Al
Sisi contra la revolución.
http://elpais.com/elpais/2013/07/29/opinion/1375122934_003673.html
Los partidos egipcios están
amedrentados y todos los medios, doblegados.
LUZ GÓMEZ GARCÍA 17 SEP 2013 - 00:00 CET
Se ha
extendido la idea de que el general Al Sisi dio el golpe de Estado del 3 de
julio a petición del clamor popular y para defender la revolución democrática
egipcia. Es la única versión que se acepta en Egipto. Lo demás se considera
alta traición y la policía —o en su defecto la judicatura— actúa de inmediato.
Es, por supuesto, la versión que se hace circular desde las cancillerías
egipcias, y la que conviene a la opinión pública internacional, que no
simpatiza con los islamistas. Sin
embargo, la realidad es totalmente diferente.
Valiéndose
de las protestas contra Morsi, Al Sisi dio un golpe de Estado para acabar con
la revolución, encarnada en parte por los manifestantes. Apenas una semana
después del golpe ya alertaba de ello la premio Nobel
de la Paz yemení Tawakkul Karman: “Volverán las políticas y los hombres de
Mubarak. (...) El derrocamiento de Mohamed Morsi, el presidente elegido,
mediante una declaración militar y su sustitución por otro, apoyado por todos
los poderes, o el asesinato de decenas de manifestantes pacíficos que
protestaban por ello, no son sino dos ejemplos de prácticas terroristas”
(Al-Masry Al-Youm, 12/07/2013). Y eso que
todavía no se había producido la masacre de la plaza de Rabaa, que dejó más de 800 muertos,
ni la declaración del estado de emergencia (en vigor durante los 30 años de
presidencia de Mubarak), ni la excarcelación del mismo Mubarak o el
encausamiento de cualquier opositor, incluido Mohamed El Baradei, otro premio
Nobel de la Paz, que en un principio se alió con el bando golpista y al que
ahora la fiscalía acusa de “traicionar la confianza nacional”.
El golpe de Al Sisi no fue contra los
islamistas, sino contra el proceso democrático que llevó a los islamistas al
poder. El Ejército y
las fuerzas de seguridad no tenían grandes cuentas pendientes con los Hermanos
Musulmanes (HHMM), que se habían plegado durante el Gobierno de Morsi a sus
intereses. Las
cuentas pendientes eran, en el fondo, con la revolución y las fuerzas
democráticas. Era una cuestión de supervivencia: si la democracia
seguía su curso, el “Estado profundo” organizado en torno al estamento militar
(Ejército, fuerzas de seguridad y judicatura) corría el riesgo de desaparecer.
Hasta
tal punto ha crecido su imperio empresarial que en los últimos años el Ejército
ha prestado al Estado, que se sepa, 2.000 millones de dólares.
La cúpula militar forzó la caída de Mubarak
para preservar sus privilegios, no para complacer al pueblo, y ha hecho ahora
lo propio con Morsi, representante, mal que bien, del proceso democrático. Con
la gente en la calle, Al Sisi vio una oportunidad de oro para servirse del
peculiar mamismo de los egipcios, que da por hecho que si Egipto es “la madre
del mundo”, el Ejército es la madre de Egipto.
Los militares eliminaron a Mubarak
primero y a Morsi después para preservar sus privilegios
Aunque Morsi
no es Mubarak, cosa que con frecuencia se olvida, los dos cayeron
sobreestimando la lealtad de sus generales. Tantawi y Sisi responden a una
misma lógica: la identificación entre Estado y Ejército. Cuando en febrero de
2011 el Consejo Superior de las Fuerzas Armadas (CSFA) dejó
caer a Mubarak, mató dos pájaros de un tiro: se erigió en garante de la
voluntad popular y se deshizo, que era lo que más le interesaba, de la
república hereditaria diseñada por el dictador, que entregaba el control del
Estado a Gamal Mubarak y a una camarilla de tecnócratas neoliberales. Cuando
hace dos meses el CSFA secuestró a Morsi, la amenaza era otra: la democracia.
Es cierto
que Morsi no acometió las necesarias reformas ni del Ejército ni de los cuerpos
de seguridad, pero al recomponer a su medida el entramado civil de la
Administración heredada de la dictadura puso en peligro el Estado profundo. Uno
de los terrenos en los que esto se aprecia con mayor claridad es en la política
de nombramientos de gobernadores civiles, cuyas competencias incluyen, a escala
local, las propias del Estado, desde la seguridad a la fiscalidad.
