Las
nuevas reglas políticas sociales y económicas del Sr Trump , empeorarán la
situación, excluyendo a más personas del sueño americano.
Lo
que la economía estadounidense necesita de Trump
http://www.ieco.clarin.com/economia/economia-estadounidense-necesita-Trump_0_1689431182.html
16 de noviembre del 2016
La economía que viene . En los últimos 30 años, las
reglas económicas de EE.UU. se modificaron a favor de los más ricos.
Joseph
Stiglitz
La
increíble victoria de Donald Trump en la elección presidencial de Estados Unidos dejó bien en
claro una cosa: demasiados estadounidenses –sobre todo,
hombres blancos– se sienten excluidos. No es sólo una sensación; muchos
estadounidenses sí han sido excluidos. Se puede ver en los datos con no menos
claridad que en su enojo. Y, como he argumentado en repetidas ocasiones, un sistema económico que no “atiende” a
grandes porciones de la población es un sistema económico fracasado.
Así, ¿qué
debería hacer el presidente electo al respecto?
En el último
tercio de siglo, las reglas del sistema económico de Estados Unidos se han
reescrito de formas que sirven a unos pocos de más arriba,
mientras que perjudican a la economía en su conjunto, y especialmente al 80% de
más abajo.
La ironía en
el triunfo de Trump es que fue el Partido Republicano
que ahora lidera el que presionó por una globalización extrema y contra
los marcos políticos que habrían mitigado el trauma relacionado con ella. Pero
la historia importa: China e India hoy están
integradas a la economía mundial.
Además, la tecnología viene avanzando tan
rápido que la cantidad de empleos industriales a nivel global está declinando.
La
consecuencia es que no hay manera de que Trump pueda
traer un número importante de trabajos industriales bien remunerados de vuelta a Estados Unidos.
Puede hacer
que regrese la fabricación industrial, a
través de la producción avanzada, pero habrá menos puestos de trabajo.
Puede traer de vuelta empleos, pero serán de bajo salario,
no los puestos de trabajo bien pagos de la década de 1950.
Si Trump es
sincero cuando habla de abordar la desigualdad, debe reescribir las reglas una
vez más, de un modo que abarque a toda la sociedad, no sólo a gente como él.
Lo primero en el orden del día es impulsar la inversión, restableciendo así un
crecimiento sólido de largo plazo. Específicamente, Trump debería poner el énfasis en el gasto en infraestructura e investigación.
Es vergonzoso para un país cuyo éxito económico se basa en la innovación
tecnológica que el porcentaje del PBI destinado a la inversión en investigación
básica sea más bajo hoy de lo que era hace medio siglo.
La mejora en la infraestructura aumentaría los
rendimientos de la inversión privada, que también se ha
visto postergada.
Garantizar un mayor acceso financiero para empresas pequeñas
y medianas, incluidas las que están en manos de mujeres, también estimularía la
inversión privada.
Un impuesto al carbono proporcionaría beneficios
por partida triple:
-mayor crecimiento cuando las firmas se modernizan para
reflejar los costos más altos de la emisiones de dióxido de carbono,
- un medioambiente más limpio e ingresos que podrían
utilizarse para financiar obras de infraestructura y
-dirigir los esfuerzos a achicar la brecha económica de
Estados Unidos. Pero, dado que Trump niega los posibles efectos de un cambio
climático, es poco probable que aproveche esto (que también podría inducir al
mundo a empezar a imponer aranceles contra los productos estadounidenses que
violen las reglas mundiales en materia de cambio climático).
También es
necesario un abordaje completo para mejorar la
distribución del ingreso en Estados Unidos, que es una de las peores entre las economías avanzadas. Aunque Trump
prometió aumentar el salario mínimo, es poco probable que encare otros cambios
importantes, como fortalecer los derechos de
negociaciones colectivas y poder de negociación de los trabajadores, y
reducir las indemnizaciones y la
financiarización.
La reforma regulatoria debe ir más allá de limitar el daño
que el sector financiero puede inflingir
y garantizar que el sector verdaderamente sirva a la sociedad. En abril, el
Consejo de Asesores Económicos del presidente Barack
Obama difundió un breve informe en el que se mostraba la creciente
concentración de mercado en diversos sectores. Eso significa menos competencia y precios más elevados –una vía tan
segura para bajar los ingresos reales como bajar los salarios directamente–.
