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viernes, 22 de enero de 2021

Crece el sentimiento antivacunas. Advierte del peligro mortal de vacunarse y expone sus razones.

 Crece el sentimiento antivacunas. Advierte del peligro mortal de vacunarse y expone sus razones.


Por Daniel Espinoza


L

a vacuna tarda en llegar al tercer mundo. Para ser

más precisos: tarda en llegar al Perú, el último en la

fila de los últimos. Pero ahora resulta que la mitad de

los peruanos –precisamente el 48%, según IPSOS– la

rechazaría. ¿Por qué crece el movimiento antivacunas,

qué “teorías de conspiración” lo nutren?

¿Cómo encararán este nuevo problema de salud pública las

huestes del gobierno peruano?

Pierda cuidado, fanático de la medicina moderna –amante

del síntoma acallado con pastillas y el bisturí capaz de extirpar

décadas de malas costumbres–, la solución ya ha sido puesta

sobre el tapete y promete ser efectiva: la vacunación será requisito para viajar, encontrar trabajo o ir al cine.

Lo mejor de todo es que será un asunto global, de manera que las autoridades locales

no podrán arruinarlo (lo intentarán).

CRISIS “ANTIVAXXER”

Con estas cifras de rechazo al pinchazo,

el Perú se pone a la par del primer mundo,

donde la desconfianza está bien instalada.

Como en otros casos, el mundo en vías de

desarrollo seguramente seguirá la tendencia, para bien o para mal. Irónicamente, las

sociedades que muestran mayor aceptación por las vacunas son las más rezagadas

en lo cultural y científico.

Parece que donde ciertas sociedades

en vías de desarrollo ven “ciencia” –así, en

abstracto, casi como si se tratara de una religión–, otros ven grandes corporaciones pagándoles a científicos venales y reguladores

corruptos para hacer pasar la comercialización de la salud como ciencia, convirtiéndola así en mera herramienta de márquetin.

Las vacunas no vienen del cielo: son fabricadas por grandes corporaciones que

tienen como objetivo primordial el lucro –

no la salud–, y que luego son reguladas por

gobiernos capturados hace décadas por el

lobby. Todos los funcionarios involucrados

son falibles, corruptibles.

La confianza ciega, basada en una vaga

idea de lo que significa que algo venga con

el rótulo de “científico”, es un signo bastante

obvio de estupidez.

Lo que es indiscutible es que el recelo con respecto a la vacuna, en este caso, está más que justificado: no solo se están

fabricando en modo exprés, sino que, además, en el caso de las

norteamericanas y europeas, lo que se está produciendo es un

nuevo y revolucionario método de vacunación basado en el

ARN mensajero, un componente genético.

Esa debería ser una “revolución” en cámara lenta, extremadamente cuidadosa y considerada con cada paso y cada medida de seguridad. Este tipo de tecnología jamás ha sido usada en

el pasado y cualquier consecuencia a largo plazo será conocida

cuando millones ya hayan recibido su dosis. Sí, somos parte del

experimento más grande de la historia.

Si bien el mundo parece tener claro

que las medidas de seguridad usuales

para la fabricación de vacunas no están

siendo respetadas en este caso, no existe

una clara consciencia del riesgo debido a

que las voces que advierten de su gravedad no tienen cabida en el discurso mediático.

Cuando se trata de tocar el tema “antivacunas”, los medios de comunicación

tienen un obvio sesgo que les impide reconocer al elefante en la habitación: la corrupción del sistema neoliberal y su “Gran

Farmacia”. Por eso, solo les queda tratar a

los “antivacunas” como teóricos de la conspiración y seres irracionales. No reconocerán ninguna razón legítima y racional para

la desconfianza. A eso debemos sumarle un gravísimo conflicto

de intereses: “Big Pharma” es un cliente VIP de los medios de comunicación, un anunciante de peso.

La pandemia ha hecho que muchos periodistas se conviertan en meros repetidores de instituciones que deberían estar

vigilando concienzudamente. Lo peor de todo es que toman

por enemigo de salud pública –o peor, por imbécil– a cualquiera que discuta el dictamen oficial. El oficio periodístico siempre

se trató de cuestionar la versión del poder, no de repetirla mecánicamente. El hecho de que se trate, en este caso, de cuestiones científicas y médicas, complica el trabajo periodístico, pero

no cambia la figura.

En suma, las razones para la desconfianza en este experimento de vacunación global son totalmente legítimas, pero no

están siendo ventiladas por la prensa, que miente sin vergüenza al señalar que ellas ya han sido resueltas. Veamos algunas de

ellas, brevemente.

El 1ero. de diciembre del año pasado, los doctores Wolfgang

Wodarg y Michael Yeadon –expresidente del Comité de Salud

del Consejo de Europa y exejecutivo científico en jefe de Pfizer, respectivamente– introdujeron una petición a la Agencia

Europea de Medicina para que detuviera las pruebas clínicas

(de fase III) de la vacuna ARN de la mentada Pfizer, hasta que

se consideren cuatro asuntos de seguridad relacionados a esta

nueva tecnología que, hasta el momento, han sido pasados por

alto olímpicamente:

Primero: la formación de “anticuerpos no-neutralizantes”,

que puede llevar a una reacción inmune exagerada, especialmente cuando la persona vacunada se encuentra con la versión “silvestre”

del virus. Este fenómeno “es conocido desde

hace mucho a raíz de experimentos con vacunas contra el coronavirus en gatos. En el curso

de estos estudios, todos los gatos que inicialmente toleraron la vacuna murieron luego de

contagiarse del virus real”, señala el texto.

