Las
siete propuestas de Trump que los grandes medios censuraron... y que explican
su victoria
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Por IGNACIO RAMONET
La victoria de Donald Trump (como el brexit en el Reino
Unido o la victoria del “no” en Colombia)
significa, en primer lugar, una nueva estrepitosa
derrota de los grandes medios dominantes y de
los institutos de sondeo y de las encuestas de opinión. Pero significa
también que toda la arquitectura mundial, establecida al final de la Segunda
Guerra Mundial, se ve ahora trastocada y se derrumba. Los naipes de la
geopolítica se van a barajar de nuevo. Otra partida empieza. Entramos en una
era nueva cuyo rasgo determinante es “lo desconocido”.
Ahora todo puede ocurrir.
¿Cómo ha conseguido Trump invertir
una tendencia que lo daba como perdedor y lograr imponerse en la recta final de
la campaña? Este
personaje atípico, con sus propuestas grotescas y sus ideas sensacionalistas,
ya había desbaratado hasta ahora todos los pronósticos. Frente a pesos pesados
como Jeb Bush, Marco Rubio o Ted Cruz, que
contaban además con el resuelto apoyo
del establishment republicano, muy pocos lo veían imponerse en las
primarias del Partido Republicano y, sin embargo, carbonizó
a sus adversarios, reduciéndolos a cenizas.
Hay que
entender que, desde la crisis financiera de 2008 (de la
que aún no hemos salido), ya nada es igual en ninguna parte.
Los
ciudadanos están profundamente desencantados.
La propia democracia,
como modelo, ha perdido credibilidad.
Los sistemas
políticos han sido sacudidos hasta las raíces. En
Europa, por ejemplo, se han multiplicado los terremotos electorales
(entre ellos, el brexit). Los grandes partidos
tradicionales están en crisis. Y en todas partes percibimos subidas de
formaciones de
extrema derecha (en Francia, en Austria y en los países nórdicos)
o de partidos antisistema y anticorrupción (Italia, España). El paisaje
político aparece radicalmente transformado.
Ese fenómeno
ha llegado a Estados Unidos, un país que ya conoció, en
2010, una ola populista devastadora, encarnada entonces por el Tea Party. La irrupción del multimillonario Donald
Trump en la Casa Blanca prolonga aquello y constituye una revolución electoral
que ningún analista supo prever.
Aunque la
vieja bicefalia entre demócratas y republicanos pervive en apariencias, la
victoria de un candidato tan heterodoxo como Trump constituye un verdadero
seísmo.
Su estilo directo, populachero, y su mensaje maniqueo y
reduccionista, apelando a los bajos instintos de ciertos sectores de la
sociedad, muy distinto del tono habitual de los políticos estadounidenses, le
ha conferido un carácter de autenticidad a ojos del
sector más decepcionado del electorado de la derecha. Para muchos
electores irritados por lo “políticamente correcto”, que creen que ya no se puede decir lo que se piensa so pena de ser acusado
de racista, la “palabra libre” de Trump sobre los
latinos, los inmigrantes o los musulmanes es percibida como un auténtico
desahogo.
A ese
respecto, el candidato republicano ha sabido
interpretar lo que podríamos llamar la “rebelión de las bases”. Percibió mejor que
nadie la fractura cada vez más amplia entre las elites
políticas, económicas, intelectuales y mediáticas, por una parte, y la base del electorado conservador, por
la otra. Su discurso violentamente anti-Washington y
anti Wall Street sedujo, en particular, a los electores blancos, poco cultos y empobrecidos por los efectos de la
globalización económica.
Hay que
precisar que el mensaje de Trump no es semejante al de
un partido neofascista europeo. No es un ultraderechista convencional.
Él mismo se define como un “conservador con sentido común” y su posición, en
el abanico de la política, se situaría más exactamente a la derecha de la
derecha. Empresario multimillonario y
estrella archipopular de la telerrealidad, Trump no es un antisistema ni,
obviamente, un revolucionario.
