Evitar
la guerra fría económica. La batalla electoral en EE UU ha sido entre una proteccionista moderada y uno de extrema derecha
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La batalla
electoral en EE UU ha sido entre una proteccionista moderada y uno de extrema
derecha
JOAQUÍN
ESTEFANÍA
7
NOV 2016 - 00:00 CET
La
confrontación presidencial en EEUU ha sido entre una proteccionista
moderada y un proteccionista peligroso de extrema derecha. Ni Clinton
(que según los papeles de Wikileaks mantiene sobre el tema una posición pública
y otra privada) ni Trump son adalides del libre
comercio y manifiestan continuas prevenciones sobre los acuerdos
comerciales que la Administración Obama está negociando hasta el último momento
entre EE UU y una y otra parte del mundo.
Cuando los
historiadores analizan los años treinta
del siglo pasado describen el ambiente depresivo, proteccionista y
desmoralizador de aquel periodo, que en mucho se parece al de hoy. También
hay diferencias notables; la existencia de un Estado de Bienestar, con todas
sus deficiencias, o el marco de la globalización, de la que se discute su
profundidad, su asimetría y su gobernanza pero no una marcha atrás, hacia
posiciones autárquicas.
Sin embargo,
el rechazo a la globalización, sobre todo en sus
aspectos comerciales, es real y creciente. Si no se activan nuevas
normas reguladoras esta reacción ciudadana puede ir en la dirección de un
proteccionismo agresivo y de una guerra fría económica.
La
experiencia prueba hacia dónde llevan estas políticas de perjuicio al vecino. Los organismos multilaterales, no
sólo los movimientos antiglobalización, han advertido de ello.
El
economista Dani Rodrik ha escrito que se pone en riesgo la globalización si se
presiona para que se firmen en este momento algunos acuerdos comerciales, como el de EE UU y Europa (TTIP) o el Acuerdo Transpacífico
de Cooperación Económica (TPP), en contra de la opinión pública, porque
encienden el rechazo hacia aquella.
Clinton y Trump han multiplicado las dudas de los ciudadanos de que estos acuerdos sean
positivos para los intereses estadounidenses. Mientras tanto, en Europa se han multiplicado las
manifestaciones y las posturas críticas ante el TTIP, y algunos de los
políticos que pueden llegar pronto al poder (por ejemplo, en Francia) tienen posturas muy cercanas a las de Trump.
La
salida de Gran Bretaña de la UE pertenece a la misma familia de problemas. Algunos analistas han establecido
analogías evidentes entre el voto de los británicos en junio pasado y la
decisión del Reino Unido de abandonar, presa del pánico, el patrón oro en
septiembre del año 1931. Fue el Reino Unido la primera potencia en renunciar a
aquel sistema económico mundial.
EEUU y
Europa fueron los principales arquitectos del orden económico de la postguerra.
Aunque el mundo de hoy es muy diferente al de los años cuarenta, sigue siendo extremadamente peligroso que
se enfrenten en conflictos arancelarios, o en barreras no arancelarias, teniendo
en cuenta, además, que existen distintos actores dispuestos a entrar con
rapidez en esa contienda (China, Rusia y otros
emergentes). La opacidad y la falta de debate público no ayudan, sino
que generan todo tipo de sospechas. El libre comercio y sus efectos linealmente
positivos sobre el empleo, la inversión, etcétera, también ha entrado en la
discusión. Ya no es un tabú su cuestionamiento sino que genera polarización.
Mientras The Economist, gran combatiente contra el nacionalismo económico, se
dirigía a los manifestantes anti TTIP con el titular "Por qué se
equivocan", los representantes de estos últimos acusaban a los misioneros
del libre comercio de decir blanco cuando es negro, a veces por intereses, a
veces por ideología.
Todos nos
jugamos mucho en las elecciones de este martes.
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