La
democracia estadounidense se encuentra al borde del abismo. La caída de la antigua
República Romana hace cientos de años, es
muy similar a la futura caída de la república norteamericana, con un Estado monopartidista de facto . La
tiranía, cuando llega, puede prosperar aunque mantenga una apariencia de
república.
Así
caen las repúblicas
http://economia.elpais.com/economia/2016/12/21/actualidad/1482348147_335235.html
La enfermedad de la política
estadounidense no comenzó con la llegada al poder de Trump
PAUL
KRUGMAN
23
DIC 2016 - 00:22 CET
El
presidente electo de EE UU, Donald Trump. CARLOS BARRIA REUTERS
Mucha gente
está respondiendo al auge del trumpismo y los movimientos xenófobos en Europa
leyendo historia, en concreto, la de la década de 1930. Y hace bien. Hay que
estar deliberadamente ciego para no ver los paralelismos entre el auge del fascismo y la actual pesadilla política.
Pero la
década de 1930 no es la única época de la que podemos aprender algo.
Últimamente he leído mucho sobre el mundo antiguo. Al principio, tengo que
admitirlo, lo hacía por entretenimiento y para refugiarme de las noticias, que
empeoran a cada día que pasa. Pero no he podido evitar fijarme en los ecos
contemporáneos de algunos capítulos de la historia de Roma, y más
concretamente, en el relato sobre la caída de la
República Romana.
Y he
descubierto lo siguiente: las
instituciones de la república no protegen frente a la tiranía cuando los
poderosos empiezan a desafiar las normas políticas. Y la tiranía, cuando llega, puede prosperar aunque mantenga una
apariencia de república.
En cuanto al
primer punto: la política romana conllevaba una competencia feroz entre hombres
ambiciosos. Pero, durante siglos, esa competencia estuvo limitada por ciertas
normas aparentemente inquebrantables. He aquí lo que cuenta Adrian Goldsworthy
en En el nombre de Roma: “Por muy importante que fuese para un
individuo alcanzar la fama y mejorar su reputación y la de su familia, ello
siempre debía estar supeditado al bien de la república... Ningún político
romano decepcionado recurría a la ayuda de una potencia extranjera”.
Estados
Unidos era así antes, con senadores ilustres que afirmaban que debíamos “frenar en seco la
política partidista”.
Pero ahora
tenemos un presidente electo que pidió abiertamente a Rusia que lo ayudase a
difamar a su oponente, y todo indica que el grueso de su partido estaba y está
conforme con ello. (Un nuevo sondeo pone de manifiesto que la aprobación de
Vladimir Putin entre los republicanos ha crecido aun cuando —o, más
probablemente, precisamente por ello— ha quedado claro que la intervención rusa
desempeñó una función importante en las elecciones de EE UU). Ganar las luchas
nacionales es lo único que importa, olvídense del bien de la república.
¿Y qué le pasa a la república como
consecuencia de ello?
Es famoso el hecho de que, sobre el papel, Roma nunca
dejó de ser una república para convertirse en un imperio.
Oficialmente, la Roma
imperial seguía gobernada por un Senado que, dadas las circunstancias,
se remitía al emperador (cuyo título inicialmente
significaba únicamente “comandante”) para todo lo que importaba. Puede
que no estemos yendo por el mismo camino exactamente —aunque ¿podemos estar
seguros de ello?—, pero ya ha empezado el proceso de
destrucción de la esencia democrática al tiempo que se mantienen las
formas.
Piensen en
lo que acaba de pasar en Carolina del Norte. Los
votantes han tomado una decisión clara, y han elegido a un gobernador
demócrata. La legislatura republicana no ha invalidado abiertamente el
resultado —no esta vez, en cualquier caso—, pero, a efectos prácticos, le ha
arrebatado su poder al gobernador, y se ha asegurado de que la voluntad de los
votantes no tenga peso real.
Si sumamos
cosas así a los intentos constantes de privar del derecho
al voto a los grupos minoritarios, o al menos disuadirles de que voten,
tenemos los cimientos de un Estado monopartidista de
facto: uno que sigue fingiendo que existe una democracia, pero que ha
amañado el juego para que el bando contrario nunca gane.
¿Por qué está pasando esto?
No pregunto por qué los votantes blancos de
clase trabajadora respaldan a políticos cuyas políticas los perjudican (volveré
sobre ese asunto en futuras columnas). Mi pregunta es más bien por qué a los
políticos y los funcionarios de uno de los partidos ya no parece importarles lo
que antes se consideraban valores estadounidenses fundamentales. Y seamos
claros: este es un problema republicano, no algo que
“los dos bandos hacen”.
¿Y qué impulsa ese comportamiento?
No creo que
sea algo puramente ideológico.
Los políticos que supuestamente
defienden el libre mercado están descubriendo que el capitalismo basado en el
amiguismo funciona bien siempre que los amigos sean los correctos. No guarda relación con la lucha de
clases; la redistribución de la riqueza de las clases baja y media entre los
adinerados está presente en todas las políticas republicanas modernas. Yo diría
que el ataque contra la democracia se debe simplemente al
arribismo de los burócratas de un sistema aislado de las presiones
externas mediante unas circunscripciones electorales manipuladas, una lealtad
partidista inquebrantable y cantidades ingentes de
ayuda económica de los plutócratas.
Lo único que les importa a esas
personas es acatar la disciplina del partido y mantener el dominio de este. Y sí, a veces, parecen
consumidas por la rabia contra cualquiera que cuestione sus actos, y bueno, así
es como responden siempre los piratas cuando se los acusa de piratería.
Todo esto
deja clara una cosa: que la enfermedad de la política
estadounidense no empezó con Donald Trump, como tampoco la enfermedad de la
República Romana empezó con César. Los cimientos de la democracia hace
décadas que se están erosionando, y nada garantiza que alguna vez sea posible
restaurarlos.
Pero si
albergamos alguna esperanza de redención, tendremos que empezar por admitir lo
mal que está la situación. La democracia estadounidense
se encuentra al borde del abismo.
Traducción
de News Clips.
No hay comentarios:
Publicar un comentario