EE.UU.
y Arabia Saudí ya no se fían
http://www.lavanguardia.com/internacional/20161002/41720616367/crisis-relaciones-eeuu-arabia-saudi-11s-acuerdo-iran.html
El acuerdo
con Irán y las sospechas del 11-S desatan la peor crisis en 70 años
EE.UU. y
Arabia Saudí ya no se fían
Carro de
combate del ejército saudí en la frontera con Yemen (FAYEZ NURELDINE / AFP)
JORDI
BARBETA | WASHINGTON, Washington. Corresponsal
02/10/2016 02:08 | Actualizado a 02/10/2016 13:29
A bordo del
USS Quincy, anclado en el canal de Suez, el día de San Valentín de 1945, el
presidente Franklin D. Roosevelt y el rey Abdelaziz ibn Saud establecieron el
comienzo de un gran y larga amistad entre Estados Unidos y Arabia Saudí basada
en intereses comunes: la seguridad en la región y el petróleo. Han pasado 70
años, cinco reyes y doce presidentes, los intereses compartidos siguen siendo
los mismos, pero la relación entre los interlocutores actuales, el presidente
Barack Obama y el rey Salman bin Abdelaziz se ha convertido en la de dos socios
que no se fían el uno del otro.
“Los saudíes se sienten
frustrados y abandonados por Estados Unidos. Creen que Obama ha dado la espalda
a sus aliados tradicionales en Oriente Medio y dudan si el acuerdo con Teherán
implica que EE.UU. se cambia de bando; la tensión es muy alta y estamos en uno
de los momentos más difíciles”, sostiene Kenneth Pollack, experto en temas de Medio Oriente
de la Brookings Institution.
Ibn Saud
pasó varios días junto a Roosevelt y ordenó que le subieran a bordo ocho ovejas
para que fueran sacrificadas según el método halal y poder agasajar al
presidente de Estados Unidos en la hora de la cena. En abril pasado, el actual
rey Salman recibió personalmente a los líderes que participaban en la cumbre
del Consejo de Cooperación del Golfo, excepto a Obama. Envió a un funcionario a
que le recibiera en el aeropuerto y prohibió que la llegada se retransmitiera
por televisión. Luego se reunieron durante más de dos horas y apenas lograron
ponerse de acuerdo en ninguno de los asuntos que más preocupan a ambos.
El acuerdo
nuclear con Irán, propiciado por EE.UU., ha sido la principal fuente de
alimentación de la desconfianza saudí, pero no es el único asunto que ha
provocado que voces de uno y otro bando se proclamen partidarias de
reconsiderar los términos de la alianza.
“Arabia Saudí es quizás la
fuente más importante de fondos para los terroristas en todo el mundo, promueve
una interpretación extrema del islam que implica un sentimiento antioccidental
y practica una brutal represión de los disidentes no violentos en el país (...) Es el momento adecuado para
una reevaluación de nuestros estrechos vínculos con el régimen saudí”, señala
la activista Medea Benjamin, autora del libro Kingdom of the unjust ( El reino
de lo injusto).
Con todo, la
alianza estratégica entre Estados Unidos y Arabia Saudí sufre una mala salud de
hierro. Para entender esta sutileza basta con observar dos recientes
acontecimientos a cual más significativo. El miércoles
21, el Senado estadounidense autorizó la venta a Arabia Saudí de 130 tanques
Abrams, otros 20 vehículos blindados y diversos equipos militares por valor de
1.150 millones dólares. Votaron a favor 71 senadores, o sea, más de dos
tercios de la Cámara.
Una
semana después, el miércoles 28, el mismo Senado aprobó con 97
votos a favor anular el veto presidencial y autorizar a las víctimas y sus
familiares de los ataques del 11-S que demanden al Gobierno de Riad por su
implicación en la organización de los atentados.
La venta de
armas se autorizó aun a sabiendas de que el ejército saudí las está utilizando
para masacrar a la población civil en Yemen. Los senadores Rand Paul y Chris
Murphy, que lideraron la oposición a la transacción, constataron en vano que
con armas fabricadas en EE.UU. se había destruido un hospital de Médicos Sin
Fronteras. No faltó una referencia a las donaciones millonarias de los
mandatarios saudíes a la Fundación Clinton. Y Tim Kaine, el senador elegido por
Hillary Clinton candidato a vicepresidente, se escaqueó de la votación.
