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domingo, 8 de enero de 2017

La unión europea está en un proceso de desintegración tanto por el Brexit, como por el resultado de las elecciones en Italia y el ascenso del sr Trump, el cual es un maestro de la estafa y aspirante a dictador, además su gabinete está formado por extremistas incompetentes y generales retirados y mostrará más afinidad con dictadores; algunos podrán pactar con Estados Unidos y otros seguir haciendo de las suyas sin interferencias, sin embargo también sus consecuencias afectarán al mismo EEUU que tienen sus fondos de pensiones en inversiones especulativas en las bolsas Europeas como el Ibex 35 ( casi el 42 % ). por George soros multimillonario norteamericano encontrado en project-syndicate.org y reproducido por el Espectador

 La unión europea está en un proceso de desintegración tanto por el Brexit, como por  el resultado de las elecciones en Italia y el ascenso del sr Trump,   el cual es un maestro de la estafa y aspirante a dictador, además  su gabinete está formado por extremistas incompetentes y generales retirados y mostrará más afinidad con dictadores; algunos podrán pactar con Estados Unidos y otros seguir haciendo de las suyas sin interferencias, sin embargo también sus consecuencias afectarán al  mismo EEUU que tienen sus  fondos de pensiones en inversiones especulativas en las bolsas  Europeas como el Ibex 35   ( casi el 42 % )


 Los tiempos anormales de Trump


Los tiempos anormales de Trump

http://www.elespectador.com/noticias/elmundo/los-tiempos-anormales-de-trump-articulo-673754
EL MUNDO

8 ENE 2017 - 9:00 PM

El magnate norteamericano, de origen judío, explica por qué las sociedades abiertas están en crisis y diversos tipos de sociedades cerradas –desde dictaduras fascistas hasta estados mafiosos– están en ascenso. ¿Cómo pudo suceder?

Por: George Soros - Especial para El Espectador. Nueva York

 Los tiempos anormales de Trump

Estoy particularmente preocupado por el destino de la UE, que está en peligro de caer bajo la influencia del presidente ruso Vladimir Putin.

Mucho antes de que Donald Trump fuera electo presidente de los Estados Unidos, envié a mis amigos una tarjeta de felicitación que decía: “Estos no son tiempos normales. Mis mejores deseos en un mundo atribulado”. Ahora siento que necesito compartir este mensaje con el resto del mundo. Pero antes, debo contarles quién soy y en qué creo.

Soy un judío húngaro de 86 años, naturalizado estadounidense después de la Segunda Guerra Mundial. A muy temprana edad aprendí la importancia que tiene el tipo de régimen político en el que uno vive. La experiencia formativa de mi vida fue la ocupación de Hungría por la Alemania de Hitler en 1944. Probablemente habría perecido, si no fuera porque mi padre comprendió la gravedad de la situación y consiguió identidades falsas para su familia y muchos otros judíos; con su ayuda, la mayoría sobrevivió.

En 1947 huí de Hungría (entonces bajo gobierno comunista) a Inglaterra. Como estudiante de la Escuela de Economía de Londres, recibí la influencia del filósofo Karl Popper y desarrollé mi propia filosofía, basada en dos pilares gemelos: la falibilidad y la reflexión. Distinguí dos clases de regímenes políticos: aquellos donde la gente elige a sus líderes para que estos velen por los intereses del electorado, y los otros, donde los gobernantes tratan de manipular a sus súbditos en beneficio propio. Siguiendo a Popper, denominé a las sociedades del primer tipo “abiertas” y a las del segundo tipo “cerradas”.

Es una clasificación demasiado simplista. La historia nos muestra muchos grados y variaciones, desde modelos que funcionan a estados fallidos y muchos niveles diferentes de gobierno en cualquier situación particular. Aun así, creo que la distinción entre ambos tipos de régimen es útil. Me convertí en un activo promotor del primero y oponente del segundo.

Hallo que el momento actual de la historia es muy penoso.
Las sociedades abiertas están en crisis y diversos tipos de sociedades cerradas (desde dictaduras fascistas hasta estados mafiosos) están en ascenso.

¿Cómo pudo suceder?

