El
Estado Islámico es un negocio redondo para la banca en la sombra o de las casas de cambio. El
dinero fluye más fácil que el agua en el Califato.
La
no muy secreta red financiera de Estado Islámico
http://lat.wsj.com/articles/SB11274205663368874179904581571050477816350?tesla=y
Fachadas de
tiendas en el Gran Bazar de Estambul, donde casas de cambio ayudan a movilizar
el dinero de Estado Islámico. PHOTO: NICOLE TUNG
FOR THE WALL STREET JOURNAL
Por MARGARET COKER
lunes,
29 de febrero de 2016
17:16 EDT
Más de un
año de ataques aéreos y sanciones financieras dirigidas por Estados Unidos no
han impedido a Estado Islámico adquirir provisiones para sus combatientes,
importar alimentos para la población civil o lograr ganancias rápidas con el
arbitraje de divisas.
Esto se debe
a hombres como Abu Omar, uno de los banqueros de facto del grupo militante islámico. Este
empresario iraquí es parte de una red financiera que ha funcionado durante
décadas en el norte y centro de Irak para facilitar las transferencias de dinero
y la financiación de muchos comerciantes locales que evitan los bancos
convencionales.
Cuando Estado Islámico tomó control de esta región en 2014,
le hizo a Omar una oferta que éste decidió no rechazar: podía conservar su negocio si aceptaba manejar el dinero del grupo
terrorista más rico del mundo.
“Yo no hago
preguntas”, dijo Omar, que posee casas de transferencias en las ciudades
iraquíes de Mosul, Sulimaniyah, Erbil y Hit. Su
firma cobra hasta 10% de comisión por mover
dinero dentro y fuera del territorio controlado por los militantes
fundamentalistas. El monto es el doble de las tasas normales. “Estado Islámico es bueno para los negocios”,
dice.
Estos financistas garantizan que
millones de dólares en efectivo entren y salgan a diario del territorio
controlado por Estado Islámico, anulando así los esfuerzos internacionales para aislar al
grupo terrorista del sistema bancario global, dicen fuentes involucradas en el
negocio. Estos operadores trabajan a través de las
fronteras y los campos de batalla en medio de uno de los conflictos más
peligrosos del mundo, protegidos por las ganancias que producen y por el rol
fundamental que tienen en el desarrollo de la economía regional.
“Dáesh sigue las leyes
del dinero, no de la religión o la política. En este sentido, son tan iraquíes
como el resto”,
dijo un cambista de dinero de Anbar en
referencia a Estado Islámico. La red de corresponsales de este operador se
extiende desde Amman en Jordania, hasta Faluya y Bagdad
en Irak.
El
Subsecretario de Financiación del Terrorismo de EE.UU., Daniel Glaser, dijo que este tipo de empresas (sólo en Irak hay más de 1.600) permiten a Estado
Islámico conectarse con el mundo exterior fuera de su autoproclamado califato.
Los dueños
de estas casas de cambio y empresas fachada reflejan la variedad de etnias y
religiones iraquíes. El funcionamiento de estas redes está basado en la confianza mutua: alguien deposita dinero
en efectivo en un lugar y al mismo tiempo y en otro lugar a miles de kilómetros
de distancia otra persona paga ese monto al destinatario final de la
transacción. Esta antigua práctica, anterior a la creación del sistema bancario
moderno, es conocida en Oriente Medio como hawala.
Los sobornos y el pago de tributos a
los grupos que controlan cada sección del territorio garantizan la seguridad
del dinero en tránsito.
Tres
operadores iraquíes dicen que para proteger sus envíos de efectivo desde Bagdad hasta el territorio controlado por militantes
de Estado Islámico en la provincia de Anbar, le
pagan una tarifa a las milicias chiitas, que están en
guerra con Estado Islámico.
Combatientes
kurdos iraquíes, también
en guerra contra Estados Islámico, son sobornados para
que dejen pasar los envíos de efectivo a través de las zonas de combate que rodean a Mosul.
En ambos
casos, pagan tarifas fijas de entre US$1.000 y
US$10.000, dicen los cambistas. Estado Islámico, por su parte, cobra un impuesto de 2% sobre los envíos de efectivo que entran
en su territorio, de acuerdo a cuatro personas que participan en el negocio.
El efectivo
se desplaza por al menos tres rutas.
