El
populismo amenaza el avance de la globalización
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Los
defensores del libre comercio creen que el verdadero problema es que si bien
EE.UU. se beneficia del libre comercio y la inmigración, una minoría de
trabajadores que sale perjudicada les echa la culpa a los extranjeros
La camiseta
de un partidario de Donald Trump en un evento en Gettysburg, Pensilvania.
PHOTO: MARK MAKELA/GETTY IMAGES
Por GREG IP
martes,
8 de noviembre de 2016
20:53 EDT
“Más allá
del desenlace de las elecciones estadounidenses”, había dicho el inversionista
de capital de riesgo Peter Thiel en Washington
la semana pasada, “lo que (Donald) Trump representa no es una locura y no va a desaparecer”.
En lo que se
refiere a la globalización, Thiel, quien donó a la campaña del candidato
republicano, es muy probable que tenga razón. Trump es una figura muy peculiar,
pero su antipatía hacia el libre comercio y el aumento de la inmigración no lo
son.
Se trata,
más bien, de sentimientos que también comparten, hasta cierto punto, muchos de los estadounidenses que propulsaron a Bernie
Sanders, senador de Vermont, al segundo lugar en las primarias del
Partido Demócrata así como los
británicos que votaron en junio a favor de abandonar la Unión Europea, un proceso
conocido como brexit.
También hay que sumar el ascenso de los partidos populistas en Europa.
Hillary
Clinton podría haberse
manifestado en contra del Acuerdo Transpacífico de
Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés) negociado por 12 países pero que aún no se ratifica, para
derrotar a Sanders en las primarias, pero
es improbable que cambie de postura.
¿Por qué dedicar escaso capital político a un
tratado que buena parte de su partido desprecia?
En opinión
de los partidarios de la globalización, para salvarla hay que entender los
motivos detrás de las críticas. Muchos populistas creen que se trata de un juego de suma cero —es decir, que la victoria de uno se
produce a costa de otro— que Estados Unidos está perdiendo. “La inmensa magnitud
del déficit comercial de EE.UU. muestra que algo salió muy mal”,
sostuvo Thiel. En realidad, se equivoca.
EE.UU. ha registrado una de las tasas de crecimiento más dinámicas entre los
países desarrollados desde 1990, a pesar de ese déficit, mientras que Japón ha
tenido una de las expansiones más anémicas pese a su superávit comercial.
Los
defensores del libre comercio creen que el verdadero problema es que si bien,
en términos generales, EE.UU. se beneficia del libre
comercio y la inmigración, una minoría de trabajadores que sale perjudicada les
echa la culpa a los extranjeros y se vuelca hacia políticos como Trump.
Su receta es ayudar a que esa minoría haga una transición a mejores empleos,
algo en lo que EE.UU. gasta muy poco.
Esto, sin
embargo, quizás no sea un antídoto contra el populismo. El impacto económico
del libre comercio se exagera con facilidad. Las barreras comerciales han caído
paulatinamente, lo que significa que los beneficios de una liberalización
incremental son bastante acotados, una de las razones por las que la cantidad
de tratados comerciales ha estado disminuyendo. Dos
estudios concluyen que el TPP aumentaría el Producto Interno Bruto
estadounidense entre 0,2% y 0,5%, un efecto positivo pero muy modesto.
Las ganancias que obtienen Canadá y la Unión Europea
de su reciente pacto comercial son igual de magras.
Además, la
oposición a la globalización dista de ser un tema principalmente económico. “Se trata de la
ecuanimidad, la pérdida de control y la pérdida de credibilidad de las élites.
Pretender otra cosa perjudica la causa del comercio”, escribió
recientemente Dani Rodrik, economista de la Universidad de Harvard, quien desde
hace tiempo ha sido escéptico de los beneficios de la globalización.
Tratados
como el TPP intentan imponer las mismas reglas de juego para las empresas
multinacionales en asuntos como la resolución de disputas con los gobiernos, la
regulación de productos y protección de la propiedad intelectual. Los populistas de izquierda consideran que esto equivale a
una renuncia de la soberanía nacional a los intereses de las grandes
corporaciones.
Lori
Wallach, del grupo de izquierda Public Interest, y Jared Bernstein, ex asesor
económico del vicepresidente de EE.UU., Joe Biden, propusieron hace poco que
los acuerdos a los que llegue el país debieran de ahora en adelante eliminar
los mecanismos para resolver disputas entre gobiernos e inversionistas, límites
a las regulaciones internas de un país y otras medidas que favorecen a las
empresas.
Esto podría
aplacar algunas críticas provenientes desde la izquierda. En realidad, Canadá y
la UE hicieron concesiones similares para superar la oposición de la región
belga de Valonia al pacto. Sin embargo, también deja poco margen para seguir
liberalizando más allá de los aranceles, que ya son bastante bajos. Reducir las
negociaciones a sólo esos aspectos en EE.UU. probablemente no concitaría el
apoyo de las empresas y los republicanos.
En
el caso del populismo de derecha, la inmigración es una mayor preocupación que
el libre comercio. No
obstante, sus preocupaciones también van más allá del bolsillo. A muchos les molesta el cambio cultural, la presión sobre los
servicios públicos y la incapacidad para controlar el ingreso de extranjeros a
sus países. Como señala un artículo de The Wall Street Journal, el respaldo a Trump
fue más fuerte en los condados donde la población de inmigrantes ha aumentado
con más fuerza, aunque el desempleo esté en baja.
En el Reino Unido, el apoyo al brexit fue más fuerte en las
regiones que experimentaron los mayores aumentos de la población de
inmigrantes, según un análisis de Monica Langella y Alan Manning, de la
London School of Economics. El desempleo
no tuvo ningún efecto.
De modo que
un crecimiento más acelerado de los salarios no reducirá los ataques populistas
contra la inmigración. Lo que puede ayudar son políticas migratorias más en
sintonía con la capacidad de absorción del país y las necesidades de sus trabajadores.
Canadá respalda la inmigración legal y elige candidatos
por sus destrezas lingüísticas y laborales mientras que mantiene a un
mínimo el ingreso de indocumentados. En EE.UU., un acuerdo para legalizar a los
indocumentados deberá aplacar las dudas de los escépticos al asegurarles que
habrá severos controles sobre la inmigración ilegal.
Una amplia
mayoría del público sigue pensando que el libre comercio y la inmigración son
fenómenos positivos. La mala noticia para los
globalizadores es que los populistas de derecha e izquierda que no comparten
esa opinión están en condiciones de detener el proceso. Al contemplar
los obstáculos que enfrentaba el pacto entre Canadá y la UE hace unas semanas,
Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo y ex primer ministro de Polonia, no
escondió su preocupación: “Puede ser el último acuerdo de libre comercio”,
señaló
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