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domingo, 18 de agosto de 2024

Los talibanes de Afganistán no son verdaderos musulmanes, sino una secta o hay algún interés en llevar al atraso al país y/o despoblarlo como para darle los territorios a alguna potencia extrajera.

 Los talibanes de Afganistán no son verdaderos musulmanes, sino una secta o hay algún interés en llevar al atraso al país y/o despoblarlo como para darle los territorios a alguna potencia extrajera.

Buenas noches chat GPT  los actuales talibanes de Afganistán , han prohibido que las mujeres estudien , ¿en tiempos de Mahoma o de los anteriores califas,  estaba prohibida su educación ?¿ el corán o la sharia lo prohíben ?   Gracias

ChatGPT dijo:

ChatGPT

Buenas noches. La situación actual en Afganistán bajo el régimen talibán es preocupante, especialmente en lo que respecta a los derechos de las mujeres, incluida la educación.


En cuanto a la historia islámica, la situación era muy diferente en los tiempos de Mahoma y de los primeros califas. En los primeros tiempos del Islam, el acceso a la educación para las mujeres era bastante abierto y promovido en muchos casos. El profeta Mahoma, en sus enseñanzas y prácticas, enfatizó la importancia del conocimiento y la educación para todos los musulmanes, hombres y mujeres.


El Corán y la Sharia, en general, no prohíben la educación de las mujeres. De hecho, el Corán menciona la búsqueda de conocimiento como una obligación para todos los musulmanes. Por ejemplo, en el Corán se dice:


“Di: ‘¿Son iguales aquellos que saben y aquellos que no saben?’” (Sura 39:9).


Este versículo se interpreta como un llamado a la búsqueda de conocimiento para todos, sin distinción de género. Además, el profeta Mahoma dijo: “Buscar conocimiento es un deber para todo musulmán” (Hadiz Ibn Majah), y esto se ha entendido tradicionalmente como aplicable tanto a hombres como a mujeres.


Durante el período de los primeros califas, hubo figuras femeninas destacadas que eran eruditas y participaban activamente en el aprendizaje y la enseñanza. Por ejemplo, Aisha, una de las esposas del profeta Mahoma, era conocida por su profundo conocimiento y fue una fuente importante de Hadices.


El retroceso en los derechos de las mujeres, como el que estamos viendo en Afganistán hoy en día, no tiene un fundamento en los textos islámicos originales, sino que se basa en interpretaciones y prácticas culturales que pueden estar influenciadas por factores políticos, sociales y regionales.


Espero que esta información te sea útil. Si tienes más preguntas o necesitas más detalles, no dudes en preguntar.


Dijiste:

gracias saludos.

ChatGPT dijo:

ChatGPT

¡De nada! Si tienes más preguntas en el futuro, no dudes en volver. ¡Saludos y cuídate!


Laila Basim, una economista afgana,
relata en primera persona cómo han
sido estos tres años bajo los talibanes
“Me han insultado
y pegado pero voy a
seguir protestando”