En contraste
con ello, de nada han servido los millones de dólares invertidos por el
Gobierno de Riad en la contratación de los más influyentes lobbies de
Washington para impedir que prosperara la ley que autoriza a demandar al
Gobierno saudí ante los tribunales estadounidenses, denominada ley de Justicia
contra los Patrocinadores del Terrorimo (Jasta). Movilizaron incluso a grandes
corporaciones como General Electric y Dow Chemical, y hasta embajadores de la
Unión Europea intentaron disuadir a los congresistas. El
fracaso de estos esfuerzos pone pues de manifiesto la pérdida de influencia de
Riad y el rechazo que suscita el reino saudí entre la opinión pública
estadounidense.
Que 15 de
los 19 terroristas que participaron en los ataques, además de Osama bin Laden,
fueran de nacionalidad saudí alimenta la teoría de la conspiración. La
desclasificación de 28 páginas del informe del Congreso sobre el 11-S que se
habían mantenido en secreto no conducen a ninguna conclusión, pero aparecen
datos, nombres y contactos que legitiman la reapertura de investigaciones.
¿Y ahora
qué? “Es probable algún tipo de represalia por parte de Riad,
porque el mensaje de fondo del Congreso es que Estados Unidos considera
culpable a Arabia Saudí de participar en los ataques del 11-S”,
declaró al Wall Street Journal Bruce Riedel, un
exoficial de la CIA. Precisamente, lo que más preocupa en Washington es
que el aparato de inteligencia saudí deje de colaborar en la persecución del
yihadismo.
Riad
ya amenazó de antemano con retirar activos si el Congreso aprobaba la Jasta.
El reino saudí tiene
invertidos 750.000 millones de dólares en Estados Unidos y cerca de 100.000 en
bonos del tesoro. Riad no teme tanto que le acusen del 11-S como que un juez ordene bloquear sus cuentas. “Arabia
Saudí adoptará medidas de contingencia para proteger sus activos”, ha advertido
el príncipe Faisal bin Farhan.
La venta de
armas y la importación de petróleo saudí pasan todavía por encima de las
diferencias políticas, pero estas van creciendo cada día y amenazan aquellas.
El rey Salman no concibe el acercamiento de Washington al régimen chií de Irán,
rival de las monarquías suníes del golfo en su disputa por la hegemonía en la región.
No ha disimulado su preocupación por el levantamiento de las sanciones a
Teherán que comporta la liberación de miles de millones de dólares que podrán
ser utilizados contra intereses saudíes. Riad exige a
Washington una mayor implicación contra Irán, contra su aliado Bashar el Asad
en Siria, contra las milicias chiíes en Iraq y contra las organizaciones
terroristas que financiadas por Teherán desestabilizan la región: Hezbolá y los
rebeldes hutíes en Yemen.
Obama
por su parte intenta convencer a Riad de aceptar una hegemonía compartida con
Irán en la región, le
exige mayor compromiso en la lucha contra el terrorismo, especialmente contra
las milicias suníes del Estado Islámico y las diversas ramas de Al Qaeda, le
reprocha las masacres de población civil que el ejército saudí está provocando
en Yemen y se empeña además, cada vez que habla con el rey Salman, en leerle la
cartilla del respeto a los derechos humanos en un país que prohíbe a las
mujeres incluso conducir un automóvil.
La
irritación saudí con el presidente de EE.UU. se
dejó sentir especialmente en abril pasado, cuando en una entrevista en
profundidad con The Atlantic, Obama empleó un término polémico para describir
la actitud de Arabia Saudí y las monarquías del golfo. “Free riders” les llamó,
lo que se ha traducido como “gorrones” o “aprovechados” . “No somos gorrones”,
replicó inmediatamente el príncipe Turki al Faisal, en un contundente artículo
que establecía una significativa diferencia entre Estados Unidos y su
presidente con la vista puesta en las elecciones de noviembre. “Vamos a seguir
para mantener al pueblo estadounidense como nuestro aliado”, escribió. Las
donaciones saudíes a la Fundación Clinton no dejan duda de cuál es el candidato
favorito de Riad.
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