Reporte de guerra en el frente de Bashiqa a 14
km de Mosul. Feroz resistencia del Estado Islámico mato a un mariscal kurdo y a decenas de peshmergas.
“Pelead
hasta la última gota de sangre. ¡Adelante!”
http://internacional.elpais.com/internacional/2016/10/20/actualidad/1476990143_959000.html
Los peshmergas kurdos lanzan una ofensiva sobre Bashiqa en la madrugada del miércoles.
NATALIA SANCHA
Los combatientes kurdos son repelidos por fuego enemigo durante varias horas.NATALIA SANCHA
Formados en columna militar marcharon hacia la ciudad de Bashiqa, a 14 kilómetros de Mosul, el último bastión del califato en Irak.NATALIA SANCHA
A los misiles tierra lanzados desde una colina y a los cincos bombardeos de la coalición internacional, el ISIS ha respondido con morteros y artillería.NATALIA SANCHA
Los peshmergas kurdos que luchan para arrebatar Mosul al Estado islámico (ISIS por sus siglas en inglés) llevan en pie desde antes del amanecer.NATALIA SANCHA
Las excavadoras y los tanques aplastaban lo que encontraban a su paso.NATALIA SANCHA
El suelo está plagado de explosivos caseros que el ISIS ha plantado mientras huía.NATALIA SANCHA
Los peshmergas, pese a todo, han logrado arrebatarle unos cuantos kilómetros al Estado Islámico en este frente y creen que en dos días estarán preparados para recuperar Bashiqa. La ofensiva continúa.NATALIA SANCHA
Combatientes kurdos/pershmerga lanzan una ofensiva sobre Bashiqa en la madrugada del miércoles bajo el duego de orteros y francotiradores.NATALIA SANCHA
Los mandos
‘peshmerga’ arengan a sus soldados al toparse con una resistencia feroz del
ISIS en el frente de Bashiqa, a kilómetros de Mosul
JUAN
DIEGO QUESADA (ENVIADO ESPECIAL)
Bashiqa
(Irak)
21
OCT 2016 - 08:29 CEST
Los
peshmergas avanzan sobre Bashiqa, cerca de Mosul. En
vídeo, la crónica de Natalia Sancha, de EL PAÍS. C. C. GETTY
En la
trinchera nadie quiere asomar la cabeza por si se la vuelan. Los
francotiradores del Estado Islámico apuntan con sus rifles hacia aquí esperando
a que alguien se deje ver, como los patos que se asoman de repente en las
barracas de tiro. Pero toca avanzar, y alguien tiene que ser el primero.
“¡Vamos, es la hora!”, grita en medio del estruendo alguien al mando. Los
jóvenes que esta noche durmieron poco porque estaban ansiosos, chateando con
las madres y las novias, son los primeros en dar el paso y se lanzan al ataque
a bordo de camionetas con la radio a toda pastilla. Escuchando música tecno, se
les ve perderse en una nube de arena. La batalla ha comenzado.
Los
peshmergas kurdos que
luchan para arrebatar Mosul al Estado islámico (ISIS por sus siglas en inglés)
llevan en pie desde antes del amanecer. Se levantaron a las cinco, desayunaron
pan con huevos duros y rezaron en unos barracones iluminados con bombillas de
bajo voltaje. Formados en columna militar marcharon hacia la ciudad de Bashiqa, a 14 kilómetros de Mosul, el
último bastión del califato en Irak. Las excavadoras y los tanques aplastaban
lo que encontraban a su paso. Parecía una marcha triunfal, pero los kurdos se
han encontrado con una resistencia feroz de los yihadistas. A los misiles
tierra lanzados desde una colina y a los cincos bombardeos de la coalición
internacional, el ISIS ha respondido con morteros y artillería. El día va a ser
más largo de lo que parecía.