Una comienza
en los estrechos callejones detrás del Gran Bazar de
Estambul, Turquía, y sigue a través de los pueblos
kurdos iraquíes hasta Mosul, la mayor
ciudad bajo control de Estado Islámico.
Otra conecta
la capital jordana de Amman con Bagdad,
atravesando zonas controlados por el grupo terrorista en la provincia iraquí de
Anbar.
Una tercera
ruta enlaza la ciudad de Gaziantep, en el sur de
Turquía, con Al Raqa, la capital administrativa de Estado Islámico, en
Siria.
Funcionarios
turcos y jordanos dicen que sus gobiernos se han comprometido a luchar contra
Estado Islámico y a investigar y procesar agresivamente tanto el lavado de
dinero como la financiación terrorista. Funcionarios iraquíes aseguraron que los
cambistas juegan un papel importante en el sector financiero del país, pero que
los que cooperan con terroristas deberían ser castigados.
El mes
pasado, los cancilleres de la coalición liderada por EE.UU. contra Estado
Islámico reiteraron su determinación para desarticular los activos financieros del grupo terrorista, estimados en entre
US$300 millones y US$700 millones. El Departamento del Tesoro y otras
agencias estadounidenses envían regularmente a Bagdad informes de inteligencia
sobre transacciones financieras sospechosas de estar ligadas a terroristas,
dijeron funcionarios estadounidenses, y mantienen una estrecha relación con los
reguladores y los organismos de seguridad de los países vecinos. Pero el flujo de efectivo continúa.
En
diciembre, el Banco Central de Irak prohibió a 142
casas de cambio, de las que EE.UU. sospechaba hacían trasferencias para
Estado Islámico, participar en las subastas de dólares que la entidad monetaria
organiza dos veces al mes.
Refugiados
iraquíes y hombres de negocios en Turquía, Jordania y
la ciudad curda de Erbil en Irak dicen que muchas más empresas de este
tipo han abierto sus puertas en los últimos 18 meses, probablemente para
capitalizar el crecimiento de Estado Islámico. “El
dinero fluye más fácil que el agua”, dijo un operador iraquí
llamado Kemal que usa una compañía turco-iraquí para transferir fondos fuera de
territorio de Estado Islámico, y luego emplea su red
logística para enviar mercancías.
La empresa,
llamada Taha,
no respondió a solicitudes de comentarios.
Esas
operaciones financieras se hallan integradas en el tejido tribal de la sociedad
de Oriente Medio y funcionan desde oficinas que a menudo no ofrecen ningún
indicio de los servicios que prestan o de la riqueza que detentan.
Los
cambistas saben si sus potenciales socios comerciales son solventes o no y
evitan participar en operaciones que no puedan ser cumplidas. El engaño y los robos son raros ya que estos
comerciantes saben que sus propias familias serán responsables de pagar sus
deudas en caso de que ellos no lo hagan.
Banqueros
y agencias de desarrollo de Irak estiman que más de la mitad de los
comerciantes minoristas de ese país dependen de estas casas de cambios
no convencionales para seguir funcionando. Si esta red fuera prohibida, la economía colapsaría.
A pesar de
que sólo los bancos y las firmas de remesas pueden transferir legalmente dinero
en efectivo dentro o fuera de Irak, los cambistas evaden estas normas y han
ofrecido estos servicios en Mosul, el motor
económico del norte del país, desde hace mucho tiempo.
Después de
que Estado Islámico ocupó esta ciudad en junio de 2014, EE.UU. y otros
gobiernos de la región tomaron inmediatamente medidas para aislar a los bancos
de esa ciudad de la red bancaria internacional. Esto dejó a los cambistas tradicionales como los únicos proveedores de
servicios financieros en una región de varios millones de habitantes.
El dueño de
una de estas casas de cambio en la provincia de Anbar dijo a comienzos del
segundo semestre de 2014 que sus oficinas estaban manejando US$500.000 por semana en transferencias de dinero
dentro y fuera de territorio de Estado Islámico. El costo
de tales servicios era de 10%, dijo. Antes de que Estado Islámico
conquistara esta región, las tarifas eran de entre 3% y
5%.
—Suha Ma’ayeh en Amman, Emre Peker en Estambul, Ali Nabhan en
Bagdad y Emily Glazer contribuyeron a este artículo.