Análisis francés de la coyuntura electoral de EEUU editorial
de octubre de Le Monde Diplomatique
Nº: 204 Octubre 2.012
Obama II
http://www.monde-diplomatique.es/?url=editorial/0000856412872168186811102294251000/editorial/?articulo=3d4066c5-5528-417d-9ffa-34e4ba9f254e
Ignacio Ramonet
País: Estados Unidos
Tema: Elecciones,
Personalidades, Política
Tres elecciones decisivas se celebran en las próximas
semanas cuyo resultado dibujará el nuevo rostro del mundo. La primera es la del
7 de octubre en Venezuela. Si –como lo prevén los sondeos– gana Hugo Chávez,
será una gran victoria para todo el campo progresista en América Latina, y la
garantía de que los cambios continuarán.
La segunda, a mediados de este mes, tiene lugar en el marco
del XVIII Congreso del Partido Comunista de China, donde con casi toda
seguridad, Xi Jinping será elegido nuevo secretario general del Partido, en sustitución
de Hu Jintao, primer paso hacia su probable elección, dentro de unos meses,
como próximo presidente de China y, en consecuencia, líder de la segunda
economía mundial, de la principal potencia emergente y rival estratégico de
Washington.
La tercera, el 6 de noviembre, decidirá el mantenimiento del
demócrata Barack Obama en la presidencia de Estados Unidos o su sustitución por
el republicano Mitt Romney. Aunque está demostrado que un cambio de mandatario
no afecta demasiado al poder financiero (que es quien decide en última
instancia), ni modifica las opciones estratégicas fundamentales de la potencia
estadouniense, no cabe duda de que estas elecciones, en el contexto
internacional actual, resultan determinantes.
A priori, Barack Obama salía con pocas esperanzas de renovar
su mandato. Pero el asesinato de diplomáticos estadounidenses en Libia y los
ataques contra la embajada estadounidense en Egipto el pasado 11 de septiembre
–justo once años después de los atentados contra el World Trade Center en 2001–
han hecho entrar de repente los temas de la política exterior en la campaña
electoral. ¿Podría esto favorecer la reelección de Obama?
Ningún candidato ha ganado jamás basándose en un proyecto (o
un balance) de política exterior. Sin embargo, se puede afirmar que esos
trágicos sucesos recientes no han desfavorecido a Obama en la medida en que,
por contraste, su rival republicano Mitt Romney dio, en esa ocasión, una imagen
de político superficial e irresponsable. Muy alejada, en todo caso, de la imagen
que la opinión pública tiene de un verdadero hombre de Estado.
Si añadimos a eso el efecto devastador que provocó, días
después, la difusión de un vídeo “clandestino” en el cual Romney declara con
desprecio que la mitad del país –los electores de Obama– se compone de
“víctimas”, de “perdedores” y de “asistidos”, podemos afirmar que el presidente
saliente recobra, a pocas semanas del escrutinio, posibilidades de ganar.
No era evidente. Porque, habiendo prometido mucho durante su
campaña de 2008, Barack Obama decepcionó en igual proporción. Él mismo admitó
haber vendido demasiados sueños. Y su popularidad se despeñó desde muy alto.
Tanto que cabe preguntarse ¿cómo un hombre que atrajo a dos millones de
personas el día de su toma de posesión en Washington en enero de 2009, y que
tiene más de trece millones de seguidores en Twitter, ha podido perder tan
brutalmente su magia?
Intelectualmente brillante, el primer presidente negro de
Estados Unidos no ha conseguido transformar su país. El dinero sigue dominando
la vida política, las instituciones siguen paralizadas por los bizantinismos
del Congreso, la economía sigue renqueando, y la hegemonía planetaria de
Washington está más cuestionada que nunca.
