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sábado, 14 de abril de 2018

Estados Unidos bombardea Siria en coalición con Francia y Reino Unido

Estados Unidos bombardea Siria en coalición con Francia y Reino Unido
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Trump anuncia que sostendrá la respuesta hasta que el régimen "asesino" de Bachar El Asad abandone las armas químicas. Advierte a Rusia e Irán de que deben decidir de qué lado están en el conflicto


JAN MARTÍNEZ AHRENS

Washington 14 ABR 2018 - 09:04 CEST
Estados Unidos demostró esta noche su poder al mundo. En una operación militar, atacó en coordinación con Francia y el Reino Unido al “bárbaro” régimen de Bachar El Asad por el supuesto empleo de gas cloro contra la población civil de Duma (Siria). “Esta malvada y despreciable agresión no fue obra de un hombre, fueron los crímenes de un monstruo”, declaró el presidente Donald Trump en un discurso en el que prometió mantener el pulso hasta que Siria abandone el uso de agentes prohibidos. La represalia, presentada como un "golpe de precisión" contra objetivos militares y centros de producción y almacenamiento de armas químicas, retumbó más allá de tierras sirias. Tanto a Rusia como a Irán, Trump les hizo saber que Estados Unidos, bajo su mando, no titubea: dispara. "Deben decidir de qué lado están", dijo.



Ráfagas antiaéreas en Damasco. FOTO: HASSAN AMMAR AP | VIDEO: REUTERS / EPV
Tras seis días de redoble de tambor, poco antes de las nueve de la noche del viernes, Trump ordenó el ataque. Entre los blancos elegidos figuró un centro de investigación cerca de Damasco, así como un almacén y un puesto militar, en Homs. “Nuestro objetivo es lograr una disuasión fuerte. Estamos preparados para mantener la respuesta hasta que el régimen de El Asad dejé de usar estos agentes prohibidos”, remachó el presidente.


Consciente de que el tablero sirio encierra a más de un jugador, el mandatario se dirigió enfáticamente a los aliados de Damasco. “A Irán y a Rusia, les pregunto: ¿qué clase de nación quiere ser asociada al asesinato masivo de hombres, mujeres y niños inocentes? Ninguna nación puede tener éxito a largo plazo promoviendo estados fallidos, tiranos brutales y dictadores asesinos. Rusia debe decidir si prosigue por la senda oscura o si va a sumarse a las naciones civilizadas como una fuerza de estabilidad y paz. Ojalá algún día podamos ir con Rusia, e incluso con Irán”, afirmó.

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El ataque a Siria forma parte de una historia interminable. Trump, un aislacionista nato, siempre ha deseado salir del país y anoche, en plena sacudida militar, no lo ocultó:  “No nos hacemos ilusiones, no podemos purgar el mundo del mal ni actuar en todos los sitios donde hay tiranía. No hay sangre americana suficiente para lograr la paz en Oriente Próximo. Podremos ser socios y amigos, pero el destino de la región está en manos de su propia gente”.

Es un pensamiento que le acompaña desde mucho antes de alcanzar la presidencia y que sigue vivo en él. Hace solo 11 días, el 3 de abril, el presidente clamó públicamente por abandonar del conflicto y repatriar a los 2.000 soldados destinados en Siria. “No sacamos nada de ello. No tenemos nada, excepto muerte y destrucción. Es horrible”, afirmó entonces. Cuatro días después, todo cambió. La población civil de la rebelde Duma, según la versión estadounidense, fue gaseada. Hubo al menos 60 muertos y cientos de heridos.

La agresión química traspasó la línea roja establecida hace un año, cuando las tropas sirias atacaron Jan Sheijun. En aquella ocasión murieron 86 personas, entre ellas decenas de niños. Las imágenes de sus cuerpos fulminados por el tacto cruel del gas sarín, un legado de la era nazi, impactaron al mundo y activaron el olfato político de Trump. La represalia se puso inmediatamente en marcha. Pese a que Moscú y Damasco, al igual que ahora, negaron su participación en la matanza, Estados Unidos lanzó 59 misiles Tomahawk contra la base aérea de Shayrat (Homs).

La devastación buscaba un rédito político. Si Barack Obama, bajo la promesa rusa de retirada del arsenal químico, había descartado intervenir en 2013 ante un ataque que segó la vida a 1.400 civiles, con Trump las cosas iban a ser distintas. La nueva Administración estaba dispuesta a morder por mucho menos.