No censura
el modelo político en sí, sino a los
políticos que lo han estado piloteando. Su discurso es emocional y espontáneo.
Apela a los
instintos, a las “tripas”, no a lo cerebral ni a la razón.
Habla para
esa parte del pueblo estadounidense entre la cual ha
empezado a cundir el desánimo y el descontento. Se dirige a la gente que está cansada de la vieja política, de
la “casta”. Y promete inyectar honestidad en el sistema; renovar nombres,
rostros y actitudes.
Los medios
han dado gran difusión a algunas de sus declaraciones y propuestas más odiosas,
patafísicas o ubuescas.
Recordemos,
por ejemplo, su afirmación de que todos los inmigrantes
ilegales mexicanos son “corruptos, delincuentes y violadores”. O su
proyecto de expulsar a los once millones de inmigrantes ilegales latinos a
quienes quiere meter en autobuses y expulsar del país mandándoles a México.
O su propuesta, inspirada en Juego de Tronos,
de construir un muro fronterizo de 3.145 kilómetros
a lo largo de valles, montañas y desiertos para impedir la entrada de
inmigrantes latinoamericanos y cuyo presupuesto de 21.000
millones de dólares sería financiado por el Gobierno de México. En ese
mismo orden de ideas, también anunció que prohibiría la
entrada a todos los inmigrantes musulmanes... Y atacó con vehemencia a
los padres de un militar estadounidense de confesión musulmana, Humayun Khan,
muerto en combate en Irak en 2004.
También su
afirmación de que el matrimonio tradicional, formado por un hombre y una mujer,
es “la base de
una sociedad libre”, y su crítica a la decisión del Tribunal Supremo
de considerar que el matrimonio entre personas del mismo sexo es un derecho
constitucional. Trump apoya las llamadas “leyes de libertad religiosa”,
impulsadas por los conservadores en varios estados para denegar servicios a las
personas LGTB. Sin olvidar sus declaraciones sobre el “engaño”
del cambio climático que, según Trump, es un concepto “creado
por y para los chinos, para hacer que el sector manufacturero estadounidense
pierda competitividad”.
Este
catálogo de necedades horripilantes y detestables ha sido, repito, masivamente
difundido por los medios dominantes no sólo en Estados Unidos, sino también en
el resto del mundo. Y la principal pregunta que mucha gente se hacía era: ¿cómo
es posible que un personaje con tan lamentables ideas consiga una audiencia tan
considerable entre los electores estadounidenses, los cuales, obviamente, no
pueden estar todos lobotomizados? Algo no cuadraba.
Para
responder a esa pregunta hemos tenido que hendir la muralla informativa y
analizar más de cerca el programa completo del candidato republicano y descubrir
los siete puntos fundamentales que defiende,
silenciados por los grandes medios:
1)
Los periodistas no le perdonan, en primer lugar, que ataque de frente al poder
mediático. Le reprochan que constantemente anime al público en sus mítines a
abuchear a los “deshonestos” medios. Trump suele afirmar: “No estoy compitiendo
contra Hillary Clinton, estoy compitiendo contra los corruptos medios de
comunicación” (1). En un tweet reciente, por ejemplo, escribió: “Si los repugnantes
y corruptos medios me cubrieran de forma honesta y no inyectaran significados
falsos a las palabras que digo, estaría ganando a Hillary por un 20%”.
Por
considerar injusta o sesgada la cobertura mediática, el candidato republicano no dudó en retirar las
credenciales de prensa para cubrir sus actos de campaña a varios medios
importantes, entre otros The Washington Post,
Politico, The Huffington Post y BuzzFeed. Y hasta se ha atrevido a
atacar a Fox News, la gran cadena del derechismo
panfletario, a pesar de que lo apoya a fondo como candidato favorito...
