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martes, 27 de septiembre de 2022

La amenaza italiana

 

La amenaza italiana

El abultado resultado de la ultraderecha en Italia obliga a la UE a gestionar con inteligencia política su relación con Meloni

La líder de Hermanos de Italia, Giorgia Meloni, agradece su victoria electoral, este lunes en Roma.
La líder de Hermanos de Italia, Giorgia Meloni, agradece su victoria electoral, este lunes en Roma.Gregorio Borgia (AP)

La rotundidad de la victoria de la ultraderecha en Italia (Hermanos de Italia de Giorgia Meloni y la Liga de Matteo Salvini alcanzan el 35% de los votos) desafía desde el corazón de Europa los valores que justifican a la misma Unión Europea. La extrema derecha italiana ha culminado este domingo la cadena de tentativas anteriores de formaciones expresamente nacionalpopulistas, euroescépticas y xenófobas en países de larga tradición democrática. En Suecia, hace 15 días la ultraderecha fue la segunda fuerza más votada y antes del verano la candidata ultra Marine Le Pen perdió la presidencia de Francia, pero multiplicó por diez su número de escaños (de 8 a 89).

La institucionalidad que desprendió el discurso de Meloni en la madrugada del lunes es a la vez una buena y una mala señal. La promesa de gobernar para todos los italianos es un clásico de noche electoral, como lo fue su llamada a un “tiempo de responsabilidad” y la petición de desescalar la tensión para generar un “clima sereno”. Su objetivo es tranquilizar a Bruselas y a los poderes económicos —la prima de riesgo subió ayer tras el resultado electoral un 5,8%—, pero Bruselas sabe también que el atlantismo de Meloni no ha pasado todavía de las declaraciones y que ha anunciado su propósito de renegociar los fondos de recuperación destinados a la lucha contra el cambio climático que acordó en su momento Mario Draghi (cuya exquisita neutralidad durante la campaña no sirvió precisamente para frenar a Meloni).

La víscera nacionalista que ha activado la coalición de la ultraderecha (con un nacionalpopulista nativo como Silvio Berlusconi) tiene una plasticidad ideológica y pragmática mutante, y esa es parte de su potente capacidad de atracción: sin una agenda política cerrada o monolítica, el populismo que la alimenta busca la conexión emocional con el electorado y saca rédito electoral de un descontento multifactorial con la clase política. No hay mejor mapa de sintonías que el pliego de felicitaciones a Meloni que siguieron al tempranero mensaje del primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki, junto al de Marine Le Pen, mientras Santiago Abascal y Macarena Olona competían en exultación triunfal por Meloni hasta que llegaron Viktor Orbán o José Antonio Kast. Solo faltaba Donald Trump.



La consigna en Bruselas tras la victoria de Meloni de reaccionar a actos y no a declaraciones, llega combinada con los mecanismos correctores de que dispone la UE en caso de necesidad. Ambas destilan la prudencia necesaria ante la política interior de un Estado miembro, pero adelantan también las condiciones de una relación. Italia es la tercera economía de la UE, y los 200.000 millones que recibirá de los fondos Next Generation la convierten en principal receptora. El choque frontal de Meloni con la UE podría poner en riesgo para Italia las entregas sucesivas, pero también tener efectos tóxicos trasnacionales si lograse transmitir a su sociedad que los problemas de Italia obedecen a la desconexión de los “burócratas de Bruselas” de las preocupaciones más diarias y acuciantes de los italianos. Esa es justamente la trinchera que nunca debería regalarse a Meloni.

Conviene no olvidar que el 56% de los electores no votó por ninguno de los tres partidos de la coalición ganadora. La mayoría de italianos no votó ultraderecha: la amenaza de un Gobierno presidido por Meloni es real y no debe banalizarse, pero tampoco convertirla en el adelanto global de un tiempo apocalíptico. Depende de la movilización de los propios italianos, de la consistencia y agilidad de la oposición y de la gestión de la actual crisis económica por parte de la UE que esta victoria de Meloni sea una excepción y no la sombría profecía de un movimiento a escala europea.

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