Aquella intervención resultó un éxito. No falleció ningún soldado estadounidense ni ruso y se eliminó de una tacada el 20% de la fuerza aérea siria. Trump había logrado su primera victoria internacional. Durante meses, Bachar El Asad acusó el golpe y prescindió del arsenal químico. Poco a poco, sin embargo, a medida que la tensión estadunidense aflojaba, volvió a usar gas cloro en ataques selectivos contra los rebeldes. La Casa Blanca lo advirtió y su entonces consejero de Seguridad Nacional, Herbert R. McMaster, declaró que el efecto disuasorio del bombardeo de Shayrat se había diluido.

El ataque a Duma, un reducto rebelde en la periferia de Damasco, no solo validó esta interpretación, sino que fue entendida por el Despacho Oval como un desafío a la prohibición de usar armas químicas. De poco sirvieron los vehementes desmentidos sirios y rusos. Estados Unidos, Francia y Reino Unido establecieron que Damasco había cruzado el umbral prohibido.

El motivo por el que El Asad volvió supuestamente a las andadas aún es objeto de debate. Pero casi todos los expertos lo vinculan con la declaración de Trump de primeros de abril de repatriar las tropas estadounidenses. Si el presidente sirio percibió en esta manifestación una muestra de flaqueza y quiso mover ficha, sigue siendo un misterio, pero de lo que nadie duda es de que la matanza abrió la caja de los truenos.

Nada más conocerse la agresión, la Casa Blanca puso la maquinaria de guerra en marcha. Pero esta vez, no actuó en solitario ni por sorpresa. Anunció con antelación su voluntad de hacer pagar “un alto precio” a los autores, corresponsabilizó a Vladímir Putin y movilizó a su diplomacia para forjar una coalición internacional. Siria y su gran padrino, Rusia, desgastados por anteriores desmentidos que a la postre resultaron falsos, no lograron frenar la ofensiva.

Con el frente exterior despejado, sin oposición interna y sabedor de que la acción le otorga un capital político que Obama perdió con sus titubeos, poco antes de las 21.00 del viernes Trump dio la orden. Un centenar de misiles de crucero Tomahawk fueron disparados. Casi el doble que el año anterior. Tanto el secretario de Defensa, Jim Mattis, como el jefe del Estado Mayor, James F. Dunford, señalaron que la ofensiva se reducía a una sola andanada y que había sido diseñada para evitar daños en la población civil. La intervención contó con apoyo de bombarderos B-1. El Reino Unido aportó cuatro Tornado GR4s; Francia, dos fragatas y aviación.

Para justificar el paso, el alto mando estadounidense insistió en que, desde el jueves, no les cabía dudas de que Siria había empleado gas de cloro en su ofensiva a Duma. La Casa Blanca abundó en esta acusación y señaló que disponía de fotos con víctimas que presentan daños compatibles con el uso de agentes químicos, relatos de personal médico, datos de inteligencia y testimonios directos.

“Desde la ofensiva del 7 de abril de 2017, hemos registrado 30 incidentes separados en los que Siria ha empleado armas químicas, incluido un ataque con gas sarín el noviembre pasado. Rusia e Irán comparten responsabilidad por las brutales acciones del régimen de El Asad”, afirmó la Casa Blanca.

Pese a los deseos de Trump de abandonar el campo de batalla sirio, la operación aumenta la implicación de EEUU y dispara el riesgo de escalada del conflicto. En el último ataque, Rusia elevó la voz pero dejó que la tensión se enfriase. Ayudó que Trump evitase el encontronazo con Moscú. Ahora, la relación con Vladímir Putin se ha deteriorado. El presidente estadunidense le ha culpado con nombre y apellidos de lo ocurrido en Duma y se ha mostrado furioso por su contumacia en apoyar a El Asad. Aún así, ha dejado una puerta abierta al diálogo. “Estados Unidos tiene mucho que ofrecer, su economía es la mayor y más poderosa en la historia del mundo”, dijo anoche.

La reacción de Rusia e Irán marcará el futuro de la región más inestable del planeta. Un volcán devorado por la violencia donde chocan a diario los intereses de las grandes potencias. Las bombas han caído. Damasco ha vuelto a ser golpeada. Poco se logró el año pasado y nadie sabe si la nueva intervención contendrá la sangre. Tras siete años de guerra, medio millón de muertos y diez millones de desplazados Siria se ha vuelto una tierra oscura para la esperanza.

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