Cada dos meses, los gobernadores de los bancos centrales más influyentes del mundo se reúnen en Basilea para intercambiar notas, fortalecer lazos personales y desenmarañar detalles técnicos para mantener el flujo de dinero en todo el mundo.
Desde la crisis financiera de 2007-2008, los bancos centrales han salido de la sombra para imprimir billones en múltiples monedas. La pandemia solo ha aumentado su determinación de comprar grandes porciones de deuda pública y mantener las tasas de interés en mínimos, incluso frente a la inflación.
El misterioso club privado de banqueros centrales, que dice promover “la estabilidad monetaria y financiera global a través de la cooperación internacional”, ha operado a puerta cerrada desde su creación en 1930. No hay registros públicos de sus debates o conversaciones.
El estatuto legal del Banco de Pagos Internacionales (BPI) le permite operar como un feudo independiente en Suiza: las autoridades helvéticas no pueden cruzar sus puertas sin permiso mientras que su personal disfruta de inmunidad legal y ganancias libres de impuestos.
“Opaco y elitista”
Dada la gran importancia de los bancos centrales en la última década, algunas personas piensan que esa situación debe cambiar.
“El BPI es una institución opaca, elitista y antidemocrática, fuera de sintonía con el siglo XXI”, dice el periodista y escritor Adam Lebor en su libro Tower of Basel (Torre de Basilea), publicado en 2013. “Está dando forma al futuro regulatorio de las finanzas mundiales y exige una buena gobernanza, pero sus propios asuntos están firmemente ocultos detrás de una maraña de inmunidades y protecciones jurídicas”.
Entonces, ¿por qué la necesidad de mantener el secreto? “Los gobernadores de los bancos centrales pueden acudir y hablar libremente, quejarse de sus ministros de finanzas y del sector político, sin preocuparse de que todo eso se filtre al público”, explica el exmiembro del personal del BPI Stefan Gerlach, actual economista en jefe del banco EFG de Zúrich.
“Algunos piensan que es una organización supersecreta que dirige al sector financiero mundial, pero es más un centro de conferencias con un banco adjunto que organiza reuniones informales y confidenciales de los bancos centrales y reguladores”, agrega. “Proporciona salas de reuniones, personal para redactar documentos de investigación y gestiona los activos de los bancos centrales, pero no tiene una personalidad real”.
Si bien el BPI no tiene el poder para establecer reglas vinculantes, los banqueros centrales y los reguladores se reúnen en su sede para acordar las políticas de estabilidad financiera y luego regresan a casa para persuadir a sus gobiernos nacionales de aplicarlas.
La Torre BPI, sede de la organización, alberga otros órganos, como el Comité de Supervisión Bancaria de Basilea y la Junta de Estabilidad Financiera, que analizan medidas para hacer que el sistema financiero sea más resiliente a las crisis.
Tales deliberaciones llevaron a las regulaciones de ‘Basilea III’ después de la crisis financiera de 2008. Estas reglas requieren que los bancos comerciales reserven más fondos para cubrir inversiones de riesgo.
Salvar la economía
“Nuestro trabajo ayudó a evitar que la pandemia de COVID-19 se tradujera en otra crisis financiera”, afirmó recientemente el gerente general de BPI, Augustin Carstens, en una inusual rueda de prensa en la Torre BPI.
El dinero impreso por los bancos centrales ha sido utilizado para mantener a flote el sistema financiero en tiempos de crisis y para rescatar economías nacionales en crisis, desde Grecia e Italia hasta Estados Unidos. Las bajas tasas de interés han mitigado el impacto de las deudas que las empresas deben gestionar pese a la pérdida de ingresos ligada a los confinamientos.
Si bien cada banco central establece su política monetaria de acuerdo con las necesidades de su país, la coordinación también es vital para mantener el flujo de dinero en todo el mundo, especialmente durante una crisis. Los bancos centrales actúan como prestamistas de última instancia cuando los bancos comerciales pierden confianza entre ellos.
Como la mayoría de las finanzas internacionales se realizan en dólares estadounidenses, la Reserva Federal de los Estados Unidos debe cambiar dólares por las monedas de otros bancos centrales (incluido el de Suiza) para evitar que los flujos financieros se bloqueen.
A ese proceso de coordinación contribuyen las reuniones periódicas en Basilea.
“Es mejor tener un enfoque cooperativo que una confrontación”, subraya Carstens.
Sin embargo, la amplitud de la impresión de dinero inquieta a una parte de los especialistas. ¿Puede revertirse con seguridad cuando mejoren las condiciones económicas? ¿Podría resultar en una inflación incontrolable? El reciente aumento de precios ha puesto de relieve estas interrogantes.
Riesgos manejables
“Frente a la pandemia, inesperada y dramática, habría sido social y políticamente inaceptable que los bancos centrales dijeran: ‘Dado el riesgo de que esto no funcione bien, no haremos nada'”, asienta Carstens.
“Necesitábamos responder, pero eso no significa que seamos ciegos o negligentes. No ha sido fácil, y podría ser más difícil en el futuro, pero los riesgos que se han tomado son manejables”.
Tales argumentos no logran convencer a todos, incluidos los críticos del Banco Nacional Suizo (BNS). Este último ha sido objeto de presiones desde que adoptó (y luego abandonó) una vinculación del euro al franco suizo y luego prometió imprimir sumas ilimitadas de dinero e introducir tasas de interés negativas.
La repentina decisión de desacoplar el franco del euro en 2015 provocó un caos al tomar a los mercados por sorpresa. La medida dio un nuevo impulso a los críticos políticos que querían que el banco central fuera llamado a rendir cuentas por sus políticas.
Pero los esfuerzos para obligar al BNS a cambiar su política monetaria, agregar más oro a su balance y asumir el papel de imprimir el dinero de los bancos comerciales han fracasado, incluso en los referendos.
“Historia suiza de éxito”
Mientras tanto, el BPI continúa serenamente con su trabajo, sin verse afectado por las disputas locales en los diferentes bancos centrales. Poco a poco ha ido abriendo su membresía para incorporar a 63 bancos centrales y opera con más de 600 empleados y dos oficinas regionales, en Hong Kong y México.
El BPI gestiona los activos de los bancos centrales, lo que le valió el título no oficial de “banco de los banqueros centrales”. A través de estas actividades, obtuvo alrededor de 1,7 mil millones de dólares (1,6 mil millones de francos) en ganancias el año pasado.
También se ha ganado una reputación formidable por sus detalladas investigaciones del mundo de las finanzas y establece ahora una serie de centros de innovación en todo el mundo para mantenerse al tanto de las últimas innovaciones financieras, en especial las criptomonedas y las finanzas verdes.
“Es notable que el BPI permanezca anclado en Basilea y no se haya trasladado a Londres o Nueva York”, apunta Gerlach. “Es una historia suiza de éxito, como esa otra que empezó hace 150 años cuando los británicos comenzaron a venir a los hoteles suizos para las vacaciones de invierno”.
Traducido del inglés por Marcela Águila Rubín
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