El
Ex presidente Colombiano Álvaro Uribe Vélez
propone continuar la guerra civil a partir del 31 de octubre y defiende a los feudales y se opone a
cualquier reforma agraria.
Opinión:
Esa no era la forma de negociar con narcoterroristas
http://lat.wsj.com/articles/SB12102181175383733663704582386460014936378?tesla=y
Todos los colombianos quieren la paz,
pero cualquier futuro acuerdo debe considerar las inquietudes de los
ciudadanos.
Partidarios
del “No” hacen una demostración contra el acuerdo de paz que el gobierno firmó
con la guerrilla de las FARC. PHOTO: REUTERS
Por ÁLVARO URIBE VÉLEZ
Actualizado
jueves, 20 de octubre de 2016 19:14 EDT
Una mayoría
de colombianos rechazó este mes el acuerdo del gobierno con las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia, el grupo marxista narcoterrorista mejor conocido
como FARC. El gobierno usó y abusó de todos sus poderes en un esfuerzo por
asegurar la victoria, pero millones de votantes decidieron que el país estaría
mejor sin ceder a las exigencias de los rebeldes. Todos los colombianos quieren
la paz. Cualquier acuerdo futuro, debe tener en cuenta las preocupaciones
sustanciales de los votantes.
Colombia ha
sido por largo tiempo la democracia más estable de América Latina, con
gobiernos votados por el pueblo durante casi todo el siglo pasado. Aunque la
batalla del gobierno contra los rebeldes de las FARC a menudo se describe como
una guerra civil, este conflicto no es un levantamiento contra un régimen
opresivo. En lugar de eso, es una lucha que ha enfrentado a gobiernos
democráticos contra persistentes amenazas terroristas al imperio de la ley. Hay
que recordar que las FARC son también un prolífico cartel de la cocaína.
Cuando fui
presidente de Colombia, entre 2002 y 2010, implementamos una agresiva política
de seguridad para combatir el narcoterrorismo. Estaba dirigida a proteger las
libertades y los derechos de los ciudadanos, así como para promover la
confianza de los inversionistas y fortalecer los lazos de cohesión social en
todo el país. Aunque lejos de ser un paraíso, en 2010 Colombia era un país más
seguro con una economía en rápido crecimiento.
Estos logros
llevaron a la elección del actual presidente, Juan Manuel Santos, a quien apoyé
en ese entonces. Pero poco después de asumir el poder, Santos cambió su
plataforma política y enfocó su presidencia en las negociaciones con las FARC.
Cifras de la Oficina de las Naciones Unidas Contra las Drogas y el Delito
muestran que la producción ilegal de coca se duplicó entre 2012 y 2015. La deuda pública llegó a 54% del Producto Interno Bruto en
2015, frente a 43% en 2010, según el banco central de Colombia. El
informe de competitividad global del Foro Económico
Mundial indica que las tasas tributarias efectivas sobre las empresas han
alcanzado cerca de 75%.
Colombia se ha vuelto menos atractiva
para los inversionistas privados.
Después de
años de negociaciones, Santos alcanzó un acuerdo con las FARC, plasmado en un
pacto de 297 páginas. El público tuvo la oportunidad de dar su opinión. Había
muchas razones para rechazar el acuerdo, incluyendo serias dudas sobre la
legitimidad del plebiscito mismo. El gobierno, cuestionablemente, redujo el
umbral de participación que habría hecho que el pacto fuera de cumplimiento
obligatorio con tan sólo el 13% de la ciudadanía habilitada para votar.
Originalmente ese requisito había sido del 50%.
Santos
también presentó un acuerdo enormemente complejo como una simple pregunta de si
o no. Si hubiera ganado el “Sí” el acuerdo habría sido incorporado a la
constitución del país. Eso habría invalidado muchos de nuestros principios
fundamentales.
El gobierno
llevó a cabo una campaña vergonzosa. Amenazó con retener dinero de los
gobernadores que no apoyaran el acuerdo abiertamente. Usó fondos públicos para
una campaña masiva de publicidad, a la vez que negó recursos a la campaña de la
oposición.
Pese a todas
sus ventajas, los defensores del “Sí” perdieron debido
a la sustancia de su política. Considere a algunos de los aspectos más
indignantes del acuerdo: habría reemplazado la rama judicial de Colombia con un
tribunal separado, a la medida de las necesidades de las FARC y diseñado para
garantizar la impunidad de sus crímenes de guerra. También proveía una amnistía
amplia a los narcotraficantes, sobre la base de que su comportamiento era una
extensión de los crímenes políticos.
El voto del “No” significa
que el acuerdo original ya no existe. Sin embargo, la paz aún puede ser alcanzada con los cambios
profundos y necesarios que millones de colombianos han pedido. Sólo estos
cambios pueden asegurar que Colombia no caiga presa del populismo socialista
respaldado por Venezuela que las FARC y sus aliados han impulsado. En
consecuencia espero que el gobierno colombiano siga el mandato del pueblo de
renegociar con las FARC.
Las
instituciones judiciales existentes en el país deben ser encargadas de la tarea
de operar el esquema de justicia transicional. Los guerrilleros rasos que no
son responsables de crímenes atroces podrían recibir una amnistía, pero los
cerebros de las FARC que han cometido crímenes de guerra y despreciables
violaciones de derechos humanos deben ser castigados. ¿Qué tipo de mensaje
enviaría la impunidad a otros terroristas?
A los
comandantes de las FARC que han cometido crímenes graves no se les debería dar
el privilegio de postularse a cargos públicos, como sucede con otros criminales
convictos en Colombia. Hicimos cumplir una restricción
similar para los 35.000 paramilitares que se desmovilizaron durante mi
gobierno. Los líderes políticos deberían ser los modelos a seguir, no los ex
terroristas.
Un nuevo
acuerdo de paz también debe requerir que las FARC entreguen la fortuna generada
por las drogas para ayudar con ella a las víctimas de la violencia. El grupo
debe liberar a los niños que ha reclutado por años y responder por cada
ciudadano que ha secuestrado. Además, el acuerdo debería incluir protecciones para la
inversión privada en Colombia, tales como un compromiso para respetar los derechos
de tierras, preservar la salud fiscal del gobierno y mantener la
competitividad de la economía privada. En cierto modo, el acuerdo original
guardó silencio en estos asuntos.
Colombia
necesita el entendimiento y apoyo de la comunidad internacional para hacer
cambios profundos al acuerdo. Esto es lo que los colombianos han decidido,
sabiendo mejor que nadie lo que hay en juego.
— Álvaro
Uribe fue presidente de Colombia entre 2002 y 2010.
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