracias nacionales. En lugar de
ser un terreno para la batalla de las ideas, la UE se ha visto perjudicada por
un círculo vicioso entre el populismo antieuropeo y los acuerdos tecnocráticos
entre unos Estados miembros que tienen miedo a sus ciudadanos.
¿El populismo anti-UE va a convertirse en
algo permanente? Esperemos que, a medida que se recupere
el crecimiento, el euroescepticismo se debilite y acabe por retroceder.
Pero el descenso de la confianza en la UE tiene
raíces más profundas.
El entusiasmo europeísta no volverá si la UE no
cambia drásticamente su forma de relacionarse con los Estados miembros y sus
ciudadanos.
Alemania
Los
alemanes se consideran víctimas de la crisis del euro. Creen que se les ha
traicionado y tienen miedo de que se les pida pagar más impuestos o aceptar
unos niveles más altos de inflación para salvar el euro.
Sin embargo, en Alemania existen sentimientos
encontrados sobre la UE. El Eurobarómetro muestra que el 56% de los alemanes
“no confía” en la UE y solo el 30% tiene una imagen “bastante positiva” de la
Unión.
Por otra parte, el populismo, hasta ahora, está
contenido: todos los grandes partidos políticos apoyan el euro y las últimas
encuestas indican que tres cuartas partes de los alemanes están en contra de
abandonar la divisa común.
Acaba de nacer un nuevo partido contrario al euro,
la Alternativa por Alemania, pero hasta ahora sus proyecciones más optimistas
le dan un 2% de los votos en las elecciones generales de septiembre. Puede que
los alemanes ya no tengan afecto al euro, pero eso no quiere decir que deseen
dejarlo.
Francia
Por una vez, Francia no es la excepción: desde que
comenzó la crisis, la confianza en la UE ha disminuido y su imagen ha
empeorado.
En
2012, el número de franceses que “tienden a no confiar” en la UE ascendía al
56%, frente al 41% en 2007.
Esta opinión negativa sobre la respuesta de la UE a
la crisis ya ha tenido repercusiones en la política francesa: es sin duda un
factor importante en el arraigo cada vez mayor que tiene el Frente Nacional, de extrema derecha y violentamente
antieuropeísta, en la vida política del país, y ha influido también en el éxito
político y mediático del líder de extrema izquierda Jean-Luc
Mélenchon. No obstante, si los franceses logran ver un liderazgo
visible, decidido y responsable en la UE o la eurozona, que dé prioridad a la
recuperación económica, preste atención a la reducción de la deuda, las
estrategias de inversión y las políticas de crecimiento y empiece a avanzar
hacia modelos de bienestar paneuropeos, entonces podría invertirse la tendencia
anti-UE.
Reino Unido
Las percepciones de la UE en el Reino Unido han
cambiado menos que en muchos otros Estados miembros: en 2004 ya tenían escasa
confianza en la UE y una imagen relativamente negativa de ella.
El porcentaje de los que “tienden a no
confiar” en la UE ha pasado del 48% en 2004 a casi el 80% en 2012.
Pero ese incremento empezó mucho antes de la crisis
y no parece que vaya a invertirse aunque se resuelva. Dado que no parece que el
Reino Unido vaya a incorporarse a la moneda única a medio plazo, estará en el
tercer nivel de la Europa de tres niveles (el primero formado por los miembros
de la eurozona, el segundo por los aspirantes a serlo y el tercero por los que están al margen, es decir, los que no
entrarían en la eurozona ni aunque pudieran). Por consiguiente, la pregunta desde el punto de vista
británico es cómo mantener su capacidad de influencia desde los márgenes de
Europa. En concreto, es muy posible que se pida un nuevo acuerdo que
garantice los derechos de los que están fuera de la eurozona.
Italia
La austeridad está cambiando las percepciones de la
UE entre los ciudadanos italianos, sobre todo entre los
jóvenes, cuyo desempleo alcanza el 40%. Las últimas elecciones
nacionales demuestran que los italianos han perdido la fe y la paciencia
respecto a Bruselas y Berlín y que ya no creen que el fin de la crisis esté a
la vuelta de la esquina. Sin embargo, aunque la confianza en la UE ha
disminuido, la mayoría de los encuestados siguen considerándose ciudadanos
europeos y se identifican con Europa. En una reciente encuesta, solo el 1%
deseaba abandonar la UE. Al contrario, una gran mayoría —especialmente en el
mundo empresarial— quiere avanzar hacia una verdadera unión política que sea
más democrática y más social que la UE de hoy. Las elecciones no demostraron
que los italianos quieran menos Europa, sino que quieren una Europa diferente:
más flexible y más simétrica, menos obsesionada por la austeridad y más por
invertir en la economía real.
España
Durante décadas, España pensó que su relación con
Europa reflejaba el dictamen de Ortega y Gasset: “España es el problema y
Europa la solución”. La espectacular caída sin precedentes de la confianza en
la UE desde que comenzó la crisis no es solo resultado de las medidas de
austeridad. Al fin y al cabo, los españoles tuvieron que someterse a dolorosas
reformas para entrar en la Unión y después en el euro, además de superar su
trágico pasado. Sin embargo, ahora, la falta de una visión clara sobre el
futuro nacional y el europeo hace que los sacrificios que se les exigen no
cuenten con consenso ni legitimidad. Los españoles no culpan a Europa de la
crisis ni quieren abandonar el euro. Lo que ha erosionado su lealtad a Europa y
su confianza en ella es que no tienen voz ni voto y no pueden discutir unas
políticas que es evidente que no están funcionando. Los españoles no se han
vuelto euroescépticos, pero sí unos feroces eurocríticos.
Polonia
Por primera vez, el porcentaje de polacos que
"tiende a no confiar" en la UE (46%) es mayor
que el de polacos que "tiende a confiar" en ella (41%), un
hecho digno de subrayar en un Estado que ha sido tradicionalmente proeuropeo, La
UE sigue teniendo índices de aprobación superiores a los del Gobierno nacional,
el parlamento y la televisión pública. Pero la UE parece haber perdido su
reputación de ser un factor de estabilidad en un país que está viviendo una
increíble transformación social y económica. En particular, los polacos se muestran escépticos sobre el
futuro de la moneda común y ya solo el 29% quiere unirse a ella. Estas
actitudes públicas plantean un dilema a la clase política, cuya ambición es
incorporarse al centro del poder en Europa. El objetivo de Polonia para los
próximos años será permanecer lo más cerca posible del núcleo duro al tiempo
que defiende la integridad del proyecto europeo en su conjunto.
Mark Leonard (Director,
Consejo Europeo de Relaciones Exteriores) y
José I. Torreblanca
(Responsable de la Oficina del ECFR en Madrid), con las aportaciones
de Silvia Francescon
(ECFR Roma),
Hans Kundnani (ECFR Londres),
Piotr Buras (ECFR
Varsovia),
Ulrike Guérot
(ECFR Berlín) y
Thomas Klau (ECFR París).
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