También es cierto que, al llegar a la Casa Blanca, el nuevo
presidente se vio enfrentado a una crisis financiera, industrial y social de
una gravedad sólo comparable con la Gran Depresión. El país había perdido ocho
millones de empleos… Sin embargo Obama dio la impresión de no darse cuenta que
el navío se hundía. Siguió con su papel de Gran Embaucador de la campaña
electoral. No vio venir el naufragio. Y falló durante la primera parte de su
mandato.
Tenía que haberse apoyado en su gran popularidad para atacar
–inmediatamente– los excesos irracionales de las finanzas y de la banca.
Restableciendo la prioridad de la política sobre la economía. No lo hizo. Y su
presidencia arrancó sobre una base errada.
Obama debió también utilizar el apoyo de la nación para
golpear de inmediato al Partido Republicano y ampliar el frente de las
reformas. Debió dirigirse directamente al pueblo para presionar al Congreso. Y
obligarle a votar las leyes sociales y fiscales que hubiesen permitido
reconstruir el Estado de bienestar y restablecer la felicidad social. Tampoco
lo hizo. Escogió la prudencia. Y fue otro error.
No cabe duda que sus reformas de la sanidad y de las reglas
de Wall Street han sido importantes. Pero las obtuvo muy rebajadas. La ley
sobre la reforma de la sanidad se elaboró de modo muy conservador, y la
consecuencia es que millones de estadounidenses han tenido que recurrir al
sector privado de los seguros de salud. La reforma de las regulaciones del mercado
financiero tampoco ha tenido un alcance suficiente para poner fin a las peores
costumbres del sector especulativo y bancario. En fin, la Casa Blanca no
promovió suficientemente el Employee Free Choice Act que hubiese garantizado a
los trabajadores la posibilidad de crear más sindicatos.
Pero además, Obama había prometido cambiar el modo de
funcionamiento de la vida política estadounidense, en particular en el
Congreso. Igual que hizo Franklin D. Roosevelt en los años 1930, Obama debió
movilizar al pueblo y utilizarlo como un arma en su combate legislativo.
Tampoco lo hizo. Y acabó por parecerse a las momias políticas de Washington que
tanto había criticado. Y que los ciudadanos detestan. Consecuencia: fueron los
republicanos quienes se dirigieron directamente al pueblo…
En principio, los demócratas disponían de todo lo necesario
para gobernar.
-Controlaban los poderes ejecutivo y legislativo:
-la presidencia,.
-la mayoría en la Cámara de los Representantes .
-y la mayoría en el Senado.
.Normalmente, el control de esas dos palancas esenciales basta para dirigir un
país. Pero ya no en nuestras sociedades post-democráticas.
En realidad, a pesar de su legitimidad democrática, Obama y
el Partido Demócrata, sólo disponían de una baza. Cuando hoy se necesitan al
menos tres para gobernar. Le faltaban pues dos más: los grandes medios de
comunicación de masas (los republicanos tienen la cadena Fox) y un poderoso
movimiento popular surgido de la calle (los republicanos tienen el Tea Party).
Obama y los demócratas no tenían ni los unos, ni el otro. Y constataron su
impotencia…
De tal modo que –algo insólito– se vieron desbordados por la
derecha en pleno periodo de crisis económica y social… La derecha
estadounidense tuvo el monopolio de las manifestaciones en la calle, de las
luchas contra el Gobierno y hasta de la batalla de las ideas… Consecuencia: en
las elecciones de medio mandato, en noviembre de 2010, los demócratas perdieron
la mayoría en la Cámara de representantes.
Hubo que esperar a los albores de la campaña electoral para
que Obama entendiese por fin que debía salir del lodazal politiquero de
Washington y apoyarse en una estrategia orientada hacia los movimientos
populares. En Denver, en octubre de 2011 –por primera vez desde que llegó a la
Casa Blanca–, Obama movilizó directamente a su base popular lanzándole una
llamada de socorro: “Os necesito. Necesito que protestéis. Necesito que os
movilicéis. Necesito que seáis activos. Necesito que os dirijáis al Congreso
para gritarle: ‘¡Haced vuestra tarea!’”.