Estados Unidos tiene que ocuparse de estas concentraciones de poder de los mercados.
El
sistema tributario regresivo de Estados Unidos –que promueve la desigualdad al contribuir a que los
ricos (pero nadie más) se vuelvan más ricos– también debe ser reformado. Un
objetivo obvio debería ser eliminar el tratamiento especial de las ganancias de
capital y los dividendos.
Otro es asegurarse de que las compañías paguen los impuestos –quizás
reduciendo la tasa impositiva a las empresas que invierten y crean empleo en
Estados Unidos y aumentándola a las que no lo hacen–. Sin embargo, al ser
Trump un beneficiario importante de este sistema, sus promesas de encarar
reformas que beneficien al estadounidense común no son creíbles. Como suele
ocurrir con los republicanos, los cambios impositivos beneficiarán ampliamente
a los ricos.
El
peso de lo social
Es probable
que Trump tampoco favorezca la igualdad de oportunidades. Garantizar la
educación preescolar para todos e invertir más en escuelas públicas es esencial
si Estados Unidos quiere evitar convertirse en un país
neofeudal donde las ventajas y desventajas pasan de una generación a la
siguiente. Pero Trump prácticamente no ha dicho nada sobre esta cuestión.
Restablecer
la prosperidad compartida requeriría de políticas que amplíen las posibilidades de acceso a la vivienda y la salud, que
garanticen una jubilación con un mínimo de dignidad y permitan que cada
estadounidense, independientemente de la riqueza familiar, pueda costearse una
educación superior acorde a sus capacidades e intereses. Pero si bien puedo ver
a Trump, un magnate inmobiliario, respaldando un
programa general de vivienda (con la mayoría de los beneficios recayendo
en desarrolladores como él), su prometida derogación de la Ley de Cuidado de la Salud Asequible (Obamacare) dejaría a
millones de estadounidenses sin seguro de salud. (A poco de la elección, Trump
sugirió que actuaría con cuidado en esta área).
Los problemas que plantean los
estadounidenses descontentos –por décadas de negligencia– no se resolverán
rápido ni con herramientas convencionales. Una estrategia eficaz tendrá que considerar
soluciones menos convencionales, que los intereses corporativos de los
republicanos no favorecerían. Por ejemplo, a los individuos se les podría
permitir que aumenten su seguro de jubilación colocando
más dinero en sus cuentas de la seguridad social, con incrementos
proporcionales en los beneficios previsionales. Y las políticas de licencias
familiares y por enfermedad ayudarían a los estadounidenses a tener un
equilibrio menos estresante entre el trabajo y la vida personal.
Asimismo,
una opción pública de financiamiento de vivienda
podría dar derecho a quien haya pagado sus impuestos en
forma regular a un 20% de descuento en el pago de la hipoteca,
proporcional a su capacidad de pagar la deuda, a una tasa de interés un poco más
alta que la que tiene el gobierno para tomar crédito y pagar su propia deuda.
Los pagos se canalizarían a través del sistema de impuesto a la renta.
Mucho ha cambiado desde que el
presidente Ronald Reagan inició el vaciamiento de la clase media y la orientación
de los beneficios del crecimiento hacia los más ricos, y las políticas e instituciones de
Estados Unidos no avanzaron al mismo ritmo. Desde el papel de la mujer en la
fuerza laboral hasta el crecimiento de Internet o el aumento de la diversidad cultural,
Estados Unidos del siglo XXI es fundamentalmente
distinto de lo que era en la década de 1980.
Si Trump
realmente desea ayudar a quienes han quedado excluidos, debe ir más allá de las
batallas ideológicas del pasado. La agenda que acabo de esbozar no pasa sólo
por la economía, sino por propiciar una sociedad
dinámica, abierta y justa que cumpla la promesa de los valores más
preciados de los estadounidenses. Pero, aunque es, en ciertos sentidos,
coincidente con las promesas de campaña de Trump, en muchos otros sentidos es
la antítesis de ellos.
Mi bola de
cristal muy opaca muestra una reescritura de las reglas, pero no con el
objetivo de corregir los graves errores de la revolución de Reagan, un hito en
el sórdido camino que dejó olvidada a tanta gente. Las
nuevas reglas, en cambio, empeorarán la situación, excluyendo a más personas
del sueño americano.
El autor es
Premio Nobel de Economía y profesor de la Universidad de Columbia.
Traducción: Susana Manghi
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