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miércoles, 1 de junio de 2016

El Estado Islámico pierde su bien más preciado: el territorio.// encontrado en el Espectador

El Estado Islámico pierde su bien más preciado: el territorio


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Desde finales de 2014, el grupo yihadista ha menguado su influencia sobre Siria e Irak y ahora mismo enfrenta una fuerte resistencia en Raqqa, Mosul y Faluya.
Por: Redacción Internacional

 El Estado Islámico pierde su bien más preciado: el territorio




Soldados kurdos patrullan los alrededores de Mufti (Irak) durante una ofensiva contra el Estado Islámico. / EFE


En junio de 2014, el Estado Islámico (llamado en árabe Daesh) proclamó el califato en los territorios que por entonces ocupaba en Siria e Irak. El califato es una forma de gobierno basada en la ley islámica (la sharia), regido por un califa, en este caso Abu Bakr Al-Baghdadi. Y el Daesh es una guerrilla yihadista, originada de las entrañas de Al Qaeda y los talibán, que quiere imponer un estado en los territorios que, en su opinión, le corresponden.

En el momento de su proclamación como estado, que ningún país ha reconocido, el Daesh tenía en su poder 46.000 kilómetros cuadrados de Siria, es decir el 46,6% del territorio. El Gobierno, pese a toda la fuerza que había acumulado en más de 30 años de régimen en manos de la familia Al Asad, tenía el 26%. El resto de Siria se lo disputaban los grupos kurdos (con la peshmerga) y los rebeldes, que se unieron desde 2011 contra Al Asad y en cuya guerra se creó el caldo de cultivo esencial para que el Daesh entrara en tierras sirias sin mayor resistencia: falta de presencia estatal, un ejército débil y una población que desconfiaba —y desconfía— del gobierno de Bashar Al Asad (entérese aquí de qué es el Daesh y cuáles son sus objetivos).

La situación en Irak, donde el Daesh ocupó otra porción de territorio, era radicalmente distinta. Para junio de 2014, el ejército yihadista tenía el 22% del territorio, mientras que el gobierno oficial dominaba sobre el 49%. Esa relación de fuerzas se ha mantenido hasta hoy, y es en Irak donde los militantes del Daesh tienen una de sus capitales de facto (impuestas por decreto propio): Mosul, al norte de Irak. Su otra capital, Raqqa, está en tierras sirias.

Los temores por su expansión se multiplicaban a medida que se sucedían las invasiones de otras ciudades, la fuga de la armada iraquí (que literalmente salió espantada luego de encontrarse con el ejército yihadista) y la circulación constante de sus amenazas. Para octubre de 2014, el Daesh ya tenía el 51% de Siria y el gobierno seguía con un 26% débil, en el que se contaban Homs, Alepo y Damasco, tres de sus principales ciudades. En su edición en red, el diario francés Le Monde construyó un mapa que desglosa la invasión del Daesh en Siria: a la izquierda del país se puede ver el área de influencia del gobierno de Al Asad. Es como si los hubieran arrinconado, sin otra posibilidad que convertirse en el público desdichado de una obra horrorosa.


Además de tener ese territorio bajo el control de miembros de sus milicias, el Daesh tenía una influencia directa en otros 185.000 kilómetros cuadrados entre el desierto sirio y el espacio iraquí. Se habían apoderado —cuentas más, cuentas menos— del 70% del territorio sirio: era la misma área de Italia. Comenzaban, entonces, a comportarse como un estado, creando oficinas de gobierno y cuerpos de vigilancia en las principales ciudades, además de construir u ocupar las viejas cárceles del régimen y fomentar un nuevo código de justicia, basado en la ley islámica.


La consumación de su avance llegó en mayo de 2015, cuando tomó Palmira (lea aquí cómo se han robado el patrimonio arquitectónico de Siria). La ciudad antiquísima, una perla del desierto sirio, cayó en sus manos sin ningún problema: un día estaban en la ciudad cercana y al siguiente ya ocupaban los templos y las construcciones funerarias, de más de 2.000 años de antigüedad. Su territorio total, entre aquello que dominaba por mano propia y donde tenía influencia, era de 239.000 metros cuadrados, tan grande como Ghana. Pese a que la Coalición liderada por Estados Unidos los atacaba desde finales de 2014, el Estado Islámico no parecía recular. Ya eran un grupo que generaba miedo más allá de sus fronteras y que inquietaba a Europa: habían atentado en París en noviembre anterior y seguían impunes en Siria, Irak y algunas regiones montañosas de Afganistán.


Pero llegaron, para ellos, los malos tiempos. Francia redobló sus bombardeos, Turquía entró en el juego aéreo y, en septiembre de 2015, Rusia decidió apoyar a las fuerzas aéreas sirias. De algún modo, Siria se ha convertido en un laboratorio de la tercera guerra mundial, no sólo por su número de actores (en ella están metidos Europa, Estados Unidos, Rusia, el Golfo Pérsico y Turquía), sino también por los civiles muertos y las tácticas de guerra: han caído del cielo límpido bombas de barril (que contienen hasta puntillas) y misiles y por tierra la metralla abunda por doquier. Nadie está a salvo. De Siria se han desplazado más de 4 millones de personas. Usted podrá escuchar sobre ellos en las noticias: se mueren mientras tratan de cruzar el Mediterráneo para encontrar un nuevo hogar en Europa.