La única explicación que encuentro es que los líderes electos no consiguieron satisfacer las legítimas expectativas y aspiraciones de los votantes, y que este fracaso llevó al desencanto de los electorados con las versiones de democracia y capitalismo imperantes. En resumidas cuentas, muchos sintieron que las élites les habían robado la democracia.


Tras el derrumbe de la Unión Soviética, Estados Unidos quedó como la única gran potencia, con un compromiso a partes iguales con los principios de democracia y libre mercado. Desde entonces, la principal transformación ha sido la globalización de los mercados financieros, cuyos partidarios sostuvieron que la globalización aumenta la riqueza mundial, ya que aún compensando a los perdedores, a los ganadores siempre les quedaría un excedente.


Era un argumento engañoso, porque no tuvo en cuenta el hecho de que los ganadores casi nunca (o nunca) compensan a los perdedores. Pero los potenciales ganadores gastaron en la promoción del argumento dinero suficiente para que prevaleciera. Fue una victoria para los creyentes en la libre empresa irrestricta, o “fundamentalistas del mercado”, como los denomino.
Como el capital financiero es un ingrediente indispensable del desarrollo económico, y pocos países en desarrollo podían generar capital suficiente por sí mismos, la globalización se extendió como un incendio forestal.
El capital financiero consiguió desplazarse sin trabas, impuestos ni regulaciones.

La globalización tuvo amplias consecuencias económicas y políticas. Produjo cierta convergencia económica entre los países pobres y los ricos, que resultó beneficiosa; pero aumentó la desigualdad dentro de cada país, pobre o rico, lo cual fue perjudicial.

En el mundo desarrollado, los beneficios se concentraron en los poseedores de grandes sumas de capital financiero, que constituyen menos del 1 % de la población. La falta de políticas redistributivas es la fuente principal de insatisfacción que han explotado los oponentes de la democracia. Pero también hubo otros factores, particularmente en Europa.


Yo fui un partidario entusiasta de la Unión Europea desde sus inicios. La consideré encarnación de la idea de sociedad abierta: una asociación de estados democráticos dispuestos a sacrificar parte de su soberanía por el bien común. Comenzó siendo un experimento audaz de lo que Popper denominó “ingeniería social gradual”. Los líderes pusieron un objetivo alcanzable y un plazo, y movilizaron la voluntad política necesaria para llegar allí, sabiendo perfectamente que cada paso demandaría otro paso. Así fue como la Comunidad Europea del Carbón y el Acero se convirtió en la UE.


Pero entonces pasó algo terrible. Tras la debacle de 2008, una asociación voluntaria de iguales se transformó en una relación entre acreedores y deudores, donde los primeros fijaban las reglas y los segundos tenían dificultades para cumplir sus obligaciones. Esa relación no era ni voluntaria ni entre iguales.


Alemania se convirtió en la potencia hegemónica de Europa, pero no estuvo a la altura de las obligaciones que corresponden a un hegemón exitoso, en concreto, mirar más allá de su estrecho interés propio para ver los intereses de aquellos que confían en su liderazgo. Comparemos la conducta de Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial con la de Alemania tras la debacle de 2008: Estados Unidos lanzó el Plan Marshall, que a la larga condujo a la creación de la UE; Alemania, en cambio, impuso un programa de austeridad que sólo atendía a sus intereses.


Antes de la reunificación, Alemania fue la principal fuerza motora de la integración europea: siempre dispuesta a ceder un poquito más para complacer a los que opusieran resistencia. ¿Se acuerdan del aporte de Alemania para cumplir las demandas de Margaret Thatcher en relación con el presupuesto de la UE?


Pero la reunificación igualitaria de las dos Alemanias resultó demasiado cara y al llegar la caída de Lehman Brothers, Alemania ya no se consideraba suficientemente rica para asumir obligaciones adicionales. Cuando los ministros de finanzas europeos declararon que no se permitiría la bancarrota de ninguna otra institución financiera con importancia sistémica, la canciller alemana Ángela Merkel (interpretando correctamente los deseos de su electorado) declaró que cada estado miembro debería hacerse cargo de sus propias instituciones. Fue el inicio de un proceso de desintegración.