2)
Otra razón por la que los grandes medios atacaron con saña a Trump es porque
denuncia la globalización económica, convencido de que
ésta ha acabado con la clase media. Según él, la economía globalizada está
fallando cada vez a más gente y recuerda que, en los últimos quince años, más de 60.000 fábricas han tenido que cerrar en
Estados Unidos y casi cinco millones de empleos industriales bien pagados han
desaparecido.
3)
Es un ferviente proteccionista. Propone aumentar las tasas sobre todos los productos importados. “Vamos
a recuperar el control del país, haremos que Estados Unidos vuelva a ser un
gran país”, suele afirmar, retomando su eslogan de campaña.
Partidario
del brexit, Donald Trump
ha desvelado que, una vez elegido presidente, tratará de sacar a EE.UU. del Tratado de Libre Comercio de América del Norte
(NAFTA por sus siglas en inglés). También arremetió contra el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP por sus
siglas en inglés), y aseguró que, de alcanzar la presidencia, sacará al país
del mismo: “El
TPP sería un golpe mortal para la industria manufacturera de Estados Unidos”.
En regiones
como el rust belt, el “cinturón de óxido” del
noreste, donde las deslocalizaciones y el cierre de fábricas manufactureras
dejaron altos niveles de desempleo y de pobreza, este mensaje de Trump está
calando hondo.
4)
Así como su rechazo a los recortes neoliberales en materia de seguridad social. Muchos electores republicanos,
víctimas de la crisis económica del 2008 o que tienen más de 65 años, necesitan
beneficiarse de la Social Security (jubilación) y del
Medicare (seguro sanitario) que desarrolló el presidente Barack Obama y
que otros líderes republicanos desean suprimir. Trump ha prometido no tocar estos avances sociales, bajar el precio de los
medicamentos, ayudar a resolver los problemas de los “sin techo”, reformar la
fiscalidad de los pequeños contribuyentes y suprimir
el impuesto federal que afecta a 73 millones de hogares modestos.
5)
Contra la arrogancia de Wall Street, Trump propone aumentar significativamente
los impuestos de los corredores de hedge funds que ganan fortunas y
apoya el restablecimiento de la Ley Glass-Steagall.
Aprobada en 1933 en plena Depresión, esta Ley separó la banca tradicional de la banca de inversiones con el objetivo de
evitar que la primera pudiera hacer inversiones de alto riesgo. Obviamente, todo el sector financiero se
opone absolutamente al restablecimiento de esta medida.
6) En política internacional, Trump quiere establecer
una alianza con Rusia para combatir con eficacia a la
Organización Estado Islámico (OEI o ISIS por sus siglas en inglés).
Aunque para ello Washington tenga que reconocer la
anexión de Crimea por Moscú.
7)
Trump estima que, con su enorme deuda soberana, Estados Unidos ya no dispone de los recursos
necesarios para llevar a cabo una política exterior intervencionista
indiscriminada. Ya no pueden imponer la paz a cualquier precio. Al contrario
que varios caciques de su partido, y como consecuencia lógica del final de la
Guerra Fría,
quiere cambiar la OTAN: “No habrá nunca más garantía de una protección
automática de los Estados Unidos para los países de la OTAN”.
Todas estas
propuestas no invalidan en absoluto las inaceptables, odiosas y a veces
nauseabundas declaraciones del candidato republicano difundidas a bombo y
platillo por los grandes medios dominantes. Pero sí explican mejor el porqué de
su éxito.
En 1980, la
inesperada victoria de Ronald Reagan en las elecciones presidenciales de
Estados Unidos hizo que el planeta entrara en un ciclo de cuarenta años de
neoliberalismo y de globalización financiera. Hoy, la victoria de Donald Trump
puede hacernos entrar en un nuevo ciclo geopolítico cuya peligrosa
característica ideológica principal –que vemos surgir por todas partes y en
particular en Francia con Marine Le Pen – es el “autoritarismo identitario”. Un
mundo se derrumba, pues, y da vértigo...
IGNACIO
RAMONET
(1) En su mitin del 13 de agosto en Fairfield
(Connecticut).
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