Los malos tiempos para el Daesh se expresaron también en la pérdida de ciudades en las que ya transitaba como rey y señor. Se había apoderado de Ramadi (Irak) por la época en que tomó Palmira y siete meses después el ejército iraquí, en una muestra de valentía que contrastaba con su fuga previa, la retomó. Para que usted comprenda el impacto del avance del Daesh, cuando tomaron Ramadi estaban a sólo 50 kilómetros de la capital iraquí, Bagdad. Y si usted toma la capital, con todos los estamentos que sustentan la formación de un gobierno nacional —y si se quiere de toda una nación—, pues su conquista es absoluta.


De modo que perdieron Ramadi y tres meses después el ejército sirio les arrebató Palmira. A punta de tiros de metralla y de misiles, y mientras el Daesh les respondía minando las entradas de la ciudad, tomando a los civiles como escudos humanos e instalando carros bomba, los sirios avanzaron en una semana y los obligaron a volver a sus bastiones en Deir Er Zor y Raqqa. El Daesh tenía el 38% del territorio sirio: en meses habían perdido influencia directa sobre el 13% de su espacio ocupado en las mejores épocas.


La demostración de que el Daesh sí reculaba, y de que incluso había movimientos civiles de resistencia en ciudades como Raqqa, alentó a los diversos actores del conflicto a continuar con las operaciones. También animaron a los kurdos iraquíes y sirios a atacarlos para recuperar una tierra que consideran como propia. Para quien no lo sepa, los kurdos son un pueblo que habita en la región montañosa que comparten Irak, Turquía, Siria e Irán, quienes por años han pedido, a través de numerosos colectivos que representan a sus diversas agrupaciones, la independencia territorial. La peshmerga, el ejército kurdo, ha sido esencial en la lucha contra el Estado Islámico: con cierta tendencia nacionalista, ha logrado recuperar las zonas del norte de Siria y de Irak y controlan hoy más de 80.000 kilómetros cuadrados.

El problema del Daesh es sencillo: armó una guerra con demasiados frentes. No sólo va contra los gobiernos oficiales de Siria e Irak, sino que tiene que encararse contra los rebeldes sirios, las fuerzas kurdas, la Coalición de Estados Unidos, Rusia y Turquía. Sin contar con cierta enemistad tácita de otros grupos yihadistas como los talibán en Afganistán (donde han avanzado para fundar la región que ellos llaman Gran Khorasan) y el frente Al Nusra.

Esas guerras múltiples los han forzado a retroceder en los últimos meses. Su retroceso, sin embargo, no es sinónimo de derrota. Han perdido, desde su auge territorial, el 20% de las regiones ocupadas: de 51% en octubre de 2014 a 31% (31.000 kilómetros cuadrados) en mayo de este año. Los datos han sido recolectados por grupos de estudio como Institute of War y fueron publicados y analizados por el diario Le Monde.


En medio están los civiles, que sólo tienen que ver con este conflicto en la medida en que son las víctimas principales del ego propio de quienes luchan en una guerra (estos son los métodos de guerra del Daesh). Esos civiles están huyendo hacia Europa, hacia Turquía e incluso a África porque en sus ciudades de origen no encuentran más que una desidia generalizada, que se expresa en la falta de medicinas y alimentos, los bombardeos constantes y el miedo siempre presente de una muerte dolorosa. Los más pobres, atrapados en sus ciudades, son víctimas de una táctica medieval: los sitios. Esta forma de guerra consiste, en breve, en cerrar todas las entradas de la ciudad y prohibir el acceso de ayuda humanitaria, tal como lo consagra la ONU en sus estamentos de guerra. Mueren de hambre y por problemas de salud. Los hospitales que siguen en pie son bombardeados, en muchas ocasiones por fuerzas oficiales.


El estadio más reciente de esa guerra perenne es Faluya, en Irak. De acuerdo con la información oficial, las fuerzas iraquíes llevan más de una semana atacando en esa ciudad al Daesh, que se agarra con las uñas de ese último fortín cercano a Bagdad. Si se mira en los mapas dedicados por Le Monde a desglosar su ocupación, Faluya es una isla cerrada por todos lados por las fuerzas adversas al Daesh. Es su último paraíso del horror. Entre 100.000 y 200.000 civiles estarían en peligro. Más de 20.000 niños podrían ser reclutados por los yihadistas en la refriega.



Además de su capacidad de avance territorial, el Daesh ha sido muy ingenioso a la hora de segregar su idea de un estado regido por la ley islámica. Ese es justo el siguiente paso que deben temer sus adversarios. Alguien decía que mueren los hombres, pero no sus ideas. Según expertos, mientras más recule el Daesh, más probable es que su concepción, su esencia, se exporte. Esbozos de esa exportación pueden verse en Afganistán, Libia e incluso en las células que pululan en Francia y Bélgica.

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