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Desde
las montañas se está realizando otra ofensiva, pero esta es la de tierra, la que debe entrar a la
ciudad, la de los hombres que saben que van a morir
pero aun así siguen adelante.
En la
trinchera más avanzada, abierta en medio de una estepa al oeste de la carretera
principal, se han apostado más de 200 soldados.
Cae un mortero a 20 metros y nadie parece muy preocupado. Parecen palos de
ciego del enemigo, pero cuando caen otros dos, cada vez más cerca, la cosa
cambia: "Sí, parece que están apuntando bien. Hay que moverse".
El suelo está plagado de explosivos caseros que el ISIS
ha plantado mientras huía. A toda velocidad, una camioneta transporta a un
soldado que ha perdido los dedos del pie.
El compañero
que iba a su lado tiene la cara llena de sangre y está aturdido. Se tambalea.
Lo tantean buscándole una herida que no encuentran y lo obligan, de todos
modos, a subirse a un vehículo y volver a la retaguardia. Lo hacen a la fuerza
porque no quiere irse. “No, no”, grita, aunque nadie le hace caso. Para él todo
ha terminado por hoy.
En la
siguiente media hora llegan otros cuatro heridos, todos ellos combatientes de
primera línea que habían logrado internarse en el
poblado más cercano a Bashiqa, una sucesión de casitas infestadas de yihadistas
que trataban de impedir el avance. El herido más grave es un joven peshmerga al
que un francotirador le ha alcanzado en el estómago. Su evacuación es un caos.
El coche que tiene que llevarlo al hospital se encuentra con otros dos que le
bloquean. Hay tantos hombres tratando de cargarlo que se estorban unos a otros.
El herido está pálido, con los ojos en blanco y le cuelgan los brazos y las
piernas como a un muñeco de trapo. Pareciera que está muerto, pero otro
combatiente es optimista: “A lo mejor es el shock, a veces te asustas tanto
cuando te dan, que te pones blanco”.
Carros de
combates llegan a la zona de Bashiqa. NATALIA SANCHA
En medio del
caos y de la sensación de que las cosas no van del todo bien, emerge una figura
del pasado. Ignorando la amenaza de los francotiradores, Abdulwahid Ramazan, veterano en Palestina, Irán y Kuwait,
un viejo perro de guerra vestido como si acabara bajar de la montaña más
remota, arenga en lo alto de una colina a los muchachos que se internan en la
tormenta de arena en busca del enemigo: “Pelead hasta la última gota de sangre, el
mundo nos está viendo luchar en esta guerra. ¡Adelante!”. Tras la letanía,
con la cabeza entera sobre los hombros pese a que ha estado expuesto a la
mirilla de un fusil, baja del montículo y comienza a rezar.
“El mundo nos está
viendo luchar en esta guerra. ¡Adelante!”
Al principio
parece solo un rumor. Los soldados lo comentan en voz baja pero un combatiente
se lo dice a otro, la noticia llega a una oreja indiscreta y en diez minutos
todos están hablando de que un comandante peshmerga,
Mustafá Gulani, iba a bordo de un coche que ha saltado por los aires
cuando entraba a esa villa previa a Bashiqa. Un rato después se confirma: sí,
ha muerto.
Media hora
antes, Gulani había llegado como un mariscal de campo
al terreno, se había bajado del coche y había señalado el camino. El
jefe delante, dando ejemplo. El caso es que no ha vuelto vivo, como otros ocho
de sus hombres que murieron ayer en combate. Hoy será enterrado en su tierra,
Sora, como a una hora de aquí.
El
intercambio de artillería se recrudece. El ataque aéreo deja en los alrededores
de Bashiqa columnas de humo alzándose sobre el cielo. Los campos de petróleo
quemados vuelven todo más oscuro. Los peshmergas, pese a todo, han logrado
arrebatarle unos cuantos kilómetros al Estado Islámico en este frente y creen
que en dos días estarán preparados para recuperar
Bashiqa. La ofensiva continúa.
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