Después de la debacle de 2008, la UE y la eurozona se volvieron cada vez más disfuncionales.

El Tratado de Maastricht dejó de reflejar las condiciones imperantes, pero introducirle cambios se fue haciendo cada vez más difícil, hasta tornarse imposible, por su falta de ratificación.

La eurozona se convirtió en víctima de normas anticuadas, cuya muy necesaria reforma sólo era posible hallando vacíos legales.

Las instituciones se hicieron cada vez más complicadas y se perdió el apoyo de los electorados. El ascenso de los movimientos euroescépticos se sumó como un obstáculo más al funcionamiento de las instituciones.
Y en 2016, el proceso de desintegración recibió un fuerte impulso, primero con el brexit, después con la elección de Trump en Estados Unidos, y el 4 de diciembre con el rechazo de los votantes italianos, por amplio margen, a una propuesta de reformas constitucionales.

Ahora la democracia está en crisis. Hasta Estados Unidos, la principal democracia del mundo, eligió para presidente a un maestro de la estafa y aspirante a dictador. Si bien tras resultar electo Trump le bajó el tono a su retórica, no cambió de conducta ni de asesores. Su gabinete está formado por extremistas incompetentes y generales retirados.

¿Qué nos aguarda?

Tengo fe en que la democracia estadounidense demostrará su resiliencia. Su Constitución y sus instituciones, incluido el cuarto poder, son suficientemente fuertes para resistir los excesos de la rama ejecutiva y así impedir que un aspirante a dictador se convierta en un dictador hecho y derecho.

Pero en el futuro inmediato, Estados Unidos estará sumido en luchas internas y las minorías atacadas sufrirán; no podrá proteger y promover la democracia en el resto del mundo. Por el contrario, Trump mostrará más afinidad con dictadores; algunos podrán pactar con Estados Unidos y otros seguir haciendo de las suyas sin interferencias. Trump preferirá el acuerdo a la defensa de principios, algo que, por desgracia, le valdrá el apoyo de su núcleo de simpatizantes.


Estoy particularmente preocupado por el destino de la UE, que está en peligro de caer bajo la influencia del presidente ruso Vladimir Putin, cuyo concepto de gobierno es irreconciliable con el de sociedad abierta. Putin no es un beneficiario pasivo de los últimos acontecimientos, sino que se esforzó mucho en producirlos.


Es consciente de la debilidad de su régimen, capaz de explotar recursos naturales pero no de generar crecimiento económico.

Las “revoluciones de colores” en Georgia, Ucrania y otros lugares se le presentaron como una amenaza. Su primera respuesta fue tratar de controlar las redes sociales; después, con una jugada brillante, se aprovechó del modelo de negocios de las empresas que las proveen, para difundir desinformación y noticias falsas, desorientar a los electorados y desestabilizar las democracias.
Así ayudó a Trump a resultar electo.

Es probable que esto se repita en la temporada electoral europea de 2017 en los Países Bajos, Alemania e Italia.
En Francia, los dos contendientes principales son cercanos a Putin y muy dispuestos a hacerle concesiones. Una victoria de cualquiera de ellos convertirá el dominio de Putin sobre Europa en un fait accompli.

El problema es que el método que usó Putin para desestabilizar la democracia no puede usarse para restaurar el apego a los hechos y una visión equilibrada de la realidad. Espero que los líderes y ciudadanos europeos por igual se den cuenta del peligro que esto supone para su modo de vida y para los valores fundacionales de la UE. La lentitud del crecimiento económico y una crisis de refugiados descontrolada ponen a la UE al borde de la ruptura.

La UE va camino de una experiencia similar a la de la Unión Soviética a principios de los noventa. Los que creen que hay que salvar a la UE para reinventarla desde sus cimientos deben hacer todo lo que esté a su alcance para lograr un final mejor.


*Presidente de Soros Fund Management y de Open Society Foundations. Autor del libro “La tragedia de la Unión Europea: ¿desintegración o renacimiento”.Traducción: Esteban Flamini Copyright: Project Syndicate, 2016.www.project-syndicate.org

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