Tradicionalmente se designaba para este puesto a altos cargos militares o
policiales retirados, por lo que cuando Morsi emprendió su sustitución por
personas afines a la presidencia se le acusó de islamizar el cargo, si bien solo 11 de los 27 nombrados
pertenecían a los HHMM. Tras el golpe, las aguas han vuelto a su cauce: en
agosto, el nuevo Gobierno ha nombrado a 17 exmilitares, 2 policías y 2 jueces
entre los nuevos 25 gobernadores provinciales (se ha mantenido a los 6
militares designados por Morsi).
También en
el ámbito de los cargos civiles son fundamentales para el Estado militar
paralelo los puestos de perfil político medio. Este verano han sido colocados en los ministerios clave para los
negocios de los militares (Vivienda, Agricultura, Transportes, Planificación)
veteranos burócratas del entorno del Partido Nacional Democrático (el antiguo partido
del régimen), con buena experiencia en la cooperación con los militares y la no
interferencia en sus intereses. En compensación, y para disimular, el
abanico de ministros cuenta con nombres de los que John
Kerry pudo decir al día siguiente de la toma de posesión del nuevo
Gobierno: “Conozco personalmente a varios, y sé que son muy competentes”.
Se ha identificado islamismo con
fascismo y luego con terrorismo
En donde ni
la revolución ni la contrarrevolución han cambiado las cosas es en la ayuda estadounidense
al Ejército egipcio: 1.300 millones de dólares al año.
Esta contribución es un insulto a la democracia, por más que la cantidad ya no
sea muy relevante (no ha variado desde 1979) y los militares cada vez la
necesiten menos. Lo más irónico es que ahora en Egipto los más enconados
enemigos del Gobierno estadounidense son los voceros del régimen, no los
naseristas o los islamistas. Es algo que no pasa desapercibido en EE UU, aunque
de momento no tenga consecuencias políticas. Hace pocas semanas, The New York Times (25/8/2012) se hacía eco de las
declaraciones de Tahani El Gebali, vicepresidenta del
Tribunal Constitucional entre 2003 y 2012, en las que acusaba a Obama de
connivencia con los HHMM argumentando que ¡su hermanastro keniano dirigía un
grupo de inversiones de la Hermandad! La vieja paz militar de Egipto con Israel
sigue atando de pies y manos a EE UU, y hoy por hoy su apoyo al Ejército
golpista le convierte en invitado de segunda del club de Arabia Saudí, Kuwait y Emiratos Árabes
Unidos, que han decidido sufragar la represión con 12.000 millones de
dólares, casi 10 veces la ayuda americana.
Para Al Sisi
y la cúpula militar, demonizar al islamismo era el camino más corto para acabar
con la revolución. El plan estaba bien trazado. Primero se identificó islamismo
con fascismo (idea por otra parte con mucho eco en la islamofobia
euroamericana). La prensa y los medios de comunicación no islamistas se
dedicaron a ello desde la elección de Morsi. Luego, una vez consumado el golpe,
todo islamista se convirtió en terrorista (el 15 de agosto ningún gran diario
egipcio publicó en portada una foto de los islamistas masacrados en la plaza de
Rabaa, sino imágenes de la “batalla del Estado contra el terrorismo”). Y ahora que la represión ha empezado a hacer
mella en los demócratas que habían apoyado la asonada, cualquier voz crítica es
acusada de islamista. Ninguna disidencia ha quedado a salvo: incluso los
llamados “liberales” figuran hoy en el campo de la “traición islamista”.
Acalladas las élites, quedaba la calle.
Barrer a los
HHMM de la calle ha sido un paso decisivo para acabar con el espacio público
como centro de la revolución. No es que los hermanos encarnen solos el futuro
de la revolución, que tal vez sí en este momento, sino que clausurando la calle
mediante el toque de queda y el estado de excepción los militares han ido
contra la raíz del proceso revolucionario.
La calle está neutralizada, los partidos políticos amedrentados y no queda un
medio de comunicación que no haya sido doblegado. La contrarrevolución se ha
consumado, utilizando en buena medida a las fuerzas revolucionarias.
Luz
Gómez García es
profesora de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Autónoma de Madrid.
Nota del autor del blog : En otra entrada puse un artículo de un sr…
Es el momento de reclutar para Al Qaeda
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