Mi nombre es Laila Basim, ten-
go 30 años y nací en el norte de
Afganistán, en Faizabad, en la
provincia de Badajshán, a 260
kilómetros de Kabul. Me licencié
en Económicas y, tras unas opo-
siciones, en 2017, pasé a formar
parte del cuerpo de funcionarios
del Estado, trabajando en el Mi-
nisterio de Economía. Pero en
agosto de 2021, tras la vuelta de
los talibanes al poder, ahora hace
tres años, perdí mi trabajo, como
tantas otras mujeres de mi país.
Ese día, desempleada, confinada
en mi casa, me vi a mí misma co-
mo una pobre mujer sin posibi-
lidad de luchar para cumplir los
sueños a los que aspiraba.
El ascenso de los talibanes
implicó una lista interminable
de restricciones para las muje-
res: en marzo de 2023, el Minis-
terio de Educación anunció que
nos cerraba las puertas de las es-
cuelas; en diciembre de ese año,
decretó nuestra expulsión de las
universidades. Desde entonces,
ninguna niña ni mujer mayor de
12 años puede ir a clase de nin-
gún tipo en mi país. También se
nos ha purgado de los puestos
funcionariales e incluso se nos
ha despojado de la más mínima
vida social: ni siquiera podemos
ir al médico solas, sin un hombre,
aunque nos estemos muriendo.
A lo largo de estos años, los tali-
banes han aprobado más de 80
decretos encaminados a cerce-
narnos la vida: desde advertir a
los taxistas para que no admitan
mujeres bajo pena de azotes o de
multas, a prohibir que viajemos
solas a una distancia mayor de 70
kilómetros, sin la compañía de un
hombre; desde el derecho a ele-
gir marido, a la prohibición a en-
trar en un parque público o en
un jardín.
Durante estos tres años he
asistido a las atrocidades come-
tidas por los talibán. Yo misma he
presenciado, en mi provincia na-
tal, el asesinato a tiros de una chi-
ca joven, vecina mía, a la que su
hermano asesinó porque se opo-
nía a un matrimonio forzado. Y
en diciembre de 2022, estando
yo también en Badajshán, vi có-
mo los talibanes condenaban a 70
personas, incluidas 11 mujeres, a
las que castigaron en público. Dos
de esas mujeres fueron lapidadas
hasta la muerte por no llevar el
hiyab en la calle. Y los talibanes
ni siquiera aportaron una prue-
ba de que eso fuera cierto. Tam-
bién he visto a clérigos tachados
por los talibanes de infieles y eje-
cutados a balazos, y cadáveres de
chicas jóvenes que aparecen por
las mañanas en las aceras.
Los que piensan libremen-
te y están en contra de excluir a
las mujeres de la sociedad se han
opuesto a esta opresión. También
las mujeres: algunas hemos sali-
do a la calle a pedir igualdad y
justicia desde el mismo momento
en que llegaron los talibanes, co-
mo el grupo del que formo parte,
al que hemos llamado Movimien-
to Espontáneo de Mujeres Mani-
festantes de Afganistán.
Por participar en estas pro-
testas perdí un hijo que gestaba:
ocurrió el 13 de agosto de 2022,
un año después de la llegada de
los talibanes. Salimos a la calle a
manifestarnos a propósito de ese
Día Negro de Afganistán. Los ta-
libanes nos dispersaron a todas
con disparos, nos forzaron a re-
fugiarnos en un sótano. Tras en-
contrarnos, entraron y nos saca
ron a palos. Yo estaba embaraza-
da entonces y a consecuencia de
los golpes sufrí un aborto.
Eso no impidió que siguiera
protestando. Cuando los taliba-
nes cerraron las puertas de las es-
cuelas a las mujeres, volvimos a
salir a la calle. Esta vez acudieron
con mujeres policías armadas
con bastones. Me golpearon tan
fuerte que estuve con las piernas
amoratadas durante un mes. Pe-
ro volvimos a intentarlo: en otra
manifestación contra el cierre de
las escuelas me presenté antes de
la hora en la plaza donde se iba a
celebrar para comprobar si había
algún problema. Lo hice porque
era una de las cabecillas del gru-
po. Y, efectivamente, descubrí a
miembros de la inteligencia del
Gobierno talibán metidos en co-
ches con las ventanas tintadas,
esperándonos. Al verme, vinie-
ron hacia mí. Un oficial de inteli-
gencia vestido de paisano me in-
terrogó y me advirtió de que si
no desconvocábamos la manifes-
tación se llevarían a las que par-
ticiparan, incluyéndome a mí, y
nadie volvería a saber de noso-
tras nunca más. La amenaza me
provocó tanto terror que no fui
capaz de reaccionar más allá de
bajar la cabeza y abandonar la
plaza.
Mi casa ha sido asaltada y re-
gistrada dos veces en el mismo
día por los talibanes. He cambia-
do de residencia cada tres meses
y cuando la represión se volvía
demasiado peligrosa —y me daba
cuenta de que arrestaban a mis
compañeras— abandonaba Ka-
bul y me refugiaba en Badajshán
por un tiempo, desapareciendo
de los medios.
Otra manera de protestar fue
montar una biblioteca en Kabul
para mujeres a la que llamamos
Zan, que significa, precisamen-
te, “mujer” en dari, el dialecto
del persa que habla el 70% de la
población afgana. Los talibanes
trataron siempre de cerrarla. De
hecho, dos veces nos la encontra-
mos con un cerrojo en la puerta.
Forzábamos la cerradura y se-
guíamos.
Pero los talibanes no se para-
ron ahí. Continuamente hostiga-
ban al personal que atendía y a
las mujeres que acudían a pres-
tar libros o a leer. Nos acosaban
todos los días, censurándonos lo
que hacíamos. Recibíamos lla-
madas de teléfonos conminán-
donos a no abrir más. Iban cada
día y vigilaban la zona, y eso ate-
morizaba a las mujeres, que no
se atrevían a entrar. Al final, an-
te ese acoso, tuvimos que cerrar
y llevarnos los libros para guar-
darlos en casa.
Una sobrina, desesperanzada
después de que le negaran prose-
guir con sus clases de primero de
Ingeniería en la universidad, vino
a verme y me preguntó: “¿Qué ha-
go?”. Yo le animé a que se uniera a
nosotras. Y cuando se sumó a una
manifestación a las puertas de la
universidad para exigir que las
reabrieran para las mujeres, vino
la policía y nos dispersó. Y arres-
tó a seis mujeres, entre las cuales
estaba ella. En estos tres años han
metido en la cárcel a seis com-
pañeras. Algunas, 12 días; otras,
siete meses.
Estoy casada, tengo una hija
pequeña y puedo asegurar, des-
pués de estos tres años, que vivir
bajo las leyes de los talibanes es
sufrir una muerte lenta. Pero a la
pregunta de si tengo miedo a fir-
mar este artículo la respuesta es
simple: no, nunca. Me han pega-
do, perseguido e insultado, pero
voy a seguir protestando.

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