Esta nueva estrategia resultó eficaz. Los parlamentarios
republicanos tuvieron de repente que ponerse a la defensiva. Un nuevo Obama más
atacante y en plena progresión en los sondeos empezó a emerger. Y hasta tuvo
nuevas audacias: se declaró en favor del matrimonio entre personas del mismo
sexo, y en favor de otra política hacia los inmigrantes que pusiera fin a las
expulsiones indiscriminadas de los sin papeles. Su popularidad aumentaba.
Entre tanto, los republicanos elegían para representarlos en
la carrera a la Casa Blanca al multimillonario Mitt Romney. Este concentró
inmediatamente sus críticas contra Obama denunciando el “balance catastrófico
del mandato” del presidente: 23 millones de parados o precarios; un déficit
presupuestario nunca visto en Estados Unidos; y una deuda nacional en aumento
del 50% en cuatro años y equivalente al PIB estadounidense.
Romney confiaba en unas encuestas según las cuales el 54% de
los electores declaraban que Obama no merecía un segundo mandato; y un 52%
estimaban que vivían “peor hoy que hace cuatro años”.
El candidato republicano no paraba de repetir eso a lo largo
de su campaña. Olvidándose de señalar que los sondeos también decían que el
propio Romney no conseguía convencer a los electores de su sinceridad y de su
interés por la gente. Las encuestas también revelaban que una mayoría de
estadounidenses estaba de acuerdo con Obama sobre casi todos los grandes
problemas: desde la reforma de la sanidad hasta la política fiscal. En
cualquier caso, pensaban que Barack Obama los defendería mejor que Mitt Romney.
Este tuvo entonces la idea de designar al muy conservador
Paul Ryan –presidente de la Comisión del presupuesto de la Cámara de
Representantes– como candidato a la vicepresidencia. Cosa que estimuló a Obama
porque, a partir de ese momento, decidió invertir los papeles habituales de una
campaña presidencial. Se plantó en opositor ofensivo en vez de defender su
balance. Ya no fue él quien se justificó por sus dificultades para relanzar la
economía, sino que obligó a los republicanos a explicar su impopular plan de
recortes del presupuesto nacional, su promesa de “reducción de los impuestos de
los millonarios” y de supresión de las ayudas a las familas modestas. De ese
modo, Obama se transformaba en campeón de las clases medias, segmento principal
de la población estadounidense y por consiguiente del electorado.
Hecho significativo, en su discurso del 6 de septiembre
pasado ante la Convención demócrata, el presidente no defendió su balance,
excepto en política exterior. Recordó la muerte de Osama Ben Laden, la retirada
militar de Irak y su decisión de retirar las tropas también de Afganistán.
Habría mucho que decir sobre el balance de su política
exterior que es globalmente muy decepcionante. Tanto en América Latina (Cuba,
Venezuela, golpes de Estado en Honduras y Paraguay, etc.) como en Oriente
Próximo (primaveras árabes, Libia, Siria, Irán, Palestina…). Pero, ya lo hemos
dicho, el resultado de la elección no lo determinará la política exterior.
Todo se jugará sobre las cuestiones económicas y sociales. Y
éstas, en los últimos meses, han mejorado netamente. El crecimiento, por
ejemplo, vuelve a ser positivo (+0,4% de media por trimestre). La situación del
empleo ha mejorado mucho (un millón de empleos creados en los últimos seis
meses). Salvada de la quiebra gracias al Estado, la General Motors ha
recuperado el primer puesto (en vez de Toyota) en la lista de los principales
fabricantes de automóviles del mundo. La construcción de viviendas también va
mejor. La Bolsa ha progresado más de un 50% desde 2009. Y el consumo de los
hogares vuelve a estar en alza.
¿Será esta reciente mejoría suficiente para garantizar la
reelección de Barack Obama?
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