Segundo: las vacunas de Pfizer en conjunto con Biontech contienen polietilenglicol. “El

70% de la gente desarrolla anticuerpos contra

esta sustancia”, suscitando reacciones alérgicas, por ejemplo.

Tercero: se espera que las vacunas produzcan anticuerpos contra la proteína de pico

del SARS-CoV-2. Sin embargo, dicho pico

también contiene proteínas homólogas a la

sincitina, que son esenciales para la formación de la placenta en

mamíferos, como los seres humanos. “Debe ser descartado con

absoluta certeza que una vacuna contra el SARS-CoV-2 pueda

gatillar una reacción inmune contra la sincitina-1, ya que de otra

manera podría resultar en esterilidad de tiempo indefinido en

las mujeres vacunadas”.

Cuarto: La corta duración de los estudios no permite una

estimación realista de los efectos secundarios a largo plazo.

“Como en el caso de narcolepsias a raíz de la vacuna contra la

gripe porcina, millones de personas sanas serán expuestas a

un riesgo inaceptable si, acaso, se concede una aprobación de

emergencia pensando en observar los efectos a largo plazo de

manera posterior”. (Corbett Report, 23/12/20).

Con razón nos han hecho firmar documentos que eximen a

las farmacéuticas de cualquier responsabilidad por los posibles

efectos secundarios.

¿Cómo se pasan por alto estos cuestionamientos de seguridad? Planificando formas de

experimentación que no las contemplen. “Big

Pharma” es experta en este tipo de fraudes.

HACIA EL CONTROL TOTAL

La tecnología para el control milimétrico

del ganado humano está lista. Era cuestión

de tiempo antes de que surgiera una justificación potente e incontestable que permitiera instalarla.

En ese sentido, la pandemia de coronavirus le dejará al mundo lo mismo que el

ataque del 11 de setiembre de 2001 contra

las Torres Gemelas: nuevas y cada vez más

draconianas medidas de control y vigilancia

diseñadas para nuestra “seguridad”. Ya lo estamos viendo. La pandemia parirá más de un

“Patriot Act”, el documento que desde el incidente señalado sirve, entre otras cosas, como

carta blanca para la violación arbitraria de la

privacidad de cientos de millones, no solo en

EE.UU.

¿Qué podría ser más conveniente que

una justificación de corte sanitario? Solo faltaba la llegada del bicho adecuado –que es

real, por supuesto– y listo, nuestras nuevas

“necesidades” serían fácilmente inculcadas:

trazado de contactos, control constante e

invasivo de la salud individual, vacunación

global y cuasiobligatoria, cuarentenas cuando la paupérrima infraestructura sanitaria no

aguante más, reuniones sociales prohibidas

(aunque no para los ricos), censura de todo lo

que contradiga a la OMS en internet, etc.

El sueño húmedo de cualquier dictador se hizo tragable

gracias a la excusa sanitaria, ¡justo cuando el sistema capitalista

hacía agua y comenzaban las revueltas!

Hacia el principio de la pandemia, el académico indio y exsubsecretario de Naciones Unidas Ramesh Thakur expresaba su

preocupación por la “completa pérdida de perspectiva” que el

mundo estaba mostrando ante el Covid:

“…la medida en que las mayorías dominantes, en países con

alfabetización universal, han sido aterrorizadas de manera que

entreguen sus libertades civiles e individuales, ha llegado como

un shock aterrador”.

Por supuesto, delató nuestra naturaleza ovejuna, peligrosamente crédula y tendiente a la obediencia. Una naturaleza que

pronto nos llevará a alguna forma moderna de servidumbre,

como vaticinaron George Orwell y Aldous Huxley a mediados

del siglo pasado.

“Por otro lado –decía Thakur–, las evidencias de la escala y

gravedad de la pandemia son sorprendentemente débiles en

comparación con la miríada de riesgos a la salud que enfrentamos cada año. No prohibimos los autos bajo el ardid de que

cada vida cuenta y que solo una vida más perdida en el tráfico

sería demasiado. En su lugar, intercambiamos cierto nivel de

conveniencia por cierto nivel de riesgo a la vida y bienestar”.

Finalmente, hay que resaltar que un par de instituciones globales le dicen qué hacer a naciones que, tras décadas de desfinanciamiento neoliberal de sus respectivos gobiernos, hoy no cuentan

con agencias capaces de hacer frente a una pandemia, por bajo

que fuera el índice de mortandad del virus en cuestión. No hay

posibilidad alguna de soberanía nacional con neoliberalismo y

“estado mínimo”. Hemos renunciado a cualquier posibilidad de

valernos por nosotros mismos y ahora solo queda obedecer a

Gates y a otros agentes de Big Pharma parapetados en la OMS




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